El próximo 1 de agosto, el historiador Gabriel Di Meglio dejará la dirección del Museo Histórico Nacional tras una orden directa del gobierno libertario. La decisión, que no fue explicada oficialmente, generó un fuerte repudio en el ámbito académico y cultural. Diversas fuentes señalan que el motivo de fondo fue su negativa a autorizar una escena protagonizada por el presidente Javier Milei, vestido de granadero, empuñando el sable corvo de José de San Martín, en un acto con claro tono de autopropaganda.
Lejos de ser un detalle menor, la utilización del sable como objeto escénico rompe con la tradición histórica y simbólica que resguarda este ícono de la soberanía nacional. El sable corvo fue enviado por San Martín al gobernador Juan Manuel de Rosas como muestra de admiración por haber enfrentado, con coraje y firmeza, a las flotas invasoras de Francia e Inglaterra en defensa de los intereses argentinos, durante la Batalla de la Vuelta de Obligado en 1845.
El sable no es un disfraz: es memoria viva
El sable de San Martín representa mucho más que un arma: simboliza la lucha por la independencia, el honor nacional y la resistencia a los imperios. Su apropiación simbólica por parte del actual gobierno libertario —que niega el Estado, desprecia la soberanía y busca reescribir la historia desde el marketing— constituye, para muchos sectores, un acto de profanación institucional y cultural.
Di Meglio, historiador respetado y comprometido con una visión democrática del patrimonio, fue corrido del cargo por sostener lo que cualquier director de museo serio defendería: que el sable no se presta para shows políticos ni se banaliza para alimentar delirios de grandeza.
Robar sables, devolver dignidad
En ese contexto, cobra especial sentido el episodio del podcast “La Patria Sublevada”, que repasa dos acciones históricas llevadas adelante por jóvenes militantes de América Latina: el robo del sable de San Martín, en Argentina, por parte de la Juventud Peronista (JP) durante la proscripción del peronismo, y el robo del sable de Bolívar, en Colombia, ejecutado por el Movimiento 19 de Abril (M-19).
Ambos hechos ocurrieron en contextos de represión, exilio y censura, y tenían como objetivo resignificar los símbolos patrios, arrebatados por los sectores dominantes y vaciados de contenido popular. No eran actos delictivos comunes: eran mensajes políticos potentes, desafíos directos al poder.
Décadas después, los destinos de esos sables dieron un giro inesperado pero profundamente simbólico. En Argentina, Cristina Fernández de Kirchner ordenó que el sable de San Martín fuera devuelto al pueblo y exhibido en el Museo Histórico Nacional, con custodia de los granaderos, para que todos los argentinos pudieran verlo. En Colombia, el presidente Gustavo Petro, exintegrante del M-19, recibió formalmente el sable de Bolívar como jefe de Estado, en un acto que selló un ciclo de memoria, perdón y justicia.
En tiempos en que se discute qué Estado queremos y qué historia se quiere contar, el conflicto por el sable de San Martín es más que un episodio anecdótico: es una disputa por el sentido profundo de los símbolos nacionales, por su apropiación y resignificación.
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