Peter Lamelas, empresario designado por Donald Trump como próximo embajador de Estados Unidos en Argentina, se presentó ante el Senado norteamericano con una agenda que recuerda demasiado a la de Spruille Braden: intervenir en la política interna argentina.
En su exposición, Lamelas anunció que llega a la Argentina para “neutralizar la relación de las provincias con China”, combatir la supuesta “corrupción” de los gobernadores, garantizar que la expresidenta Cristina Kirchner “reciba la justicia que merece” y trabajar por la reelección de Javier Milei frente al riesgo del “peronismo y la izquierda”. Todo esto, bajo un tono que lo asemeja más a un virrey que a un diplomático.
El paralelismo con Braden no es casual: aquel embajador desembarcó en Buenos Aires en 1945 con el objetivo de apropiarse de los activos alemanes y apoyar a la Unión Democrática, el frente opositor a Juan Domingo Perón en las elecciones de 1946. La gran diferencia es que, mientras Perón lo enfrentó y lo transformó en símbolo del imperialismo derrotado, hoy Milei gobierna entregado, despreciando al Estado y al país, dispuesto a entregar la soberanía de pies y manos.
Como escribió Karl Marx en El 18 Brumario de Luis Bonaparte, “la historia se repite, primero como tragedia y luego como farsa”.
Vale recordar el famoso encuentro entre Perón y Braden, narrado por el propio general al historiador Félix Luna en el libro El 45: “Braden se había incorporado a la Unión Democrática y yo lo utilicé porque, ¡claro!, era un elemento urticante… ¡Cómo no lo iba a aprovechar! (…) El llegó, dejó su sombrero y nos pusimos a hablar a calzón quitado. Me empezó a plantear una serie de problemas. Yo le dije: ‘Vea, embajador, nosotros, como movimiento revolucionario, queremos liberar al país de toda clase de férulas imperialistas. Usted se ha embarcado en una tendencia totalmente contraria a la nuestra’. Me acuerdo que me habló de Cuba, me dijo que él había estado allí y que Cuba no era una colonia –porque yo le había dicho que no estábamos dispuestos a ser una colonia–. Entonces le dije: ‘Mire, no sigamos, embajador, porque yo tengo una idea que por prudencia no se la puedo decir’. ‘No, dígamela’, replicó él. ‘Bueno –le contesté–, yo creo que los ciudadanos que venden su país a una potencia extranjera son unos hijos de puta… Y nosotros no queremos pasar por hijos de puta…’”
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