El diario Página 12 publicó un hermoso reportaje al dirigente del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, Mauricio Rosencof, uno de los nueve “rehenes” que la dictadura militar uruguaya mantuvo presos durante trece años. El reportaje fue realizado por la periodista Barbara Schijman.
Una charla sin desperdicio:
“Compartió cautiverio con el ex presidente José “Pepe” Mujica y el recientemente fallecido ex ministro de Defensa Eleuterio Fernández Huidobro, más conocido como el “Ñato”. Los treces años que Rosencof pasó privado de la libertad “incluyeron bala, biaba, internación, media ración, incomunicación”. En condiciones infrahumanas, escribió en papel de fumar los versos de “La Margarita”, que luego musicalizó Jaime Roos, y los sacó de la prisión escondidos en los dobladillos de la ropa que su familia se llevaba para lavar. Este año se cumplen treinta años de su libro “Memorias del calabozo”, testimonio de los años de encierro de los tres “pintas” que estuvieron juntos: Mujica, Fernández Huidobro y Rosencof.
Su obra incluye novela, cuento, poesía y testimonio, y en cualquier género, el drama, la comicidad y la ternura se dan la mano para mantener vivo el recuerdo y resguardar la memoria. Así sucede también con “La segunda muerte del negro Varela”, su nuevo trabajo. En esta entrevista con Página/12, Rosencof cuenta con calidez y un sentido del humor asombroso los padecimientos que sufrió en manos de la dictadura militar uruguaya. Además, el código morse como canal de comunicación, los planes revolucionarios, la amistad, el tiempo, la resistencia, su literatura, la libertad, y la memoria, entre otras cosas. Los 83 que acaba de cumplir lo encuentran junto a Matilde, su cuarta esposa, su hija Alejandra, su nieta Inés, y “La calesita de Doña Rosa”, próximamente en la calle. Rosencof es “el Ruso”. Así lo llaman y así firma.
–Se cumplen treinta años de la primera edición de “Memorias del calabozo”. ¿Cambian la mirada y el relato a la distancia?
–Son treinta años de la primera edición y en noviembre “Memorias del calabozo” se empieza a filmar en España, y después en el Río de la Plata. Todo lo que produce un pozo: un presidente, un ministro de Defensa, un secretario de cultura… Treinta años después, uno siente que puede acumular más información, más conocimiento, más pensamiento, en la medida en que a uno le dé el cuero. Pero el camino que emprendimos los titulares de esta historia, y todos los que lo emprendieron, es un camino para siempre; es el camino de la militancia. Los primeros cristianos tenían todo en común y cada cual retiraba según su necesidad. Entonces, desde la noche de los tiempos, la lucha por la igualdad es tan hermosa como el discurso de Don Quijote a los cabreros cuando perdidos en Sierra Morena y muertos de hambre con Sancho encuentran a unos cabreros, y fogón de por medio, los invitan con queso y vino. Don Quijote siente la necesidad de devolverles de alguna manera aquel agasajo. Y tomando dos bellotas, les dice: “Felices tiempos aquellos que los antiguos llamaron dorados, no porque abundara ese metal, si no porque no existían estas dos palabras: tuyo y mío”. Creo que seguimos peleando por eso.
–“La segunda muerte del negro Varela” también habla de la solidaridad frente a la necesidad ajena.
–El barrio del Negro Varela es un barrio que está naciendo. Como nacían las aldeas en nuevo Oriente. Y acá hay una relación, porque los grandes acontecimientos vienen de los barrios. Es un barrio que nace, y un barrio para afincarse y ser, necesita un muerto, y ahí está el Negro Varela, que no sólo aporta su mortandad para afincar el barrio, sino que además tiene un lenguaje propio, y es un creador de idioma; eso otorga identidad al barrio. Otros pasaron a la historia porque tuvieron un Cafarnaún, porque tuvieron un Lázaro que resucitó, y el Negro tiene piernas hasta para eso. El Negro Varela aportó un muerto al barrio; pero no solo eso, deja planteado el tema de la resurrección.
–La dictadura militar lo mantuvo privado de su libertad durante trece años. A partir de ello sostiene que “los duelos con humor son menos”. ¿Cómo logró resguardar el humor en tiempos de tanto de terror?
–Es que andan juntos. Uno de los instrumentos que manejábamos en los calabozos bajo tierra era sacarle partido al humor a cualquier incidente. Los duelos con humor son menos. Tal vez la única crítica que uno se atrevería a enunciar a la Biblia es que no tiene sentido del humor. Venimos de una cultura bíblica, ni en el Antiguo Testamento ni en el Nuevo Testamento uno encuentra algo que invite a una sonrisa; la Biblia es drástica, carente absolutamente de humor. Y la vida tiene mucho sentido del humor. Es un punto de apoyo muy importante y básico, y nosotros lo tuvimos. El proverbio clásico habla de que los duelos con pan son menos. El humor, sin pan, fue un apoyo, porque le bajaba los decibeles al hambre, al dolor de muelas, a las ganas de ir al baño. Con el Ñato y el Pepe estuvimos incomunicados bajo tierra, en calabozos de 1.80 x 60cm, sin pan para los duelos, caracterizados como rehenes y esperando la boleta en cualquier traslado, que fueron 47 en total. Y como ya nos habían dicho que éramos boleta, cada vez que había un traslado era a nuestro fusilamiento. Alguna vez nos dijeron: “Llegó tu turno en la lista de espera”.
