En su libro Ira y Tiempo, el filósofo Peter Sloterdijk sostiene que la cólera es un sentimiento irresistible que impregna a todas las sociedades donde sectores que se sienten excluidos, discriminados, no escuchados o perjudicados por el sistema político la incorporan. Este fenómeno, que en algún momento fue impulsado por procesos revolucionarios, hoy forma parte del proyecto de la ultraderecha populista, tanto en Estados Unidos con Trump, en Europa con Meloni o Le Pen, o en América Latina con Bolsonaro o Milei. Las sociedades están hartas de que las democracias no les brinden bienestar y mejoras en sus vidas cotidianas, sean de centroizquierda o centroderecha. Estos nuevos personajes, junto con el fenómeno de internet y las redes sociales, han sabido canalizar la ira de un porcentaje cada vez mayor que se siente fuera del sistema. Verdades o mentiras, poco importa. Según investigadores, en redes sociales, la verdad tarda seis veces más que las noticias falsas en llegar a la gente. Los algoritmos de Google, Instagram, Facebook, Apple se encargan de que cada uno de nosotros reciba la información que nos interesa, y que también les conviene a ellos. Los Trump y los Milei lo entendieron, el peronismo todavía no.
Hoy la comunicación, que nada tiene que ver con los medios clásicos, es clave para ganar elecciones. En menos de un año, Milei ha demostrado que ese es el camino y, pese a sus políticas crueles, mantiene el apoyo de la población. El peronismo, como en el tango de Cátulo Castillo, “está desorientado y no sabe qué trole hay que tomar para seguir…”. Quizás, volviendo a sus fuentes, el peronismo pueda redescubrir su capacidad de comunicación y su habilidad para llegar a la gente, incluso cuando tiene al establishment y a los medios en contra.
El peronismo debe recuperar sus raíces, pero adaptarse a las realidades y demandas actuales. Esto implica actualizar sus mensaje, construir un relato que rescate los valores históricos de justicia social y solidaridad, pero que también hable el lenguaje de las nuevas generaciones. Recordemos algunos momentos de la historia del peronismo, porque saber de dónde venimos nos ayudará a definir hacia dónde vamos.
En 1945, Juan Domingo Perón, sin estructura partidaria y solo con el uso de la radio —los diarios estaban en manos del establishment—, llegó a cada rincón del país y ganó las elecciones presidenciales.
Durante el largo exilio, cuando el peronismo estuvo proscripto y su voz no podía escucharse, llevó adelante una resistencia total al régimen. Hubo huelgas, sabotajes a empresas, tomas de fábricas, abstenciones electorales, y cuando el régimen oligárquico-militar no cedía, apoyó la guerrilla urbana con secuestros y bombas, a la que llamó “formaciones especiales”. Finalmente, el régimen tuvo que ceder y permitir elecciones libres en 1973.
Después de la muerte del viejo lider, la derecha oligárquica y las fuerzas armadas instauraron un régimen de terror, y como represalia, 30.000 argentinos desaparecieron, la mayoría peronistas.
En 1983, Raúl Alfonsín interpretó que la gente quería recuperar el sistema democrático y ganó las elecciones frente a un peronismo con dirigentes anquilosados y aburridos. Más tarde, llegó la renovación peronista, aunque quedó demasiado apegada a la socialdemocracia europea, con mucho traje y buenos modales, hasta que un gobernador riojano, sin aparato político, recorrió el conurbano profundo en un viejo camión, conectó con los sectores más humildes y ganó las elecciones. Aunque luego traicionó sus promesas, esa es otra historia.
En 2003, Néstor Kirchner, con solo el 22% de los votos, recuperó las banderas del peronismo, añadió la defensa de los derechos humanos, enfrentó a la Corte menemista y puso fin a las políticas nefastas del FMI.
En 2019, tras el gobierno conservador de Mauricio Macri, que volvió a endeudar al país sin brindar soluciones a la gente, la respuesta del peronismo fue retomar “la década ganada” y prometer “volver y ser mejores”. Sin embargo, el resultado no cumplió las expectativas. Más allá de la pandemia, el gobierno del Frente de Todos fracasó en su intento de controlar la inflación y, para colmo, eligió como candidato presidencial al ministro de Economía, quien tampoco logró frenar el proceso inflacionario.
