El periodista Diego Shurman publicará en los próximos días el libro “Alberto”, por Editorial Planeta, donde relata parte su vida política, sus encuentros y desencuentros con Néstor y Cristina Kirchner. En el libro hay un capítulo dedicado a como la ex presidenta gestó la fórmula electoral de Alberto Presidente.
Aquí ese capítulo:
“El celular le advirtió de dos mensajes de Telegram. Alberto Fernández no le prestó atención porque estaba dando clases de Teoría general del derecho en la Universidad de Buenos Aires. Pero al tercer mensaje se inquietó. Relojeó la pantalla y era Cristina. Su zozobra fue entonces mayor. Igualmente, prefirió no revelar nada a sus alumnos. Y procuró que su semblante lo acompañara en esa decisión.
Ese 15 de mayo de 2019 había amanecido con una temperatura de 12 grados y treparía a más de 20 a la hora del almuerzo, que el profesor Fernández ya tenía reservado con sus amigos de «La banda del Módena». Le había puesto ese nombre por el restaurante donde se juntaban originalmente, pero en esta oportunidad la cita era en Novecento, en la avenida Figueroa Alcorta, precisamente enfrente de la Facultad de Derecho.
—Necesito verte. ¿Qué estás haciendo? —decía el escueto mensaje de Cristina.
—Estoy dando clases —le contestó Alberto.
—¿A qué hora terminás? —insistió ella.
—Terminó a la una.
—Cuando termines venite a verme —ordenó.
—Pero tengo un almuerzo. ¿Es urgente? ¿Pasó algo? —preguntó él.
—Es urgente, pero puede esperar hasta después del almuerzo. ¿A qué hora terminás?
—A las tres.
—Venite después del almuerzo —agrandó el misterio. Sólo le aclaró que la cita era en la casa de su hija Florencia.
Alberto pensó que la ansiedad de la ex presidente tenía que ver con la «causa Vialidad». Por esos días la Corte Suprema había pedido el expediente al Tribunal Oral Federal No 2 para determinar si existían errores procesales. Esa solicitud se hizo en función de un pedido de la propia Cristina, acusada de direccionar la obra pública en favor del empresario Lázaro Báez.
Cuando terminó de dictar clases, el ex jefe de Gabinete hizo unos metros hasta el restaurante. Lo esperaban el ex titular de la Oficina Anticorrupción, Julio Vitobello; el ex secretario de Culto, Guillermo Oliveri; el ex auditor Carlos Montero; y el ex presidente interino del Banco Central, Miguel Pesce. Un poco más tarde se sumaron el ex embajador en la Santa Sede, Eduardo Valdés, el ex embajador ante los Estados Unidos, Jorge Argüello, y el ex legislador Claudio Ferreño.
Su cuerpo estaba en el almuerzo. Su cabeza, en Cristina. A la hora de los postres se despidió y se trasladó de Recoleta a Constitución. Florencia vive en el segundo piso del edificio de la esquina de San José y Humberto Primo. Alberto llegó alrededor de las 15.30. La dueña del departamento estaba en Cuba, sometiéndose a un tratamiento médico.
Cristina lo recibió sentada frente a la mesa del comedor, lugar donde suele jugar con su nieta Helena. Estaba sin maquillar y con ropa casual. Ergo, no estaba preparada para salir porque cada vez que lo hace, como ella misma dice, se pinta como una puerta. Después de algunas palabras y saludos de rigor con Alberto, les pidió a sus secretarios Mariano Cabral y Diego Bermúdez que se fueran a la cocina y cerraran la puerta.
Ya estaba preparado el té para ella y el café para él. Ya habían dejado sus celulares en otro ambiente de la casa, temerosos de una pinchadura. Ya era hora de terminar con el misterio. Y Cristina no anduvo con ambages.
—Estuve pensando mucho —arrancó—. Mirá, la situación está difícil. Tal vez yo pueda ganar las elecciones pero, aunque gane las elecciones, me va a ser muy difícil gobernar porque me van a hacer la vida imposible. Y ahora tenemos que ampliar la base y empezar un diálogo más abierto con gente con la que yo no puedo hablar. Lo estuve pensando y la verdad es que me parece que vos tenés que ser el candidato a presidente —tiró la bomba.
