Pretendiendo tomar distancia de las internas que vienen sacudiendo al Frente de Todos, y mostrándose equidistante de cruces, chicanas y discusiones que se dan entre los distintos actores en el oficialismo, Sergio Massa, reconocido malabarista a la hora de las contiendas, se multiplica para ocupar todos los espacios vacíos que dejan los reacomodamientos cada vez más habituales en la política argentina.
Por momentos, da la sensación de que el titular de la Cámara de Diputados estuviera todo el tiempo, en todas partes. Muchos lo consideran una ventaja, pero otros tantos también lo ven como un problema, sobre todo para alguien que arrastra una mala imagen ante la opinión pública y busca ser presidente.
Pero quienes están cerca de Massa, aseguran que a él no le preocupa esa cuestión, que comparte con prácticamente todas las figuras presidenciables en un país donde la polarización, el hartazgo con la política y la falta de resultados concretos le ponen un techo bajísimo a la proyección de cualquier figura que tenga esa pretensión.
Tal como lo viene haciendo desde hace tiempo, el tigrense apunta a convocar a las principales espadas tanto de la oposición como del oficialismo en el Congreso, con el objetivo de discutir una agenda de políticas en común en un marco institucional. En otras palabras, sueña en convertirse en el armador de una especie de Moncloa a la argentina.
En cuanto a su espacio político, el Frente Renovador busca llegar a 2023 con un candidato en cada uno de los 135 distritos bonaerenses, una ficha competitiva por la gobernación (vuelve a sonar el nombre de su esposa, Malena Galmarini) y, acaso, alguna mención al horizonte presidencial del propio Massa.
Respecto al futuro inmediato, y en caso de que las diferencias en el FdT finalmente llegan a un punto de no retorno, el titular de Diputados ya anunció a sus íntimos que no se alineará de manera automática con Alberto Fernández ni con Cristina Kirchner. Su compromiso se mantiene bajo el formato del Frente de Todos, por lo que cuando se termine la alianza, él pasará a considerarse en libertad de acción.
Y quienes lo conocen aseguran que a Massa le gusta llegar a la jugada final con dos cartas en la mano: especular con los nervios de sus interlocutores, negociar contrarreloj, conseguir más para su campo y hacerle perder tiempo a sus adversarios. Ya lo hizo en 2013, escondiendo su ruptura hasta minutos antes del cierre de listas. También en 2019, cuando en vísperas del cafecito con Alberto Fernández amagó con una jugada similar: asociarse a María Eugenia Vidal para marginar a Mauricio Macri y al kirchnerismo.
Y sin lugar a dudas, para él los votos del kirchnerismo siguen siendo el camino más corto para ganar una elección, ya sea nacional o provincial.
Y, por otra parte, a no dudarlo, Massa es un candidato del orden. A diferencia de otros, su éxito depende de que la presidencia de Fernández llegue a buen puerto y la sociedad privilegie una propuesta moderada, por lo que una crisis profunda lo dejaría en desventaja respecto a otros precandidatos.
En definitiva, el equilibrio para alejarse a tiempo del Gobierno, pero al mismo tiempo no propiciar su deterioro, puede ser una jugada sumamente compleja y un paso en falso para terminar con todas las expectativas de Massa para las presidenciales del año próximo.