En mayo de este año analizamos el impacto que la propuesta del presidente venezolano Nicolás Maduro, de proponer una Convención Constituyente, había producido en el convulsionado panorama político de su país. En aquella nota intentamos describir la naturaleza y el modus operandi de las llamadas guarimbas. Sosteníamos:
“En realidad, lo que ocurre es que un sector de la oposición que expresa a los sectores altos y altos medios de la sociedad venezolana pretende generar una situación de anarquía que ‘justifique’ una intervención extranjera, es decir norteamericana. Lo curioso de esta supuesta rebelión es que tiene lugar tan solo en los barrios en los que viven los sectores más acomodados de las ciudades. Es en esos, sus propios, barrios, donde jóvenes bien alimentados, munidos de máscaras antigases, camisetas y jeans de marca y los rostros cubiertos con pañuelos, salen casi a diario a quemar gomas, tensar alambres que cruzan la calzada a la altura de un motociclista, incendiar palmeras, mientras en el resto de la ciudad la gente vive su vida habitual. Es como sí, en Buenos Aires -para dar un ejemplo- se produjeran piquetes -guarimbas, les llaman en Venezuela- en la zona de la Recoleta y Barrio Norte, mientras en el resto de la ciudad, Barracas, Chacarita, Constitución, Mataderos, Flores, reina la más absoluta tranquilidad”.
La conocida artista popular Cecilia Todd ratificó, días atrás, en un mensaje de voz, este hecho, resaltando que la vida continuaba como de costumbre en las zonas del oeste de Caracas, mientras la población del este -los barrios ricos- estaban sometidos a la violencia terrorista de estas guarimbas.
En los últimos meses, esas guarimbas han ido aumentando su violencia, que incluye morteros, explosivos y armas de fuego de distinta índole. Se hizo cada vez más evidente la presencia en las mismas de elementos mercenarios, sobre todo en la región fronteriza con Colombia. Y como preveíamos en aquella nota, el llamado a una constituyente tomó completamente por sorpresa a una oposición torpe y soberbia, que viene anunciando la inminente caída del presidente Maduro desde hace más de dos años, así como en vida del Comandante Hugo Chávez anunciaba la inminencia de la muerte del chavismo.
Los argentinos hemos conocido esos anuncios fúnebres en distintas ocasiones, en el pasado y en el presente. Pero se trataba, en general, de gobiernos que ya no estaban en el poder. La oposición venezolana, formada por partidos que hace 25 años ignoraban la existencia de esa enorme masa de venezolanos “tierrúos”, que no figuraban ni en los censos, que carecían de documento de identidad, que no votaban, que eran trasparentes, jamás entendió el fenómeno chavista. Me he cansado de repetir en cuanta oportunidad he tenido que el chavismo no fue una revolución social. Fue, desde esta óptica, una revolución “física”: hizo opaco lo que hasta entonces era transparente. Logró que la luz se reflejase en esos millones de hombres y mujeres invisibles y los convirtió en presencia activa, ruidosa y, sobre todo, consumidora y votante. Esa incorporación social de millones de compatriotas y la democratización -es decir, el reparto en las capas más humildes de la sociedad- de la renta petrolera, a través de lo que llamó las “misiones”, más obras de infraestructura, vivienda y transporte, le dio al chavismo una imbatible base social, que guarda en su memoria histórica la marginación, la pobreza y la ignorancia en que los partidos de la vieja Cuarta República la condenaron.
La oposición, tomada de sorpresa por el llamado a una constituyente, respondió con una farsa electoral en la que no logró movilizar más que a un pequeño sector de la ciudadanía, en cantidades imprecisas, ya que no tuvo mejor idea que quemar todas las actas inmediatamente después de realizado el seudo comicio.
Obviamente, el conjunto de la prensa norteamericana, europea y latinoamericana -cuya unanimidad y sordidez constituye ya un escenario orwelliano- se ha encargado de presentar a la opinión pública una situación en la que los terroristas encapuchados, munidos de bombas, morteros y armas de fuego, que han quemado vivos a venezolanos desarmados e indefensos, por la sospecha de ser chavistas, son jóvenes idealistas y hambrientos luchando por el pan y la libertad. A su vez, y eso lo hemos podido ver hasta el hartazgo en nuestra degradada televisión que el gobierno de Maduro, que no ha hecho otra cosa que intentar defender la legalidad, dentro de criterios de prudencia y moderación, es definido apodícticamente como una feroz dictadura. No obsta a ello el hecho de que esa “dictadura” llame a elecciones, convoque a marchas multitudinarias y sea reconocida por una parte mayoritaria de la comunidad internacional.
