Si algo ha caracterizado al peronismo es que no da paz a sus enemigos, no les deja ni dormir una siesta en paz. Así le ocurrió a los regímenes cívicos y militares durante los 18 años de proscripción. Así ocurrió, incluso, bajo la feroz dictadura cívico militar iniciada en 1976. Alfonsín, su intento de destruir el movimiento obrero y de desmalvinizar al país tampoco pudo dormir la siesta. Cuando todo parecía perdido, el peronismo recuperó la provincia de Buenos Aires y, posteriormente el gobierno nacional. Las siestas riojanas fueron permanentemente interrumpidas por el peronismo, que desde algunos sindicatos, primero, y desde el MTA, después, se enfrentaba con las privatizaciones, la desocupación y el cierre de fábricas. Fue el peronismo el que interrumpió la siesta de De la Rúa, echando a Cavallo y al día siguiente al propio presidente reaccionario y torpe.
La foto de Alberto Rodríguez Saa, gobernador de San Luis, y de Oscar Parrilli, el más cercano colaborador de Cristina Fernández de Kirchner, en el Instituto Patria ha interrumpido la siesta madrileña del basto presidente de turno y ha vuelto a generar en la política argentina la idea de que el tantas veces matado peronismo, ese gigante que ya parece al borde de la toalla respira hondo, le aplican un poco de coagulante en las heridas, escupe en el embudo del rincón, vuelve a incorporarse y con un hondo suspiro, sale al ring con ansias de knock out.
Y tiene un aditamento de orden cualitativo. Si bien la escena principal en las próximas elecciones es la provincia de Buenos Aires, las tensiones y enfrentamientos de la provincia no pueden solucionarse si no en una instancia superior. Porque de todo laberinto se sale por arriba.
*Director Ejecutivo del Instituto Independencia
1 comentario