Alberto quedó impávido. No reaccionó. Era como si le hablaran de un tercero. Repasó la frase de Cristina. No caía en la cuenta. Lo suyo era extremadamente racional para alguien a quien acababan de bendecir como candidato a presidente de la principal fuerza opositora del país.
Cómo iba a ser él, se preguntaba a sí mismo, si justamente se venía encargando de construir la unidad detrás de la figura de Cristina.
Cómo iba a ser él, seguía maquinando en su cabeza, si eso le restaría credibilidad a la tarea de ensamble que venía desarrollando.
Cómo iba a ser él, se torturaba, si como encargado de acomodar las piezas del rompecabezas peronista debía estar por encima de la búsqueda de un cargo.
En rigor, sobre la potencial candidatura de Alberto ya se venía especulando. Pero puertas adentro. Felipe Solá era uno de los que creía en esa opción. La confianza histórica entre la ex presidente y su jefe de Gabinete alentaba esa hipótesis, que repetían los integrantes de La banda del Módena y también Hugo Moyano. «Si soy yo, se puede alterar el proceso de unidad en el que estoy trabajando», contestaba Alberto a los que lo alentaban.
Algo así le planteó a Cristina. Ella, en cambio, veía en eso su potencial.
—Vos podés hablar con todos. Puerta que golpeás, puerta que te abren. Todos te la abren: los medios, los empresarios, los gobernadores, lo sindicalistas. A mí no.
—Me sorprendés. Todo lo que hicimos, incluyendo el libro (en alusión a Sinceramente), lo hicimos pensando en tu regreso como candidata. ¿Y de repente ahora me decís que no querés ser candidata? ¿Para qué trabajé todo este tiempo? —ensayó un falso reproche.
Alberto siguió con una vieja perorata sobre la imposibilidad de acopiar los votos de ella. Estaba convencido de que los votos no se trasladaban. De hecho, insinuó que Sergio Massa sostenía su propia candidatura presidencial esperando que Cristina se bajara, seguro de que sin ella el espacio kirchnerista —con Axel Kicillof u otro como candidato a la Casa Rosada— perdería mucha competitividad.
Por entonces algunos sondeos adjudicaban a la ex presidente 34 puntos de intención de votos. Alberto le decía que sin el apellido Kirchner en la fórmula ese número podría descender a 24 puntos.
—¿Vos lo pensaste bien? Me rompí el culo todo este tiempo organizando tu candidatura, organizando el libro, ayudándote con datos en las causas judiciales… ¿Hice todo para que seas candidata y ahora me venís con esto? —se mostró desconcertado.
—Justamente, si vos no hubieras hecho lo que hiciste yo no tendría la autoridad que hoy tengo para hacer esto que hago.
—No sé hasta dónde puedo llegar, no sé cuántos votos puedo sumar —evaluó con el tono de quien carga con una misión que asume como imposible.
Percibiendo la preocupación de su interlocutor, recién ahí Cristina largó la segunda bomba de la tarde.
—Vos vas a tener mis votos porque yo te voy a acompañar. Yo voy a ser tu candidata a vice.
—¡¿Vas a ser mi candidata a vice?! —levantó las cejas Alberto, a esa altura con una sensación interna de estar en una montaña rusa, aunque su cuerpo mostrara templanza.
—Sí, sí. Yo te garantizo todos mis votos, y vos tenés que ir a sumar lo que falta —tranquilizó la senadora.
—Te agradezco la confianza, Cristina, pero pensalo un poquito más porque vos podés ser candidata y podés ganar. Y si necesitás que te acompañe como vice no tengo drama en acompañarte. Pero pensalo un poquito más —propuso invertir la fórmula.
—No tengo nada que pensar porque yo ya lo pensé —clausuró la idea.
—En serio, deberías darle una vuelta más al tema —atinó a decir, sabiendo a esa altura que volvería a su departamento de Puerto Madero con otro título, además del de abogado. Iba a ser candidato a presidente. No tuvo ni chances de estudiarlo.
Al segundo, Cristina comenzó a explicarle los pasos a seguir.
—Mirá, yo ya tengo todo diseñado. Voy a grabar el viernes un video, donde voy a anunciar que vos sos el candidato y yo te voy a acompañar. Vos escribime lo que tendría que decir. Fijate qué se te ocurre.
