Es casi increíble el nivel de fetichización que ha asumido el dólar en el espíritu de muchos de nuestros compatriotas. Es un bien importado más, es como un frasquito de Carolina Herrera o un paraguas de James Smith & Sons. Algo que se produce fuera de nuestras fronteras, con la única diferencia que, a diferencia de los otros ejemplos, lo necesitamos para pagar la descomunal deuda que nos dejaron los anteriores inquilinos de la Casa Rosada, para los insumos que necesita nuestra producción y como reservas para mantener nuestro tipo de cambio y evitar que se conviertan en alguno de los dos ejemplos dados que, de hecho, esos dos artículos no nos sirven para nada como comunidad humana, como sociedad.
En este país no se le prohíbe a nadie que, por ejemplo, viva en Palermo Chico, si cuenta con el dinero suficiente para comprar allí una casa, pagar los impuestos y gravámenes correspondientes y las comisiones del caso.
De la misma manera, tampoco se le niega a nadie su derecho a viajar al exterior si está en condiciones de adquirir esa mercancía llamada dólar -el dólar en Argentina es una mercancía importada más- con los impuestos, recargos, gravámenes y comisiones que la legislación establece sobre la misma.
No jodan.