Hoy miles y miles de argentinos marcharán hasta la Plaza de Mayo para recordar el regreso de Juan Domingo Perón a la Patria. Durante 17 años, el pueblo sufrió persecuciones, encarcelamientos y desapariciones por defender la figura de su líder. Es bueno que los más jóvenes recuerden esas lucha y la importancia de la militancia popular.
El siguiente es un resumen de cómo se gestó aquel retorno:
Las Fuerzas Armadas habían optado en 1970 por el general Roberto Levingston para que se encargara de la transición que implicaba la entrega del poder a la sociedad civil, luego del fracaso de cuatro años de Onganía. Pero el oscuro general, a los pocos días de haber asumido el poder, decidió que había llegado para quedarse por un largo tiempo. Primero se peleó con los partidos políticos que formaban La Hora de los Pueblos, luego con sus ministros y finalmente con los comandantes de las Fuerzas Armadas. La soberbia se había apoderado hasta que una importnte movilización en Córdoba conocida como ‘viborazo’ lo echó de la Casa Rosada.
El 26 de marzo de 1971, el hombre fuerte de las Fuerzas Armadas, Alejandro Agustín Lanusse, asumió la presidencia. Lanusse era la única figura con reconocimiento entre los militares que podía intentar una retirada decorosa del gobierno, intentando dejar un civil con acuerdo del peronismo. Por primera vez, los militares asumían que todas las tácticas utilizadas para proscribir al peronismo desde 1955 habían fracasado. Desde la lejanía de la Puerta de Hierro, Perón mantenía su liderazgo, ahora ampliado por sectores estudiantiles y de clase media.
La estrategia de Lanusse era preservar el sistema, a partir de un Gran Acuerdo Nacional (GAN) conducido por las Fuerzas Armadas que permitiera, como máximo, llegar a un acuerdo con Perón para que el próximo presidente fuera el mismo Lanusse y, como mínimo, un civil que no fuera peronista. El general Lanusse nombró como ministro del interior al Dr. Arturo Mor Roig, un prestigioso radical quien rápidamente acordó con el delegado de Perón, Jorge Daniel Paladino.
Las reuniones fueron secretas y durante varios meses el embajador en España, brigadier Jorge Rojas Silveyra y el coronel Cornicelli -Perón se burlaba llamándolo “Vermichelli”-, mantuvieron frecuentes negociaciones con el general Perón. Lanusse estaba convencido de que el acuerdo con el viejo líder justicialista iba a funcionar. Lo primero que hizo fue la devolución de los restos de Evita, luego le reintegró el grado militar y lo sueldos adeudados. Finalmente, concretó el cierre de 27 procesos judiciales abiertos desde 1955. Jacobo Timmerman desde el diario La Opinión calificaba a Perón de ‘gran caudillo político’ y a Lanusse de ‘gran caudillo militar’. Pero se estaba lejos de un acuerdo. Perón mantenía el poder y un prudente silencio.
Mientras las negociaciones continuaban, Perón, en febrero de 1972, dará a conocer uno de sus últimos documentos titulado ‘La única verdad es la realidad’. Allí analizó las condiciones económicas y políticas del país y planteó que la única forma de solución era llamar en el más breve plazo a elecciones nacionales. También planteó tomar una serie de medidas urgentes como el incremento del salario real, una moratoria amplia y generosa, la reducción de la presión impositiva, la elevación de los niveles de protección de la industria local y el crédito ágil y barato:
“Lanzamiento inmediato de grandes obras, comenzando por la de carácter energético y vial, teniendo en cuenta que para romper la inercia del actual proceso económico se impondrá asimismo la necesidad de llevar a cabo un vasto plan de viviendas, cuyo déficit es, por lo demás verdaderamente dramático, ya que oscila en los dos millones de unidades”.
Perón estaba conciente que por primera vez las Fuerzas Armadas estaban acorraladas y que existían posibilidades concretas de retornar al poder, pero para ello no había que cometer errores en la estrategia. Sabía que Lanusse iba a intentar, por todos los medios, sacarlo de la lucha política. Luego de un largo silencio el líder justicialista comenzó a mostrar su estrategia, la cual no sería comprada con títulos, honores o dinero. Decidió que había un solo camino y era el de presionar hasta las últimas consecuencias a Lanusse para que entregara el poder sin concesiones. Una de las primeras medidas fue reemplazar a Jorge Paladino por Héctor Cámpora como delegado personal, un viejo militante que había ocupado la presidencia de la Cámara de Diputados en su primer gobierno. En segundo lugar nombrará como delegados juveniles a Julián Licastro y Rodolfo Galimberti, un militante juvenil, que aunque no era montonero tenía contacto con el grupo.
