Con la discusión sobre el ajuste y su efecto sobre la pobreza, pasando por la financiación pública de las actividades del catolicismo y la despenalización del aborto como temas de pública disputa, la relación entre el gobierno de Mauricio Macri y la Iglesia argentina que responde al Papa Francisco, atraviesa su peor momento desde que asumió la actual gestión en diciembre de 2015.
Aunque nadie lo diga con todas las letras, la incomodidad oficial se convirtió en enojo la semana pasada cuando el presidente de la Comisión Episcopal para la Pastoral Social (Cepas), monseñor Jorge Lugones, afirmó que “hace falta sensibilidad social”, y advirtió que “el ajuste no lo tienen que pagar los pobres”.
Lo que no le perdonan en el Gobierno, es que las palabras del obispo fueron pronunciadas ante la gobernadora María Eugenia Vidal y la ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley. “Estuvo desubicado”, lo calificó un integrante de la mesa chica del presidente.
Por este contexto, no es casual que hasta ahora no se haya convocado a las Pastoral Social de la Iglesia al encuentro que mantendrá el miércoles Stanley con representantes de los movimientos sociales. A simple vista, surge que en la Casa Rosada están enojados y ofendidos con monseñor Lugones, por sus duras palabras.
Para colmo, días antes del contundente paro general del lunes pasado, el mismo obispo había dado un aval implícito a esa medida de fuerza, al plantear que la huelga es un derecho reconocido por la Doctrina Social de la Iglesia ante situaciones de injusticia.
Macri y su jefe de Gabinete, Marcos Peña, son conscientes de que son el blanco de los reproches (tanto públicos como privados) de la jerarquía de la Iglesia. Por eso , prefieren apelar al pragmatismo, y hasta llegan al extremo de minimizar el rol de la Iglesia y la definen como “un actor más” a la hora de tomar decisiones trascendentes.
Incluso, cerca del Papa apuntan a Peña por sus formas “liberales”, aunque culpan, sobre todo, al consultor favorito del presidente, Jaime Durán Barba, que asegura que “la Iglesia no trae ni un voto”. Con él no hay diálogo posible: alguna vez calificaron al ecuatoriano, en presencia de Peña, como “el José López Rega del Gobierno”.
El hecho es que por ahora no surgen signos que permitan vislumbrar, al menos en el corto plazo, que los sentimientos de desconfianza creciente, recelos, y hasta decepción mutua entre el Gobierno de Macri y la Iglesia, puedan registrar un cambio en tanto y en cuanto continúen las brutales políticas de ajuste, traducidas en mayor desocupación y pobreza.