Una excelente nota de Pablo Taranto para Tiempo Argentino donde entrevista a la antropóloga Victoria Gessaghi, quien explica cómo fue la educación de los amigos del presidente en nuestro país. Fantástica nota sobre las clases altas de la Argentina, que desde en los años cuarenta con el intento de Robustiano Patrón Costas no gobernaban el país.
La nota completa:
“La comunidad toda del Colegio Cardenal Newman el país, respondiendo a Jesucristo en el llamado actual de la Iglesia Católica y el carisma del beato Edmundo Rice, fundador de la Congregación de los Christian Brothers, se compromete a acompañar a los niños y jóvenes para que logren un desarrollo armonioso como personas.” Esa es la misión declarada de la institución en cuyas aulas estudió el “grupo de amigos” que hoy gobierna: el presidente Mauricio Macri, sus compañeros Pablo Clusellas (secretario legal y técnico) y Nicolás Caputo (empresario, principal beneficiario de la obra pública PRO) y alumnos de otras promociones, los ministros Jorge Triaca (Trabajo), Alfonso Prat-Gay (Hacienda y Finanzas) y Rogelio Frigerio (Interior).
Ese colegio y otros 15 o 20, nucleados en su mayoría en San Isidro, Recoleta o Belgrano, conforman desde hace décadas el exclusivo circuito educativo donde se han formado las familias “patricias” y los nuevos ricos que, vía alianzas matrimoniales o por el sólo imperio del dinero, buscan sumarse a esa élite.
De hecho, pasando revista al Gabinete de Macri es posible inventariar buena parte de esos colegios que hoy cobran cuotas mensuales de hasta 20 mil pesos. Sobre todo, aquellas escuelas católicas fundadas por congregaciones religiosas o por docentes extranjeros que originalmente enseñaban idiomas a los hijos de la clase alta. El jefe de Gabinete Marcos Peña fue alumno del marista Champagnat (adonde estudiaron, entre otros, Fernando de la Rúa y Mariano Grondona). Esteban Bullrich, ministro de Educación, asistió al colegio Saint Leonard’s, de Vicente López. Carolina Stanley, titular de la cartera de Desarrollo Social, fue estudiante del St. Catherine’s Moorland School, que hoy tiene sedes en Belgrano R y Tortuguitas. Y Ricardo Buryaile, ministro de Agroindustria, es un orgulloso “old georgian”, egresado del St. George’s College, de Quilmes. Más exclusivo aún es la institución donde se recibió en 1991 el secretario de Comercio Miguel Braun: la Escuela Escocesa San Andrés, o St. Andrew’s, fundada en 1838.
El libro La educación de la clase alta argentina. Entre la herencia y el mérito (Siglo XXI), de la antropóloga Victoria Gessaghi, investigadora del Conicet e integrante del Núcleo de Estudios sobre Elites y Desigualdades Educativas de la Flacso, ilustra los modos en que los sectores privilegiados han desarrollado espacios propios para la educación de sus hijos, como parte de un proceso de diferenciación social que hace frente a discursos igualitaristas muy arraigados en el imaginario de los argentinos, como el de la escuela pública, laica y gratuita. “El primer signo de pertenecer es el colegio al que vas”, dice una señora de “apellido” entrevistada por Gessaghi. Estas escuelas, explica la investigadora, han funcionado y funcionan como el espacio de sociabilización interpares en el que las redes de parentesco, donde se repiten y entrelazan los apellidos de los grandes terratenientes, construyen un “espíritu” de clase y, con el tiempo, una trama que multiplica las relaciones, los recursos y los negocios. Abuelos, padres e hijos de estas familias suelen mantener la tradición y cubren con su genealogía la historia de cada uno de estos colegios. Es raro que cambien, aunque puede pasar: las hijas mayores de Mauricio Macri fueron al Northlands, donde estudió la reina Máxima Zorreguieta, pero para Antonia eligió otro colegio de la élite, el Liceo Franco-Argentino Jean Mermoz.