—¿Eh? Imposible. No tengo la menor idea de qué estás haciendo. ¿Qué querés? ¿Que yo escriba bien de mí?
—Dale, dejate de joder. Esto es política. Ayudame a escribir esto.
Se despidieron afectuosamente. Alberto encaró para su casa. Lo esperaba Fabiola Yáñez, su pareja. Le pidió hablar un minuto a solas, disculpándose con una amiga que estaba de visita. «Mirá, el sábado va a empezar una vida distinta, donde van a tratar de inventar toda la mierda que puedan inventar de nosotros. Te pido prudencia en todo», fue el preámbulo de su revelación.
Al día siguiente, jueves 16 de mayo, Alberto volvió a encontrarse con Cristina. Tenía en su poder una encuesta presencial de Alfredo Serrano, director ejecutivo del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica, que le daba a Cristina 12 puntos de ventaja sobre Macri.
—¿Viste la encuesta? ¿La estás viendo? Yo te acompaño si querés, pero tenés que ser vos —le dijo en otro infructuoso intento por torcer la decisión de la ex presidente.
—No, no, no. Quedate tranquilo. Lo que yo hago es lo correcto, Alberto —dejó en claro que no había ni ápice de posibilidades de dar marcha atrás.
—Pero pensalo, Cristina —planteó, ya en un duelo de terquedades.
—Ya te lo expliqué. Si soy yo, todo eso puede decrecer, olvidate. Tenés que ser vos. Ocupate de conseguir lo que falta.
Eran las 7 de la tarde de una jornada de tiempo agradable y un cielo nuboso. Alberto regresó a su casa. Y cumplió con lo que más que un pedido asomaba como una orden: escribió un texto donde hablaba bien de él. Dos carillas, de apuro.
—¿En serio querés el texto este? ¿Cómo es lo del video? —fue la última resistencia que ofreció al paso a paso diseñado por Cristina.
—Hay que hacerlo, dejate de embromar. Lo hablé con Máximo y está de acuerdo. Lo hablé con Parrilli y está de acuerdo —lo chuceó ella.
El viernes 17 de mayo, al anochecer volvió a verse con Cristina. Esta vez en la casa de Recoleta. Estaban Máximo y Parrilli. Lo felicitaron. Y le confirmaron que Tristán Bauer trabajaría toda esa noche en la pieza fílmica del anuncio, que finamente se nutrió de apenas dos líneas del texto de autoelogio al que se resistía.
Al salir de la reunión, Alberto llamó a Ferreño y a Juan Fernández, dos personas que —como siempre dice— lo acompañaron cuando estaba en el desierto. Les anticipó lo que en menos de veinticuatro horas se haría público.
El cierre de esa jornada fue lo más difícil. Tenía que comunicárselo a Estanislao, su hijo. A lo largo del año le había prometido que no iba a ser candidato a nada.
—Venite a comer que tengo que hablar con vos —lo invitó.
La cita era en Le Grill, en avenida Moreau de Justo, a pocas cuadras de su morada.
Estanislao estaba seguro de que le iban a dar una mala noticia. Especuló con que su padre buscaría una banca de diputado. Alberto no le adelantó nada pero, previendo un mal momento, le pidió a Fabiola que lo acompañase. No se equivocó.
Su hijo le pasó numerosas facturas. Se mostró especialmente preocupado por lo que la prensa pudiera decir de él y su novia, Natalia Leone, producto de una exposición indeseada. «Nos van a volver locos, no vamos a tener vida», imaginó.
Alberto consideraba que Estanislao, a pesar de su trabajo como cosplayer —interpretando a personajes de películas, cómics y videojuegos, por lo cual lo contactaron de la Comic-Con de Nueva York— no se sentiría cómodo con el reconocimiento público si se daba en esas circunstancias. Pero le pidió comprensión. No fue una conversación sencilla.
La cena abonó su cuota para que esa noche al bendecido candidato le costara dormir. Alberto se encontraba en medio de un tsunami de sensaciones. Sabía que, a la siguiente mañana, no sólo se convertiría en el hombre del día sino que su vida cambiaría para siempre.