El golpe de estado de 1966, conocido luego como ‘Revolución Argentina’ colocó como presidente al general Juan Carlos Onganía. Esta vez, los militares no ocuparon el poder para entregárselo a la oligarquía nacional sino que representaban a las empresas extranjeras, que desde 1958 en adelante venían manejando cada vez más los resortes de la economía nacional.
El ministro de economía fue el liberal Adalbert Krieger Vasena, quien aplicó el plan dictado por los monopolios extranjeros. El mismo consistió en congelar salarios, devaluar el peso en más del 40 por ciento, dar créditos a empresas extranjeras pero negárselos a las de origen nacional, anular los aranceles aduaneros con el fin de ‘modernizar’ la industria nacional, achicar bruscamente los presupuestos provinciales, con lo cual la economía del Interior empezó a desfallecer.
El imperio, esta vez, venía por todo. Ya no solo se prohibiría el funcionamiento del peronismo sino el de todos los partidos políticos; se perseguiría a los sindicatos y además se intervendría la universidad. Esta vez no había espacio para una seudo democracia como la que había funcionado desde la caída de Perón.