El historiador Jorge Abelardo Ramos en su libro Historia de la Nación Latinoamericana dice: “Somos un país porque no pudimos integrar una Nación, y somos argentinos porque fracasamos en ser latinoamericanos. Aquí se encierra todo nuestro drama y la clave de la revolución que vendrá. Ahí radica la tragedia de nuestro continente, dividido por la presión del imperialismo y las oligarquías nativas en el siglo XIX”.
Está frase encierra la tragedia de América Latina y nos muestra débiles antes los poderosos. Bolívar, San Martín, Artigas y tantos otros soñaron con esa unidad que no pudo ser en los albores de la independencia del reino de España. Manuel Ugarte la soñó a principios del siglo XX y Perón lo intentó con el ABC, la unión comercial de Brasil, Argentina y Chile. En el año 2005, en la Cumbre de las Américas, los mandatarios latinoamericanos encabezados por Lula, Chávez y Kirchner pusieron las bases de esa unidad y le dijeron no al ALCA.
El Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) había sido una idea impulsada desde los años 90, principalmente por los gobiernos de Estados Unidos bajo la presidencia de George W. Bush. Se buscaba expandir los principios del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), ya existente entre Estados Unidos, Canadá y México, a toda América Latina. Para muchos países, especialmente en América del Sur, esta propuesta era negativa ya que implicaba que un tratado de libre comercio con Estados Unidos significara una mayor dependencia económica, la apertura desmedida de los mercados locales y la reducción de la capacidad de las economías nacionales para proteger sus industrias locales.
La cumbre de Mar del Plata en 2005 mostró esas tensiones. Los presidentes de Argentina Venezuela y Brasil, entre otros, se manifestaron en contra del ALCA, oponiéndose abiertamente a la propuesta estadounidense. En el caso de Kirchner y Chávez, el rechazo fue particularmente firme. Chávez, en especial, se convirtió en el líder simbólico de la oposición al ALCA, al referirse a la propuesta como un “instrumento imperialista” y además encabezó una contracumbre con sectores progresistas y de izquierda de toda América Latina.
Néstor Kirchner, como anfitrion, en su discurso señaló que América Latina ya no estaba dispuesta a aceptar políticas impuestas desde afuera que no consideraran las necesidades y particularidades de los países de la región.