–En relación al código morse como vehículo de intercambio con Fernández Huidobro, ¿cómo funcionaba la comunicación en situaciones tan extremas?
–Con el Ñato redescubrimos el morse y estuvimos diez años a golpes de nudillo en el muro. La primera vez fue en la Navidad del ‘73, y la primera palabra que nos pasamos fue “felicidades”. Así nos fuimos contando todo, la vida, las novias… Una vuelta me avisa a través del muro que andaba por cumplir años. Al otro día le escribí un poema a golpes de nudillo: “Y si este fuera mi último poema, insumiso y triste, raído pero entero, tan solo una palabra escribiría: compañero”. Otra vuelta nos juramentamos. Por un lado que, como militantes, la tarea que teníamos ahí era resistir. Por otro, que si alguno salía con vida y en condiciones, iba a dar testimonio de esos años. Con el Ñato y el Pepe organizamos en esos años y a través del morse tres o cuatros revoluciones latinoamericanas; había que ver a las brigadas internacionales descolgándose por las laderas de los Andes… Y teníamos tiempo para jugar al ajedrez también. Me acuerdo de una partida con el Ñato. El se había hecho un tablero no sé dónde y yo me lo había hecho en un papel. Teníamos tiempo para pensar las jugadas. En una ocasión tuvimos una discusión tremenda.
–¿Cómo fue?
–Descargar una discusión a golpe de dedillos levantando el tono era sumamente peligroso. El Ñato decía que el alfil no estaba donde yo decía que estaba. Y realmente estaba donde yo decía que estaba. De pronto lo paro con un golpe seco y empiezo a transmitirle lentamente: “A veces creo que discutir contigo es como hablar con la pared”. Al rato de recibir el mensaje se oye del otro lado una carcajada tan linda que por supuesto interrumpió la discusión. Es el quiebre que produce…
–Imagino que el humor fue su gran aliado para mantenerse en pie…
–Nunca es una sola cosa. La resistencia era saber que eso formaba parte de la lucha, que eso formaba parte de las alternativas que se nos daban. Y como en el tango, ni un reproche, ni una queja. Cuando uno arranca a transitar el camino de la militancia y la igualdad sabe que se puede encontrar con una manifestación estudiantil, con una balacera, una novia, un palo, la cana, un balazo, la muerte, la presidencia, el gobierno. El camino sigue; eso es para siempre. Es el esfuercito que cada uno de nosotros propone hacer.
–¿Qué sucede con la noción del tiempo y la realidad en medio del encierro?
–Estábamos en un pozo, literalmente, donde no corría el aire. A veces los milicos se iban de la guardia porque aquello era irrespirable. Eran calabozos bajo tierra. Salimos todos con nuestras toces. El tiempo es algo que no sabemos. Hay una cosa muy curiosa sobre la que me gusta incursionar que son los tiempos de la memoria. Los recuerdos no tienen almanaque, no tienen agujas de reloj. Se te presentan en forma simultánea la infancia, la adolescencia, la novia, lo que hiciste ayer, los tallarines de la vieja… Están todos en un mismo plano. Resulta que en el tiempo no pasa el tiempo. Entonces eso nos lleva a confusiones. A veces pensamos que los grandes acontecimientos tienen que producirse en el transcurso del tiempo que nos toca ser racionales. Entonces creemos que a los 40 en la actividad que nos queda, hay que cambiar el mundo, hacer la revolución. Se ha escrito mucho acerca del tiempo. Hay un cuento de Jorge Luis Borges en el que alguien a quien van a fusilar sólo pide a Dios tiempo para encontrar el final de una obra de teatro. Ese juego de tiempo se va produciendo mientras lo vienen a buscar y lo llevan al paredón y él sigue con la obra y de pronto pumba, encontró el final, y suenan los disparos.
–¿Cree en Dios?
–Voy a responder con palabras de Albert Einstein. Ya con el nazismo o por ahí Einstein tocaba el violín en una sinagoga. Después se va y sigue su trabajo científico. En algún momento esa pregunta se la hacen a él. Me sentí muy identificado con su respuesta. Dijo: “Soy profundamente religioso, aunque no creo en ninguna religión revelada. Pero pienso que hay demasiada armonía en el espacio para que sea obra de la casualidad”. Uno no puede tener convicciones, puede tener muchas dudas que son muy fermentales, entonces uno lo piensa, lo siente, lo intuye, lo sabe, no lo sabe, pero eso ronda desde la noche de los tiempos en la cabeza del hombre que se deslumbró un día y vio salir el sol, y después vio que se le escapaba. Y entonces hasta llegó a hacer sacrificios a un mono para que volviera.
–¿A qué se aferraba?
–¿A qué me aferro ahora? ¡Al desayuno, al almuerzo, a la cena! En esos trece años, y…. el ser humano se prende a la vida como la hiedra al muro. La luz es ciega y nadie quiere morirse. Es algo inherente a la condición humana.
