Por Dante Augusto Palma. Ante intervenciones como la de un Luis Juez que cada vez se parece más a sus chistes, un Macri raza superior, o una Kelly Olmos hincha de una selección con inflación de expectativas, sentarse a escuchar un discurso con contenido, como el que brindara CFK el 17 de noviembre último, no abunda.
Sin embargo, los más depositaron su atención en el hecho del eventual anuncio de una candidatura. Probablemente impulsados por la ingenuidad o por la operación de algunos medios afines, lo cierto es que se había instalado que ella anunciaría su “regreso”. No hacía falta manejar información para darse cuenta que eso no podía suceder, al menos no este 17 de noviembre.
Sin embargo, podemos empezar por allí. Porque anuncios no hubo pero sí algunas intervenciones que pueden interpretarse en esa línea. Habrá que acostumbrarse a esto porque así es la política y porque, como les decía la semana pasada, aunque parezca insólito, entramos en la etapa de CFK como un oráculo al que hay que interpretar. El “todo en su medida y armoniosamente” que solía repetir Perón y que ella mencionó cuando la tribuna coreaba “Cristina presidenta”; más el comentario acerca de que Perón, a su vuelta, no quería ser presidente pero “tuvo” que serlo, podrían interpretarse como guiños a su candidatura. No hay mucho más que decir. Más adelante se verá. A juicio de quien escribe estas líneas, electoralmente hablando la situación para CFK es peor que en 2019, de lo cual se seguiría que con ella sola sigue sin alcanzar. Sin embargo, como la política ha devenido una rama de la literatura fantástica, dejemos abierto el juego.
Lo más interesante del discurso, entonces, fue su llamado a un consenso amplio, una recuperación del pacto democrático que, según ella, se rompió el día del intento de magnicidio. En un sentido, esa idea coincide con la de Larreta en torno a que para sacar a la Argentina adelante hay que tener el apoyo de un 70% de la Argentina y/o de los factores de poder. La gran diferencia es que con ese número Larreta estaba dejando afuera al kirchnerismo y, en el caso de CFK, ese 70% tácito parecía estar dejando afuera, no al “palomismo” larretista, sino a los halcones de JxC y a Milei. Pero más allá de quién está en ese 30% excluido, hay cierto acuerdo en la idea de que este “empate” que alguien podrá llamar “hegemónico”, o lo que fuera, entre dos fuerzas que se vienen alternando en el poder pero que, sobre todo, tienen la capacidad de obturar a la otra, está jodiendo al país. El problema no es tanto que haya grieta. El problema es que la grieta construya polos capaces de bloquearse mutuamente. Así, ninguna de las coaliciones logra hacer lo que se propone. En algún caso que eso suceda es una bendición (o una resistencia popular) pero independientemente de ello, lo cierto es que los últimos gobiernos se han encontrado con límites claros que les impiden llevar adelante sus planes. Alguien dirá que así funcionan las repúblicas democráticas liberales y es cierto pero una cosa es el equilibrio de poderes y una representación amplia de partidos y otra es que nadie pueda gobernar y siempre se viva un poco peor.
De lo anterior no debiera seguirse que haya un intento de acuerdo del oficialismo con Larreta, lo cual al menos no nos consta, pero sectores del kirchnerismo, a través de algunos periodistas, dejaron entrever el intento de crear puentes con sectores del radicalismo. De hecho, si uno escucha a Gerardo Morales últimamente, parece tener más coincidencias con el modelo de país del oficialismo moderado que con el ala radicalizada de JxC. Una vez más: todo es posible pero desde aquí lo vemos difícil. En la misma línea se rumorea algún intento de acercamiento con aquel sector del peronismo no K que quedó afuera del FdT con Schiaretti a la cabeza. Me permito ser escéptico aquí también pero dejemos que el tiempo confirme el escepticismo.
Otro aspecto interesante son las afirmaciones de CFK que van a contramano del progresismo que ha capturado al cristinismo y que muchas veces no escucha lo que la propia CFK dice. La referencia a poner más gendarmes en la Provincia de Buenos Aires y a terminar con el debate “mano dura o garantismo”, por ejemplo, demostró que para CFK el tema de la seguridad no es un tema “de la derecha” sino que afecta a todos y sobre todo a los sectores más desaventajados que tienen que vivir encerrados y pueden ser asesinados por el robo de una bicicleta o un celular. Se trató de una nueva demostración de que CFK y el kirchnerismo en general siempre fueron mucho más pragmáticos que lo que el sector sobreideologizado que lo ha hegemonizado cree.
Otro momento incómodo para el progresismo fue cuando tomó un eje central de la doctrina peronista y habló del trabajo como ordenador en tiempos donde la progresía se enoja cuando los trabajadores votan a la derecha. Algo parecido sucedió cuando en lugar de la romantización de la pobreza que celebra la existencia de merenderos administrados por jóvenes universitarios de clase media, se refirió a la importancia de la familia en tiempos donde su sola mención nos ubica automáticamente en la senda de los conservadores y fascistas.
