Mientras los grandes medios compiten por ver quién es el que lanza los elogios más exagerados sobre el balance del G20, destacando que “ahora sí” Argentina se insertó en el mundo, lo cierto es que, terminada la cumbre, la vuelta a la realidad significa no olvidar que la inflación se ubicará en el 45 %, mientras el desempleo seguirá estando a la orden del día, con una brutal deuda que no deja de crecer, al igual que la pobreza y el descontento popular ante una economía que golpea con dureza día tras día.
Y más allá de las palmadas a Macri por parte de los líderes que llegaron al país, lo cierto es que durante tres días Buenos Aires fue una ciudad de utilería, vacía y militarizada, y el país seguirá padeciendo las consecuencias de una política que favorece a los sectores enriquecidos, en detrimento de la mayoría de su población.
Es más, el diario estadounidense The New York Times publicó una lapidaria nota en la cual cuestionó la imagen que el presidente quiere vender en este G20 que es la idea de “una nación estable y próspera, cuando en la realidad Argentina atraviesa muchas dificultades con su economía”.
Con un tono crítico y descriptivo sobre la crisis que afecta a los sectores medios y vulnerables del país, el periodista Daniel Politi escribió un artículo bajo el título: “Argentina quería brillar como país anfitrión pero la crisis ensombrece la Cumbre del G20”.
“La reunión de este año ocurre durante un periodo de considerable descontento social en Buenos Aires, donde los manifestantes y los bloqueos callejeros se han convertido en un hecho cotidiano. Además, diciembre ha sido históricamente un mes en el que este tipo de protestas se tornan violentas, particularmente en momentos de problemas económicos”, recuerda el periodista en la nota.
Y mientras el gobierno se ilusiona falsamente con que, gracias al G20, de manera mágica se irán solucionando los problemas, lo cierto es que el país es el de siempre o, mejor dicho, todavía más pobre, después de lo que en definitiva fue una puesta en escena que costó miles de millones.
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Panorama internacional. El G-20.-
La profunda crisis que el capitalismo mundial está experimentando, solo es comparable a las grandes crisis del siglo XX de las cuales emergieron los nacionalismos más ultramontanos y las guerras imperialistas. Este nuevo giro de la rueda de la historia, deja al descubierto la fragilidad de un sistema internacional pensado y organizado para otros tiempos. La vorágine de los acontecimientos pone en entredicho no solo la división internacional del trabajo, los pronósticos y recetas que los organismos mundiales del poder real aplican ante cada crisis y la función que los G-20 cumplen en el escenario global. Los ejemplos tanto de la vieja Europa, que no termina de sacudirse y acomodarse ante la salida del reino unido y el avance cada vez más peligroso de los nacionalismos xenófobos, como de las regiones periféricas llamadas economías emergentes, son categóricos y dan cuenta del rotundo fracaso de las anacrónicas ideas que el stablishment financiero, económico y político ha desplegado hasta el presente. La etapa abierta con la llegada del trumpismo a la cúspide del poder hegemónico, significó la culminación de un proceso de degradación y desolación política, económica y cultural, que la globalización de los mercados venía mostrando en diversos escenarios del mundo: el final anunciado y estrepitoso del consenso de Washington. El nuevo escenario emergente es aun más complejo. La situación mundial ha llegado a un punto de inflexión; a una zona de clivaje. Es decir: barajar y dar de nuevo. La emergencia de líderes antiglobalización; la aparición de gobiernos que postulan un proteccionismo férreo; los brotes xenofóbicos y el problema despiadado de la inmigración masiva, afectan y comprometen seriamente el futuro de la sociedad planetaria. Tal grado de complejidad y profundidad ha adquirido la crisis, que la disputa comercial global entre norteamerica y la arrolladora locomotora de la economía china, (que aunque haya disminuido su potencia productiva, sigue arrebatándole mercados al trumpismo desesperado), está dejando tras de sí un reguero de desempleo y quiebra de empresas pequeñas y medianas en los países periféricos. Y es que era obvio que algo así pasara. Cerrados los mercados europeos, asiáticos y norteamericanos, tanto los saldos exportables y los excedentes chinos como de las economías centrales, necesariamente debían volcarse hacia los bordes del sistema planetario. En el mismo sentido, la rumbosa marcha del desastre global golpea el corazón de la economía domestica y el mercado laboral norteamericano que no logra despegar de su letargo, a pesar del supuesto pleno empleo que le ha inyectado la estrategia del trumpismo. En nuestra región, Latinoamérica sigue en la búsqueda de la unidad perdida tras el asalto a la razón de las hordas neoliberales y fascistas. Salvo honrosas excepciones, la heroica Bolivia de Evo y la dolida Venezuela de Maduro, jaqueados por la jauría como nunca se ha visto en la historia del continente, las economías más desarrolladas como la mexicana, la brasileña y la argentina, se hunden en un estrepitoso proceso que deja al descubierto el saqueo, la impunidad y el desprecio por los trabajadores y los sectores marginados que los grupos dominantes aplican despiadadamente con la complicidad el poder financiero, mediático y judicial. Los pronósticos no son buenos. La tan reclamada y esperada recuperación de la economía mundial lejos está de producirse. Los mercados muestran su confusión y su rumbo errático. Los bonos de deuda en alza y los precios de las materias primas a la baja ahogan cada vez más a las economías emergentes. La disputa a todo o nada entre las economías china y norteamericana; los precios del petróleo y sus derivados que no alcanzan un nivel de equilibrio, (de los que dependen Rusia; Irán y Venezuela); el cierre de fronteras de los países centrales, a la producción y la inmigración y la apertura indiscriminada de los mercados periféricos, muestran claramente que la reactivación y la nueva integración global no están a la vuelta de la esquina. Más bien se diría todo lo contrario. Es una agenda traumática que la cumbre del G-20 que se reúne en Buenos Aires, lejos de encontrarle una respuesta racional, ha de plantear nuevos y más peligrosos interrogantes. Entre ellos, probablemente el más inquietante es el que se cierne sobre toda la humanidad: que la locura de Trump y el complejo militar industrial tecnológico norteamericano intenten convertirse en la tracción de la modorra económica mundial. Si así ocurriera, nuevamente estaríamos ante la escalada de sangrientos conflictos artificiales de baja o media intensidad cuyas secuelas tal vez pongan nuevamente al planeta al borde del abismo. Sin embargo, como la misma historia de la humanidad devela, el futuro, aunque incierto, es también una incógnita apasionante. Estamos en presencia de un mundo complejo. De un mundo en conflicto. Las fuerzas de la producción internacional de bienes y servicios desbocadas y en disputa a muerte. Un escenario preocupante, peligroso y a la vez, esperanzador. Pues lo que se está incubando en el planeta es un proceso de enfrentamiento feroz entre el capital y el trabajo. Un proceso dinámico y lleno de contradicciones; de marchas y contramarchas. Un proceso complejo, revulsivo y dialéctico que ha de marcar a fuego la vida cotidiana de las masas oprimidas de la sociedad planetaria. Un proceso que ha de poner a prueba su capacidad de organización y resistencia. En fin, su capacidad política para disputar poder real en todo el mundo. No es poco lo que está en juego. El G-20 lo sabe. Y también los trabajadores del planeta.