En la invocación religiosa en la Catedral Metrolitana por la asunción del presidente Javier Milei, el arzobispo de Buenos Aires y Primado de la Argentina, monseñor Jorge Ignacio García Cuerva, un hombre salido de las filas del Papa Francisco, fue contundente sobre la solidaridad y la defensa de los más pobres al afirmar que “una fraternidad que no es un slogan. Nadie es prescindible ni descartable”.
El obispo, perteneciente a los llamados “curas villeros” señaló: “Nuestro país es nuestra casa. Somos conscientes que nuestra casa ha sufrido y sufre muchas tormentas; sufre torrentes de exclusión, de dignidades pisoteadas, de inflación, de grietas, de intereses mezquinos, de desencanto y de sueños rotos”.
Luego agregó: “Nos toca reforzar los cimientos que nos permitieron mantener viva la esperanza” y ratificó que es hora de “trabajar la unidad entre los argentinos, una fraternidad que reconozca y valore las diferencias. Que no sean usadas para fragmentar sino para encontrar nuestra respuesta a los problemas que nos acusan. Una fraternidad que no es un slogan. Nadie es prescindible ni descartable”.
En otro tramo afirmó que existe “un Dios que nos hace libres, que nos impulsa a comprometernos con los que más sufren” y, en esa parte del discurso, recordó una frase del Papa Francisco: “La verdadera libertad expresa plenamente en la caridad. No hay libertad sin amor”. Y respaldó: “una de las concepciones más modernas difundidas sobre la libertad es esta. Que mi libertad termina donde empieza la tuya, pero aquí falta la relación. Falta el vínculo que nos dice el Papa. Esa es una visión individualista, sin embargo quien ha recibido el don de la liberación obrada por Dios no puede pensar que la libertar consiste en el estar lejos de los otros. La dimensión social es fundamental y nos permite mirar la bien común y no solo al interés privado”.
El discurso completo de monseñor Jorge García Cuerva
“Algunos pensadores contemporáneos plantean que vivimos la modernidad liquida, una época donde todo se diluye, se disuelve, se fragmenta, y con ella pueden llevarse también al olvido algunos pilares que nos constituyeron como Nación.
En este contexto, el evangelio que escuchamos nos habla de casa, de cimientos; nos invita a mirar lo que no se ve, pero que permite que toda construcción sea posible. Esos fundamentos que, más allá de las modas y los contextos, permiten que nos mantengamos de pie.
Nuestro país es nuestra casa. Somos conscientes que nuestra casa ha sufrido y sufre muchas tormentas; sufre torrentes de exclusión, de dignidades pisoteadas, de inflación, de grietas, de intereses mezquinos, de desencanto y de sueños rotos.
Por eso hoy nos toca a nosotros recordar, reforzar y valorar los cimientos que nos permitieron mantener viva la esperanza en lo momentos más acérrimos, porque siempre es posible renacer si lo hacemos entre todos.
Uno de los cimientos más golpeados, que necesitamos forjar nuevamente es la fraternidad. Es insistir una y mil veces con trabajar la unidad entre los argentinos. Una fraternidad que reconozca e inclusive valore las diferencias, y que estas no sean usadas para fragmentar, dividir, o enfrentarnos más, sino para encontrar nuevas respuestas a los problemas que hoy acucian. Las heridas y urgencias de nuestro pueblo piden a todos, pero especialmente a la clase dirigente la capacidad de comprometerse con la fraternidad social. Una fraternidad que no es un slogan, sino que exige la radicalidad de no enfrentarnos unos contra otros. Esta tierra supo hospedar y generar oportunidades, no nos dejemos robar la fraternidad social porque la cultura del encuentro no tiene límites, nadie es prescindible, nadie es descartable.
Es necesario aprender a reencontramos y reconocer que somos una comunidad; dejar de lado personalismos y generar consensos y acuerdos que permitan, a la creatividad y audacia, abrir nuevos caminos. Hay muchos hermanos nuestros al borde del camino que quieren ser parte viva de esta construcción.
El segundo cimiento a recuperar para que ese sueño llamado Patria siga inspirando a las nuevas generaciones, es la libertad. Como hermanos en la fe, todos los aquí presentes, compartimos la creencia en un Dios liberador. Un Dios que nos quiere liberar de la opresión, de la codicia y la avaricia, de la injusticia y la iniquidad, y de toda forma de violencia; un Dios que nos hace libres, sí, pero para ser más dignos y solidarios. Un Dios que, libres, nos impulsa a comprometernos especialmente con los que más sufren. Como nos dice el Papa Francisco: la verdadera libertad se expresa plenamente en la caridad. No hay libertad sin amor. (…) Sabemos que una de las concepciones modernas más difundidas sobre la libertad es esta: “mi libertad termina donde empieza la tuya”. ¡Pero aquí falta la relación, el vínculo! Es una visión individualista. Sin embargo, quien ha recibido el don de la liberación obrada por Dios no puede pensar que la libertad consiste en el estar lejos de los otros, sintiéndoles como molestia, no puede ver el ser humano encerrado en sí mismo, sino siempre incluido en una comunidad. La dimensión social es fundamental y nos permite mirar al bien común y no solo al interés privado.
Un tercer cimiento, es la memoria. Recuperar nuestra historia y reconocer a los hombres y mujeres que forjaron la Patria desde sus inicios y que cimentaron las bases de la organización nacional: la soberanía popular, el sistema representativo, la forma republicana, el federalismo. El testimonio de nuestros próceres y de tantos otros, su reflexión y su accionar, con sus luces y sombras, son otro cimiento fundamental. No usemos sus nombres para desunir a los argentinos.
Habrá tormentas inesperadas como fue, por ejemplo, la pandemia de covid que aún hoy nos duelen tanto sus consecuencias, pero tenemos que advertirnos de las tormentas que nosotros mismos podemos crear, y con las que hacemos tambalear la casa, nuestro querido país: las tormentas de la intolerancia, del sentirnos dueños de la verdad, los oportunismos políticos, los mensajes de desesperanza y pánico, el creer que cuanto peor, mejor. Un vendaval de conflictos y enfrentamientos que nos urgen a la reconciliación y a la paz.
Hoy es revolucionario sostenernos en la esperanza y crear oportunidades; por eso invocamos al Espíritu Santo, fuerza y amor de Dios, para que nos ayude a fraguar los cimientos de la Patria, y así, entre todos, construir nuestra casa, nuestra amada Argentina”.
Además de García Cuerva, de la invocación religiosa participaron el arzobispo griego Iosif Bosch; el obispo anglicano, Brian Williams; el representante de las iglesias evangelistas, pastor Christian Hooft; el rabino Shimon Axel Wahnish y Sheij Salim Delgado Dassum, representante de la comunidad islámica.