Ni el PRO, que tuvo una interna salvaje, ni el peronismo, que llegó a las elecciones con una gestión deficiente y una inflación alta, supieron ofrecer soluciones a una población cada día más pobre y sin futuro. Fue entonces cuando apareció Javier Milei, un candidato fuera del sistema, sin aparato político ni el apoyo de los medios de comunicación, con un lenguaje agresivo y directo, similar al de toda la nueva ultraderecha (como Trump, Meloni, Le Pen o Bolsonaro). Con apenas dos o tres consignas simples, Milei ganó las elecciones del año pasado, contando con el voto de un sector amplio de los más humildes, algo que el macrismo no había logrado. Su consigna fue acabar con la “casta” a la que culpó de la pobreza y la inflación en Argentina.
Un gobierno cruel. A casi un año de gestión, el gobierno de Milei, con sus políticas brutales, sigue contando con el apoyo cercano al 50% de los argentinos. Ha reducido los ingresos de los jubilados, despedido trabajadores estatales, anunciado la venta de empresas estatales, disminuido el presupuesto para salud y educación pública, retenido fondos de las provincias, sin obra pública y redujo los impuestos a los ricos. Con todas estas medidas, controla la inflación y, aunque los argentinos no llegan a fin de mes, mantienen la esperanza de un futuro mejor.
La dirigencia peronista debería plantearse, parafraseando el título del libro de Lenin, “¿Qué hacer?”. Mientras el peronismo se enreda en discusiones internas y acusa de traidor a quien no comparte la opinión del otro, Milei sigue adelante con su discurso agresivo y violento, y aún cuenta con el apoyo de gran parte de la población.
El público ya no lee diarios ni mira televisión; se informa a través de redes sociales. Milei forma parte de un sistema donde la mentira se convierte en verdad, y la repite diariamente en sus discursos o mediante retuits. Gracias a las nuevas tecnologías, una mentira se propaga más rápido que la verdad. Operan como una guerrilla virtual, donde resulta difícil distinguir qué es real y qué no. El ejército de trolls, liderado por Santiago Caputo, permite a Milei imponer su verdad, mientras quienes lo enfrentan son bombardeados con insultos y difamaciones.
El peronismo necesita renovarse, encontrar nuevas melodías, reconectar con la gente y aprender a manejar las redes sociales. Por ejemplo, en 1945 Perón usó la radio para llegar a los trabajadores; durante su exilio, respondía cartas, a veces usando seudónimos como “Pecinco” o “Gerente” para eludir la censura. Sus cartas no solo eran para dirigentes políticos; también respondía a vecinos de pequeños pueblos, y esas palabras resonaban en toda la comunidad.
La pregunta es si la respuesta debe incluir mentiras y agravios como hacen Milei, Trump o Bolsonaro. La respuesta es no.
Lo que el peronismo debe hacer es construir un nuevo relato. Los años del primer gobierno de Perón o la década ganada de Néstor y Cristina ya son historia. Hoy hay que hablarles a miles de jóvenes que desconocen qué es el peronismo, qué son las vacaciones pagas, un gremio que defienda sus derechos o la jornada laboral de ocho horas. Muchos de ellos trabajan en la informalidad o como monotributistas, sin protección laboral. No es una situación ideal, pero es la realidad actual. Milei utiliza el concepto de “casta”. El peronismo debe usar mensajes concretos y reales: la culpa es de Mercado Libre, que se queda con tu dinero; de los bancos y de las empresas de servicios que te cortan la luz o el gas si no pagas; del Fondo Monetario Internacional.
Los “malos” tienen nombre y apellido: Marcos Galperin, Arcor, Paolo Rocca, Milei, Caputo, el FMI, y jueces con sueldos millonarios que no pagan impuestos. Ellos son la verdadera “casta”, los responsables de que cada día los ricos sean más ricos y los argentinos más pobres.
El peronismo debe abandonar los buenos modales, recuperar su espíritu creativo y subversivo, reinventar sus modelos y dejar atrás lo “políticamente correcto”. Necesitamos un batallón de jóvenes y no tan jóvenes irreverentes, dispuestos a plantear un cambio real. Cristina, Kicillof y Grabois son algunos de los nombres que deben estar a la vanguardia de la lucha.