Por supuesto no faltó la mención a algo que es cierto: el modo en que el gobierno de Macri demostró ser más eficiente para condicionar a su sucesor que para gobernar. Efectivamente, la deuda impagable que contrajo sumado a una corporación judicial que va a limitar fuertemente los intentos de avanzar en reformas estructurales, conforman un bloque que el espacio popular con CFK a la cabeza no pudo franquear y contra el que el gobierno de Alberto no pretende disputar. En este sentido, el gobierno de CFK avanzó lo que pudo avanzar con un 54% de apoyo en las urnas. Lo hizo confrontando y por las malas, lo cual muchas veces es necesario. Máxime cuando se observa que la idea de volver a intentarlo por las buenas ungiendo en el gobierno a un moderado, evidentemente, parece haber fracasado.
Volviendo al discurso, quizás la parte más criticable y preocupante, que de nueva no tiene nada, se conecta con la idea de la gran conspiración que podría rastrearse hasta las más altas esferas de la oposición, en este caso, para atentar contra su vida. Como indicábamos la semana pasada, suponer que Caputo financió a un 4 de copas para matar a la expresidenta mientras compraba bonos especulando con que la muerte de ella haría escalar su precio; y que de ese plan formaba parte un diputado que no tenía mejor idea que comentarlo a sus dos asesoras en voz alta en el bar que está en frente del Congreso es, para ser generosos, como mínimo, inverosímil. En la misma línea, achacarle la inflación a Magnetto y al poder judicial porque le ha permitido a Cablevisión aumentar los servicios que ofrece, supone una subestimación a la audiencia. El Grupo Clarín es culpable de un sinfín de cosas y es parte de un dispositivo de persecución pero no es el culpable de la inflación. Punto. No se puede decir cualquier cosa. Del mismo modo que tampoco se puede decir sin más que la solución para el problema de la corporación judicial es la designación de jueces a través del voto popular. Se trata de un tema tan complejo, con tantas aristas, tanta bibliografía y tantas experiencias a lo largo del mundo que, como mínimo, merecería una discusión más calma que evalúe pros y contras.
Para finalizar, otro aspecto criticable del discurso es lo que parece ser la profundización de cierto ensimismamiento y las referencias en tercera persona al gobierno que integra. Es que la idea de una democracia que sirva para vivir parece una buena respuesta para Luis Juez quien afirmó que la democracia no le había cambiado la vida a nadie, como si vivir y hacerlo en libertad no fuera un cambio lo suficientemente sustancial para la vida de todos los argentinos, especialmente para aquellos que tuvieron que exiliarse y para aquellos familiares que vieron a sus parientes secuestrados, desaparecidos y torturados. Sin embargo, en el discurso pareció más una elaboración a partir del intento de magnicidio que sufriera. Sobre este punto cabe decir que la democracia debería servir para algo más que vivir y que la vida humana pretende ser algo más que la vida biológica desnuda. Asimismo, tenemos mucha gente que pierde su vida o la transcurre miserablemente por hambre, hechos delictivos o simplemente porque las condiciones materiales hacen de su día a día un transitar hacia cualquier lugar menos hacia la autorrealización.
Pero lo más preocupante de este pasaje del discurso es que refuerza la idea de que su forma de entender la política últimamente parece circunscribirse a los padecimientos personales, los cuales, por cierto, vaya si los tuvo. Pero cuando uno observa que sus intervenciones públicas se restringen casi obsesivamente a las causas judiciales que la atraviesan, o cuando toda referencia al presente y al futuro está en relación con los parámetros del año 2015, como si en los últimos tres años ella y el kirchnerismo todo no hubieran formado parte del gobierno, se entiende por qué muchos de sus votantes están disconformes no solo con Alberto sino con ella también. Si este combo de una política que gira en torno a los asuntos personales y un despegue total de la responsabilidad sobre el actual gobierno no recibe un castigo más duro en las urnas es solo por la dinámica binaria de la política actual y por votantes que entienden que cualquier gobierno popular es mejor que un gobierno de la derecha. Sin embargo, con eso no alcanza para ganar una elección. Al fin de cuentas, de lo que se trata es de vivir mejor y más allá de toda la afectividad que rodea a CFK en tanto principal figura de la política argentina del siglo XXI, a CFK se la eligió y se la elige porque una mayoría vivió mejor bajo su gobierno. La confrontación, la disputa por el sentido, la dimensión trágica y la épica pueden ser elementos centrales de la política para una porción del electorado. Pero CFK no ganó ni ganará hablando de sí misma. Ganó porque mucha gente mejoró su calidad de vida en un sentido amplio. Comprender ello podría ser el verdadero puente, la verdadera conexión con amplios sectores de la sociedad que quizás no quieren comprar el paquete completo del kirchnerismo. Y no hay que enojarse ni sorprenderse por ello. Solo hace falta entenderlo y, luego, aceptarlo.