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La Plata
22 noviembre, 2024
OPINIÓN

Por Julio Fernández Baraibar// ¡Ha muerto Carlino!

Ha muerto el skald de los peronistas

Ha muerto Alfredo Carlino. La noticia me llega como una trompada, una trompada esperada y para la que uno tensó los abdominales. Pero la trompada me dobla igual, me quita el resuello.

Ha muerto Alfredo Carlino. Busco a Alfredo Gobbi, el Violín Sentimental del Tango, un nombre, una orquesta y una época a la que Carlino estaba irremediablemente atado. Y escuchando Racing Club me pongo a pensar en Carlino, en el petizo Carlino, en el duende de la noche peronista, en ese gnomo encantado de pueblo argentino, de Perón, de Evita, de 17 de Octubre, de Gatica, de los mitos de la Resistencia, de los caños, del Retorno.

-¡Pero, querido!, me vuelve a sonar en el oído mudo de la memoria la voz carraspienta de Alfredo, con su disnea y su inolvidable, excepcional, única, imbatible e insuperable energía de vivir, de pelear, de discutir, de imponerse sobre el olvido gorila, sobre los fusilamientos, sobre los crímenes de la oligarquía. ¡Querido!, me vuelve a gritar en el oído mudo, son todos gorilas, eso es lo que pasa, ¡querido!

Alfredo fue lo más parecido a un antiguo skald vikingo que pudo haber dado nuestra epopeya argentina. Cantaba con voz gruesa y metáforas transparentes a las sagas populares, a los héroes anónimos de la mersa, a las victorias de su tribu y lloraba por las derrotas, por los muertos en combate, por la desmemoria  y el silencio.

El viejo boxeador, el vendedor de libros de psicología, el enamorado de todas las psicólogas -lacanianas o no- de Buenos Aires, fue uno de los últimos argentinos vivos que podía dar testimonio personal de esa tarde única, con el solcito de octubre, en la Plaza de Mayo.

-¡Yo estuve en la Plaza, querido!, decía Alfredo y setenta años de historia pasaban por su relato alborotado, a pura fuerza de un corazon que empujó torrentes de sangre, cataratas de alegría, agitadas tropillas de palabras exaltadas, apasionadas, calientes y turbias, como las multitudes que habitaban su memoria.

-¡Yo lo conocí, querido!, decía Alfredo cuando surgía el nombre de algún viejo peronista, de algún antiguo dirigente gremial, para elogiarlo o para putearlo. Y de nuevo aparecían los años de la lucha resistente, de la proscripción, de fugaces reuniones en olvidados cafés, de encuentros murmurados, sin nombres propios, en sindicatos o en casas de familia convertidas en unidad básica.

Alfredo Carlino fue nuestro poeta, lo quisimos y lo admiramos como nuestro poeta, el hombre destinado por dioses a contar la saga de nuestra realización como pueblo y como nación. Ocupaba con honor y dignidad ese lugar y sabía que su tarea era para que nada de esto, nada de nuestra epopeya cayese en el olvido.

La ceguera social de Jorge Luis Borges le impidió conocer al gran skald del siglo XX que gestó nuestra ciudad de Buenos Aires, tan ajena, a veces. Este enorme hijo de Buenos Aires, este porteño empedernido, heredero directo de José Hernández, llenó con su palabra, con su irresistible empuje, con su humanidad desbordante, los momentos de gloria y de dolor de la militancia peronista. Su poesía será para siempre el testimonio de varias generaciones argentinas que dedicaron su vida, su inteligencia y su voluntad a la construcción de un país independiente, justo y soberano. Y se las aguantó hasta el día siguiente de que todos saliéramos a la calle a gritarle a estos cajetillas que este pueblo no se olvida de quienes son y lo que hicieron.

Nuestro bardo se ha ido. Todos los atorrantes, todos los trasnochados y todos los madrugadores, todos los insomnes, las putas y las fabriqueras, las muchachas del servicio doméstico, los obreros de la UOM y de la curtiembre, los cartoneros y recicladores, los monotributistas a la fuerza y los pibes que la pucherean como pueden, todos nosotros, en suma, vamos a brindar por vos Alfredo, esta noche.

Que la tristeza no empañe el honor y la alegría de haberte tenido con nosotros, de haber oído tu voz inolvidable, y repetir como si estuvieras delante y haciéndote un poco de burla:

-¡Querido!

Buenos Aires, 25 de marzo de 2018

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