La educación genealógica
“Este circuito de instituciones se forma muy tempranamente –advierte Gessaghi–. De hecho, estas familias patricias, muchas de las cuales apelaban tradicionalmente a la educación domiciliaria con maestras de idiomas y desde luego a la educación religiosa, católica, abandonan la escuela pública en las primeras décadas del siglo XX, cuando la educación media comienza a democratizarse y el sistema deja de permitirles, por ejemplo, estudiar en la casa o en el colegio Salvador y luego dar exámenes libres en el Buenos Aires. Las escuelas que durante generaciones siguen eligiendo estos sectores sociales fueron fundadas, en su gran mayoría, a finales del siglo XIX, por maestras inglesas o francesas o por congregaciones religiosas. Y a la hora de elegirlas, la cuestión académica no está en el centro de la escena, sino que se privilegia lo que llaman la formación “en valores”, es decir, la religión católica y eventualmente el trabajo pastoral, pero sobre todo la centralidad de la idea de familia, que contribuye a reproducir las redes de parentesco y la trama de privilegios. Lo central es construir esas redes de sociabilidad entre pares. Para los que tienen “apellido” y una gran antigüedad dentro de ese grupo social, significa seguir perteneciendo, consolidar el tejido de relaciones, y para los “nuevos” supone la posibilidad de ingresar a esa red: los hijos y, a través de ellos, sus padres. Y el colegio, mediante un mecanismo de selección que incluye cartas de recomendación y el poder de veto de los de adentro respecto de los recién llegados, también participa de esa construcción.
Las personas de “apellido” entrevistadas por Gessaghi se dividían sobre la pertenencia de Macri a la clase alta.
–¿Te googlean la genealogía?
–No creo. Ya saben quién es la tatarabuela de quién, conocen la marca que confiere cada apellido. La permanente reconstrucción de la memoria genealógica es un elemento constitutivo de las herramientas de legitimación de este grupo social, es precisamente lo que permite acceder a ventajas de clase que no tienen otros sectores.
–El colegio sería entonces la etapa inicial de la construcción de redes que más tarde posibilitan concentrar negocios, riqueza y, eventualmente, poder.
–Bueno, es lo que posibilita que hoy tengamos un Gabinete formado por varios, dicho por ellos mismos, “amigos del colegio”. El colegio es el epicentro de esta consolidación de redes de pertenencia a un grupo selecto; el club y hasta los cursos de primera comunión refuerzan ese patrón y afianzan una red transversal entre los colegios.
–¿Cómo manejan estos grupos la tensión entre los conceptos de herencia y mérito?
–La clase alta siempre ha debido construir una idea del mérito asociada a la justificación de su lugar en la sociedad, que fue cambiando de sentido. En un principio se refería a los patricios, “aquellos que habían forjado la Patria”, luego viró hacia la profesionalización, en general de empresarios del agro que lograron reconvertir sus modos de generar riqueza. Y aunque, fruto de estas redes de las que hablábamos, los sostenes y apoyos del entramado familiar y de amistades son centrales en cualquier emprendimiento, la idea de herencia casi siempre está invisibilizada.
–¿Qué te decían de Macri tus entrevistados?
–De hecho, lo primero que escuché era que “Macri no”, que no pertenecía a la clase alta. Habría que preguntarles qué piensan ahora. En todo caso, los diez empresarios más ricos de la Argentina, que no tienen apellidos tradicionales, están en su gran mayoría vinculados con estas familias a partir de alianzas matrimoniales y lazos de parentesco.
–Macri fue al acto de La Rural a hablar de su tío materno, Jorge Blanco Villegas.
–Exactamente. Bueno, cada vez que mencionaron a Macri, era para dirimir si pertenecía o no. Los que reivindican la idea de patriciado, decían que no. Pero los que atendían más al proceso de construcción de esa pertenencia, por ejemplo a qué colegio asistió o al hecho de que su primera esposa (Ivonne Bordeu) provenía de una familia tradicional, decían que sí.
–Peña, Braun, Blaquier, Bullrich, son los nombres del llamado “patriciado” que están en el gobierno. ¿Pensás que es posible que sea su educación, tras los muros de esos colegios exclusivos, la que no les permite sentir empatía con la gente de a pie?
–A ver. Efectivamente, este es el grupo social que hoy gobierna. Señalemos primero que para las familias tradicionales, la idea de involucrarse en partidos políticos es por lo menos una novedad, algo que no había sucedido en décadas, desde la precandidatura a presidente de Robustiano Patrón Costas en los ’40. Resurge a partir del PRO, con gente formada en fundaciones y organizaciones de la sociedad civil. Nosotros nos formulamos esa pregunta: ¿de qué modo, a partir de haber accedido al manejo del Estado por la vía democrática, toman decisiones estos individuos, surgidos de esa matriz sociohistórica que describimos? Sin embargo, y de movida, tenemos que aceptar que hay algo que evidentemente supieron hacer: interpelar al 51% de la población. Nuestros supuestos sobre la construcción de hegemonía aquí no estarían funcionando. «