Envalentonado por la marcha de ayer en el Obelisco, y mientras espera con ansiedad el debate de esta noche, Mauricio Macri sigue sumergido en su propia fantasía de poder revertir, por obra y gracia de un milagro divino, la brutal paliza que recibió en las PASO.
Sin embargo, algunos de sus hombres más cercanos intentan por todos los medios que, en algún momento, el presidente tome conciencia sobre la imposibilidad de dar vuelta aquel resultado, teniendo en cuenta de que la diferencia que le sacó Alberto Fernández se traduce en más de 4 millones de votos.
Y por eso mismo, todo indica que el Gobierno seguirá funcionando en un estado casi de inercia o, como alguien próximo a Macri definió como “piloto automático”.
En otras palabras, y a pesar del optimismo que invade a algunos referentes de Juntos por el Cambio, otros tantos ya dan casi por descontado el triunfo del Frente de Todos, por lo que, en la práctica, la administración macrista decidió poner la gestión al mínimo necesario hasta tanto no se confirme oficialmente quién será el presidente a partir de diciembre.
Por ejemplo, en los ministerios dieron la orden de no abrir nuevos expedientes de compras y obras por las próximas semanas, mientras que los funcionarios deben tener todos los expedientes ordenados ya el viernes 25 de octubre, o sea, el último día hábil antes de las elecciones generales.
“Es lógico no hacer nada nuevo hasta ver qué pasa”, reconocieron en la Casa Rosada, donde a pesar de aclarar que “el presidente está al tanto de las novedades”, está claro que el presidente dejó de ser tal hace ya veinte días, para sumergirse en tiempo completo en su rol de candidato y pensar casi en exclusividad en la gira del “Sí, se puede”, que no pocos ya califican como “gira de despedida”.
“Lo que está en marcha, está en marcha”, aseguraron en el Ejecutivo, y pronosticaron que “el que venga apagará lo que considere que no es necesario”.
Es más, tan golpeados quedaron con los resultados de las PASO, que horas después de lo que fue aquella paliza del Frente de Todos para las aspiraciones de Cambiemos, algunos subsecretarios sugirieron a los ministros que ya debían empezar a cerrar expedientes, con la idea de entregar el poder de la manera más prolija posible.
Mientras tanto, el mensaje interno es que hoy el interés tiene que pasar por un objetivo mayor, que es –o debería ser- común a todos: lograr la mayor cantidad de votos posibles, aunque el oficialismo pierda el 27 de octubre. Es decir que, llegado el momento, la derrota sea lo menos dolorosa posible.
En tanto, el jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, sólo piensa en su probable reelección, mientras que María Eugenia Vidal busca “la mejor elección posible” el 27 de octubre sin demasiadas esperanzas de un milagro electoral, apuntando a una táctica “centrista”, de “propuestas”, alejada de la prédica explosiva de los escuderos de Macri, que insisten en la confrontación con el kirchnerismo como principal argumento.
Y mientras ellos dos, como figuras de lo que sería el post-macrismo se alejan cada vez más de las brutales críticas a Alberto Fernández y el kirchnerismo que lanzan Miguel Pichetto, Elisa Carrió, Patricia Bullrich o algunos dirigentes de la UCR, prefieren tender puentes con referentes del Frente de Todos.