
El odio del establishment económico al peronismo está presente desde su nacimiento en 1945, cuando un coronel otorgó derechos a los trabajadores. Persiguieron a Perón durante décadas y, desde hace más de 15 años, lo hacen con Cristina Kirchner.
Por estas horas, la persecución no se conforma con haberla condenado a seis años de cárcel y proscripto de por vida: intentan humillarla, buscando que termine en una cárcel común. Los esbirros de los medios hegemónicos presionan a la Cámara Federal para que no le otorgue prisión domiciliaria y la envíe a un penal.
Algunos periodistas celebraron la noticia. En el caso de Eduardo Feinmann, pidió que Cristina vaya a prisión para que “muera cagando, como Videla”. Dijo: “Videla, ese horroroso tipo que terminó muriendo cagando en un inodoro. Me encantó. ¿Y por qué no con Cristina? ¿Por qué no? Si los dos son horrorosos”.
Comparar a Cristina con el genocida Videla, responsable del asesinato de miles de argentinos durante una de las dictaduras más sangrientas, evidencia el odio de la derecha y la presión para que la Justicia ordene su humillación. Patricia Bullrich ya avisó que tiene un grupo de policías listo para ir a buscarla y sacarla esposada, como hicieron con el exvicepresidente Amado Boudou durante el gobierno de Macri.
Decíamos que el odio al peronismo comenzó en 1945, cuando detuvieron al coronel Perón y lo enviaron a Martín García por haber otorgado derechos a los trabajadores. Esa noche, Buenos Aires se transfiguró: fue felicidad plena en Barrio Norte. La gente se abrazaba en la Bolsa y los autos particulares flameaban banderas. Los medios celebraban la caída del “Hitler argentino”. Pero la alegría les duró poco: el subsuelo de la Patria se sublevó, llegó el 17 de octubre y con él, el triunfo electoral de 1946.
Una década después, la derecha salvaje bombardeó Plaza de Mayo y finalmente derrocó a Perón. La autodenominada “Revolución Libertadora” decidió “desperonizar” el país. Se intervino la CGT, se inhabilitaron más de 150.000 delegados de fábrica, se encarceló a cientos de dirigentes, hubo fusilamientos y el país se convirtió en una gran cárcel. Se crearon comisiones especiales para “detectar” todos los crímenes peronistas y se prohibió nombrar a Perón y a Evita. La Justicia se encargó de imputarle todo tipo de delitos políticos y morales, incluso inventando que el expresidente mantenía relaciones con menores de edad.
El juez Luis Botet instruyó un sumario contra Perón y otros por “traición a la patria y asociación ilícita”. Paralelamente, se le abrieron 119 causas judiciales, entre ellas una por estupro, en la que se lo acusaba de mantener relaciones sexuales con una joven de 15 años llamada Nelly Rivas. Los jueces la internaron en un orfanato y a sus padres los enviaron al penal de Olmos. Toda una patraña que no merece aclaración.
Intentaron asesinar a Perón en Caracas con una bomba en su auto, y en 1964, cuando decidió regresar a la Argentina, fue detenido en Brasil y se le advirtió que su avión sería derribado si intentaba continuar. Tras 18 años de exilio, volvió y fue elegido por tercera vez presidente. Murió meses después y llegó el golpe militar de 1976.
Fue una dictadura sangrienta: disolvió el Congreso, prohibió los partidos políticos, destituyó a los miembros de la Corte Suprema, intervino la CGT y designó como ministro de Economía a José Alfredo Martínez de Hoz, quien implementó una política de destrucción del Estado y de estímulo a la inversión extranjera.
Las Fuerzas Armadas, con el pretexto de “aniquilar la subversión”, llevaron adelante un plan de terror que incluyó asesinatos, torturas, desapariciones, persecución y apropiación de niños, paralizando a toda la sociedad. La violencia de la dictadura afectó a miles: profesores, delegados gremiales, sacerdotes y estudiantes, dejando como saldo 30.000 desaparecidos.
Han pasado ocho décadas desde el nacimiento del peronismo y la persecución continúa, ahora con la expresidenta. Demasiadas similitudes entre los ataques a Perón y los ataques a Cristina: de “corrupta”, “traidora a la patria”, “ladrona”, “asesina”.
En 1957 se realizó una película para denunciar a Perón y Evita, llamada El Mito. Vale la pena ver el tráiler y reconocer las similitudes con el odio actual, expresado por los medios hegemónicos, los esbirros del establishment económico —Magnetto, Rocca, Pagani, Blaquier— y la atenta mirada de la Embajada de los Estados Unidos.
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