El general Perón le pidió a Galimberti que unificara la Juventud Peronista. A mediados de junio de 1972 se realizó la unificación entre los principales grupos que incluía a Guardia de Hierro, el FEN, el CdeO de Brito Lima y los grupos que respondían a Galimberti, Montoneros y Descamisados. En el encuentro que se realizó en la Federación de Box se escucharon dos consignas: ‘Perón, Evita, la patria peronista’ y ‘Perón, Evita, la patria socialista’. Finalmente se crearon las JP Regionales en todo el país. Lamentablemente las Regionales fueron rápidamente copadas por las organizaciones armadas y los grupos mas tradicionales fueron excluidos de su conducción. En poco tiempo, esta estructura fue la organización de superficie de los grupos armados peronistas.
Perón, que estaba al tanto del crecimiento de las ‘formaciones especiales’, las dejaba actuar, convencido de que abandonarían la lucha armada cuando cayera la dictadura. En la revista Panorama del 30 de junio de 1971 dirá: “La vía de la lucha armada es imprescindible. Cada vez que los muchachos dan un golpe, patean para nuestro lado la mesa de las negociaciones y fortalecen la posición de los que buscan una salida electoral limpia y clara. Sin los guerrilleros del Vietcong atacando sin descanso en la selva, la delegación vietnamita en París tendría que hacer las valijas y volverse a casa”.
En julio de 1972 se producirá el jaque mate al gobierno de Lanusse. Perón declarara a una revista que el gobierno ha tenido una serie de reuniones entre junio de 1971 y abril de 1972 para sobornarlo y para que no acepte ser candidato. Como prueba de esos contactos muestra una serie de cintas de sus conversaciones con el coronel Cornicelli y un memorando firmado por Elías Sapag, por el cual se le ofrecían cuatro millones de dólares a cambio de que no lanzara su candidatura para las futuras elecciones.
El general Lanusse y las Fuerzas Armadas empalidecieron. En una larga reunión en Campo de Mayo se resolvió que Perón era ‘intratable’ y que no podía ser candidato. También resolvieron que tampoco Lanusse. El 7 de julio, en la cena de camaradería de las Fuerzas Armadas el general Lanusse anunciaba que para ser candidato a presidente se debería renunciar a cualquier cargo en el gobierno, con lo cual se autoexcluía, y se debía fijar residencia en el país antes del 25 de agosto de 1972, con lo cual apuntaba a Perón que residía en España. Como si ésto fuera poco estableció que si ninguna fórmula alcanzara el 50% de los votos válidos se llamaría a una segunda vuelta.
El general Perón no aceptó las reglas impuestas por el gobierno militar y denunció la cláusula de residencia como una nueva maniobra proscriptiva hacia el peronismo y con su genialidad manifestó: “Lanusse parece que se autoproscribió al invitarme que hiciera lo mismo, pero su situación no es la misma que la mía. La misma posibilidad que tengo yo de ser rey de Inglaterra es la que tiene él de ser presidente constitucional de la República Argentina”.
Lanusse estaba grogui pero salió igual a responderle y el 27 de julio en el Colegio Militar en un discurso volvió a atacar a Perón: “Pero aquí no me corran más a mí, ni voy a admitir que corran más a ningún argentino, diciendo que Perón no viene porque no puede. Permitiré que digan: porque no quiere. Pero en mi fuero íntimo diré: porque no le da el cuero para venir”.
A Perón le da ‘el cuero’. El año 1972 es políticamente decisivo. Perón fiel a su estilo había comenzado el año negociando con Lanusse hasta que rompió en el mes de julio. A partir de allí comenzó a gestarse definitivamente el regreso de Perón. Era una jugada arriesgada, a suerte y verdad, donde no se sabía si los militares lo permitirían finalmente. Muchos dirigentes justicialistas se reunían con miembros de las Fuerzas Armadas para saber que pasaría si Perón volvía al país. Antonio Cafiero recordó en una entrevista realizada por Carlos Eichelbaum para la revista Los ’70que se reunió con Lanusse en la quinta de Olivos y le anunció que Perón había decidido volver al país, ante lo cual el general Lanusse empezó a gritar diciendo que “no iba a permitir que la negrada le hiciera un nuevo ‘17 de octubre’”.
Paralelamente a las difíciles negociaciones de Perón con el gobierno de Lanusse, la violencia de los grupos guerrilleros aumentó considerablemente. Estallaban bombas por todos lados, incluido el Sheraton de Buenos Aires; el ERP secuestró y asesinó al dirigente de la empresa Fiat, Oberdan Sallustro y los Montoneros ejecutaron al general Juan Carlos Sánchez, jefe del Segundo Cuerpo del Ejército, con sede en Rosario. El hecho más violento de ese año se produjo en el sur de nuestro país. El 15 de agosto fue copado el penal de Rawson lo que permitió la fuga de más de una veintena de miembros del ERP, FAR y Montoneros. Cuando llegaron al aeropuerto local solo pudieron huir seis dirigentes, quedando 19 militantes atrincherados en el edificio del aeropuerto donde pactaron su entrega. Los 19 detenidos fueron remitidos a la base Aeronaval Almirante Zar y masacrados el 22 de agosto por la Marina. Solo sobrevivieron con graves heridas tres militantes. La sociedad se indignó por esta carnicería y el Partido Justicialista brindó su sede para realizar el velatorio de tres guerrilleros. La Policía Federal reprimió a los presentes ingresando con una tanqueta al local y secuestrando los cadáveres.