–¿Cómo era eso de andar “con los niños en los pies”?
–Vivíamos en un mundo sin niños. No se puede vivir en un mundo sin niños. Estábamos con el Pepe y el Ñato bajo tierra, trece años, mascando moscas, bebiendo nuestros orines. Una vez por día nos llevaban al escusado. Esposados. Más de una vez las ratas nos saltaban entre las patas. Para la higiene había en un rincón pedazos de diarios. Si por esas cosas había en esos cachos de diarios un rostro de niños, un niño en medio de las noticias, tratábamos de empalmarnos un trozo. Luego, en el calabozo, lo guardábamos en el zapato. Los tres pasos que podíamos dar ahí lo hacíamos caminando con un niño en los pies.
–¿Qué era ser tupamaro y qué es serlo hoy?
–Ex no, yo soy tupa. El espíritu de lo que somos está dado por esa riqueza formidable que tiene la vida que te exige, te obliga, te recomienda, te persuade, para que actúes en consecuencia con lo que enuncias con el pensamiento. Un recuerdo, para responder a esa pregunta. Una vuelta nos comunicamos para ver cuál era nuestro papel en ese momento -porque no llegaba información política ni noticias ni nada. Nos preguntamos en ese morse que habíamos inventado cuál era nuestra función en ese momento. La respuesta fue unánime: resistir. Lo nuestro en ese momento era resistir, nada de cortarse las venas, nada de dejarse empantanar por la locura, porque además en todos esos rubros estuvimos pegando en el palo. Lo nuestro era resistir; esa era nuestra tarea.
–“Sala 8” es un testimonio crudo de lo que significaba pegarle en el palo.
–Los tres pasamos por la sala ocho, la sala del hospital de las Fuerzas Armadas para los presos. El Pepe porque cayó baleado, el Ñato también, y a mí me habían pegado mal y andaba en silla de ruedas. La sala ocho era de terror. Además te recomponían para seguir dándote. Me acuerdo de una piba que llegó sin decir una sola palabra. Fue a parar al otro lado de la cortina, esa misma que separaba a hombres de mujeres. La chiquilina llegó embarazada, y le retiraron el bebé. Al irse pasó por el sector de las camas donde estábamos los hombres. Todo lo que dijo, mirando al piso, fue: “Mariana, se llama Mariana”. Eso era la sala ocho.
–¿Qué reflexión le merece la situación en Brasil a partir del golpe a Dilma Rousseff?
–Los araucanos estuvieron tres siglos resistiendo la Conquista. Y desde el alzamiento de José Gabriel Condorcanqui hasta estos días, hubo rebeliones y rebeldías y dale que va. En Chile recién en estos días fue posible sustituir una ley de Pinochet y lograr que la enseñanza amplíe su gratuidad. No le creamos al Génesis cuando dice que el mundo se hizo en seis días y el séptimo descansó. Es una imagen. Y Brasil saldrá de este impasse, Lula anda a la vuelta, los movimientos sociales, el Partido de los Trabajadores (PT) purgado. Porque no sólo hay que ver la historia y el mundo exterior; campaneá tu casa. Fijate si tenés goteras, y si las hay eliminalas del pique, porque si las dejas te corrompen la azotea. A esta altura, un verso del poeta cubano Nicolás Guillén, “(…) ya estará el de abajo arriba cuando el de arriba esté abajo (…)”. La seguimos la próxima. Tenemos la vida por delante.
Libros. Mauricio Rosencof nació en 1933, en Florida, Uruguay. Escritor, dramaturgo y periodista.
Fundador de la Unión de Juventudes Comunistas y dirigente del Movimiento Nacional de Liberación Tupamaro, en 1972 fue detenido y torturado brutalmente. Fue ministro de Cultura de Montevideo entre 2005 y 2010. Es uno de los autores contemporáneos uruguayos con más repercusión internacional. Su obra ha sido traducida y reeditada en gran parte de América Latina y Europa. Algunos de sus libros: “Las ranas” (1961); “El combate del establo” (1985); “Las cartas que no llegaron” (2000); “Piedritas bajo la almohada” (2002); “La Margarita” (2006); “Medio Mundo” (2009); “Sala 8” (2011); “Diez minutos” (2013), “Memorias del calabozo” (en coautoría con Eleuterio Fernández Huidobro, 1989. Reimpreso en 2013, con prólogo de Eduardo Galeano); “La segunda muerte del Negro Varela” (2015).
Este año se cumple el 30 aniversario de la aparición de “Memorias del calabozo”, testimonio vivo y urgente de la represión durante la dictadura. Ediciones de la Banda Oriental lo celebra con una reedición del libro escrito por Rosencof y Fernández Huidobro.
Desde 1988 recibió siete Premios Bartolomé Hidalgo en distintas categorías.
A pesar de la oscuridad del pozo, Rosencof escribió en su mente páginas que luego se convertirían en obras literarias. En muchas de estas páginas convergen el miedo, el dolor, la tristeza y la soledad, con la esperanza, el amor, la fuerza, y las convicciones.