El gobierno de Nicolás Maduro ha podido, es posible, cometer muchos errores y algunos desatinos. Es cierto que ni Nicolás Maduro ni Hugo Chávez pudieron hacer realidad la vieja propuesta de don Arturo Uslar Pietri de “sembrar el petróleo”, es decir convertir los excedentes generados por la exportación petrolera en inversión productiva que diversifique la economía venezolana y logre su paulatina industrialización. El petróleo, como reza la publicidad contra la drogadicción, es “una camino de ida”. La ensoñación que produce contar con una mercancía cuya realización permite comprar todas las otras mercancías posibles -el llamado síndrome de Holanda- es de un poder corrosivo tal que ha sido capaz de poner en jaque la producción industrial de un país que fue una de las cunas del desarrollo capitalista de Occidente. Como se sabe, el síndrome de Holanda se llamó al fenómeno por el cual, a poco del descubrimiento de yacimientos en el Mar del Norte, en ese país comenzó a decaer la producción industrial y a aumentar la importación de esa misma producción. Si eso ocurrió en la tierra de la Phillips, imagine el lector el efecto delicuescente que la aparición de una economía petrolera pudo tener en un país agrario, poco poblado, de población mayoritariamente campesina, con escaso desarrollo urbano e industrial, como era Venezuela en los años 20 del siglo pasado. El gran intelectual Mariano Picón Salas ha contado en algunos de sus libros el impacto y las transformaciones que sufrió la población caraqueña en los años 30 con la aparición de las grandes empresas petroleras norteamericanas e inglesas en aquellos años del gobierno de Juan Vicente Gómez. Venezuela dejó de tener agricultura y ganadería propias. Hubo un gigantesco desplazamiento de la población desde las zonas rurales al norte urbanizado. El resultado es que más del 85 % de la población reside en la franja costera que va de Zulia a Barcelona.
Mientras la política de Chávez logró mantener un alto precio internacional del petróleo, los excedentes permitieron mejorar la vida de los venezolanos más postergados, pero fue muy difícil, sino imposible, convertir la burguesía compradora -vinculada al negocio petrolero y a la importación- en una burguesía industrial que, con el apoyo del estado, fuese capaz de poner en marcha un proceso de industrialización, de diversificación productiva y de soberanía alimentaria. La caída de los precios del petróleo, inmediatamente después del fallecimiento del líder venezolano, más el carácter monopólico del sistema de distribución y las maniobras de agio llevaron a una crisis de abastecimiento de alimentos que el gobierno de Maduro pudo capear generando un sistema estatal de distribución con eje en los sectores más vulnerables.
En lo político, la situación llevó a una mayor participación de las Fuerzas Armadas en la gestión de gobierno, lo que dio a la administración una mayor eficacia y permitió consolidar el apoyo popular con que siempre contó el chavismo.
El triunfo electoral de la oposición en las elecciones legislativas le dio a la misma el control de la Asamblea Popular y, junto con ella, la ilusión de generar una situación de doble poder que fuese capaz de dividir -con apoyo del imperialismo- a las FF.AA. Ante la intransigencia de los militares en su lealtad chavista, los dirigentes de la oposición se convirtieron en lo que don Arturo Jauretche llamó la División “Animemosnos y Vayan”, y miles de jóvenes bien alimentados, criados en el odio profundo a Chávez y los chavistas y a todos los venezolanos “pata al suelo”, se lanzaron a tomar las calles de sus propios barrios. Es curioso, y la prensa se ha encargado de ocultarlo, que la mayoría de las víctimas que esos enfrentamientos han producido son de ciudadanos ajenos a los hechos, chavistas y miembros de las fuerzas de seguridad, mientras que entre las víctimas fatales de los guarimberos terroristas se cuentan los reiterados casos de accidentes producidos con sus propias armas.
Los más de ocho millones de votos del domingo 30 de julio, en las difíciles condiciones de hostigamiento en que se realizaron las elecciones, dejaron demostrado a quienes lo quieran ver, a los hombres y mujeres de buena voluntad, que el pueblo y el gobierno venezolanos quieren la paz y la institucionalidad.
El propio gobierno de los EE.UU. morigeró su crítica y su repudio al acto electoral, a la vez que archivó su amenaza de suspender las compras de petróleo. La asociación de productores, refinadores y distribuidores de petróleo y derivados de los EE.UU. advirtieron a su presidente que un bloqueo norteamericano paralizaría el suministro de combustible al propio país, ya que sus refinerías están adaptadas al crudo venezolano y cualquier cambio los obligaría a costosas y, sobre todo, largas modificaciones a la infraestructura existente.
A su vez, tanto Rusia como China han advertido su rechazo a cualquier ingerencia extraña en la política venezolana y, en estos días, se realiza un operativo naval en la zona del Caribe con la participación de portaaviones rusos y chinos, junto con la marina venezolana.
El secretario general de la OEA, el ex canciller uruguayo Luis Almagro, pretendió resucitar el viejo papel de “ministerio de colonias de los EE.UU.” de la organización -mote con el que la caracterizara el Che Guevara- y el ilegítimo gobierno de Temer en Brasil y el impopular gobierno de Mauricio Macri en la Argentina pretenden convertirse en los adalides de la lucha por la democracia en Venezuela. La cumbre del Mercosur en Mendoza dio por el suelo con la intención de expulsar a Venezuela de su seno, gracias a la negativa del presidente uruguayo de sumarse, así como así, a la trapisonda de los neoliberales.
Por otra parte, sectores claves en la oposición a Maduro como el bancario y bursátil, se han visto obligados a desanimar a los revoltosos, ante las pérdidas que todas esas jornadas han producido en sus negocios y las reprimendas que han recibido de sus casas matrices. Tampoco verían con mucho agrado la suspensión de las compras petroleras a Venezuela por parte de los EE.UU., habida cuenta que son parte beneficiada en esas transacciones. El dios Mamón, como se sabe, no se guía tanto por principios, sino por resultados.
A tres días de las elecciones no han vuelto a producirse guarimbas en Venezuela y ya los partidos más tradicionales de la oposición, como Acción Democrática, han anunciado su participación en los comicios legislativos y estaduales del próximo año.
Al parecer, el viejo consejo de Marechal de que “de todo laberinto se sale por arriba” ha vuelto a dar resultado.
Buenos Aires, 3 de agosto de 2017