La violencia continuaba en las calles de Buenos Aires y Perón decidió que volvería al país el 17 de noviembre como prenda de paz. Antes de su regreso da a conocer las Bases mínimas para el Acuerdo de Reconstrucción Nacional donde plantea modificar urgentemente la política económicasocial en base a un programa elaborado por la CGT y la CGE y la integración del Consejo Económico Social, el levantamiento del estado de sitio, la libertad de los presos políticos y gremiales y la designación de un oficial de las Fuerzas Armadas en el ministerio del Interior, para alejar toda suspicacia sobre parcialismo político hasta que se realicen las elecciones.
Finalmente el 17 de noviembre el general Perón regresará al país luego de 17 años de exilio. El Ejército y la policía cierran todos los caminos a Ezeiza. No permitirán que el pueblo se reencuentre con su líder. El operativo de seguridad contará con el despliegue de más de 35.000 efectivos, tanques, piezas de artillería y con una casi segura represión para quienes se quisieran acercar al aeropuerto.
Muchos jóvenes decidieron sortear las vallas de Ejercito – algunos cruzaron a nado el río Matanza- en lo que fue una jornada fría y con lluvia. Eran momentos donde no había diferencias en los jóvenes militantes, tanto del sindicalismo como de la universidad, todos estaban unidos en el “Luche y Vuelve”.
El ex diputado provincial Carlos Cottini, estudiante universitario de La Plata recuerda aquel día cuando un grupo de jóvenes, entre ellos Néstor Kirchner, fueron a esperar a Perón: “Tomamos el tren hasta Burzaco, dormimos toda la noche en la estación y por la mañana, un día muy lluvioso, empezamos a caminar hasta el rio Matanza. Éramos nosotros y miles más que queríamos llegar a Ezeiza. No pudo ser, el Ejército lo impidió.
Por su parte, el ex gobernador Carlos Ruckauf recuerda aquel día: “Un grupo de jóvenes que militábamos en el sindicato del Seguro decidimos ir, pese a que la dictadura ya había anunciado que no iba a permitir llegar a nadie. Fuimos en un colectivo viejísimo y nos bajamos cerca de Ciudad Evita. Llovía mucho y nos enfrentamos varias veces con la policía, pero buscábamos avanzar de cualquier forma. Un hecho me quedo grabado de aquel día. Estábamos cruzando una villa, llovía mucho y un viejito salió de una casilla y me ofreció un paraguas. Recuerdo que me dijo: es mi único paraguas, llévelo y cuando este cerca del general cúbralo para que no se moje”.
Ya en tierra, el general Perón será trasladado por las Fuerzas Armadas al hotel del aeropuerto internacional. La situación es tensa, no se sabe el final. El general Perón contará así su regreso: “Mi llegada fue un atropello de lo mas brutal y sobre todo de lo mas indigno, porque han procedido con un alto grado de indignidad. Ellos decían que era para darme seguridad y me tenían preso en una pieza en el hotel. Cuando al fin forcé la situación salí de la pieza y dije: ‘si no estoy detenido me voy’; me pararon en la puerta con la policía, las armas y todo (…). Consigo salir e irme a mi casa (…). Me echaron todo el ejército, toda la policía, rodearon la casa; no podía moverse nadie allí. (…) Llegó un momento en que colocaron cañones antiaéreos en la esquina de mi casa, para asustarnos; pasaban aviones de la Marina, toda la noche volando bajo, también para tratar de intimidarme”.
El general estuvo en el país casi un mes. Residió en una amplia casa adquirida para esa ocasión ubicada en la calle Gaspar Campos, localidad de Vicente López. Desde el primer día miles y miles de militantes, especialmente jóvenes desfilarán para saludarlo. El historiador norteamericano Joseph Page dirá: “El carnaval que se desarrolló en Gaspar Campos reafirmó la unión mística que existía entre el conductor y su masa. Los largos años pasados en el exilio habían aumentado su atractivo, mas que nunca, era ahora una figura paternal que proyectaba sabiduría y comprensión, un mensajero de paz, un símbolo de esperanza, la encarnación del mito eterno.”
Texto extraído de La Patria Sublevada. De Perón a Kirchner 1945-2010