Este texto está circulando en estos días por WhatsApp y en algún portal “nac&pop”. Para ser precisos, es un fragmento de Juan y Eva, la ficción histórica que escribió Jorge Coscia, creo, en 2012. Pero toma muy bien el pensamiento de Don Arturo Jauretche, afilado y certero.
Sigue vigente. Eso sí, 74 años después, tenemos que actualizar(nos). El estómago vacío contribuye a la lucidez de “los analfabetos y los que apenas terminaron la escuela primaria”. Pero esos son hoy una minoría. Y en nuestro tiempo, ellos y los demás -los que terminaron el deteriorado secundario, los que van a Sociales, o al Cardenal Newman, todos, estamos en el universo virtual que construyen los medios masivos, y también los digitales. Incluso WhatsApp. Que nos “educan” a todos, con discursos muchos más diversos que las cartillas de Sarmiento y las Historias de Mitre.
No podemos quedarnos con los discursos hechos. Tenemos que esforzarnos en mirar la realidad, como decía Jauretche, con nuestros propios ojos.
“(Arturo Jauretche y el coronel Perón dialogando en uno de los tantos encuentros que tuvieron en el departamento del barrio de Palermo, en 1944)
Mire, coronel, la revolución va a tener su mayor dificultad no con los analfabetos y los que apenas terminaron la escuela primaria. Esos hombres aprenden de la vida diaria y de sus necesidades insatisfechas. Se vuelven sabios por el estómago vacío y distinguen bien lo que es bueno de lo que es malo para ellos, que suele ser coincidente con lo que es bueno para el país.
El problema está en esas amplias capas medias, que están educadas y son lectoras de diarios como La Prensa, La Nación o Critica; que han leído minuciosamente la historia de Mitre. Esos están educados, pero mal educados. Sus cabezas han sido conquistadas por un falso sentido común, repleto de zonceras. De esas falsedades que, de tanto repetirse, se instalan como premisas. Se han educado en el mito sarmientino de que la opción está entre la civilización o la barbarie. Por supuesto, todo lo extranjero es civilización, y lo de acá, lo criollo, es barbarie.
Y mire qué curioso, porque la palabra “bárbaro” viene del griego, y así llamaban los griegos a los extranjeros, a los que no hablaban su lengua. Sarmiento invirtió esa lógica que fundó Occidente y, con sus buenas intenciones de educar a todo el mundo, los civilizó bárbaramente, es decir, extranjerizando nuestra cultura. Entonces, coronel, los más educados son también los peor educados.
El medio pelo es, en nuestra sociedad, el hombre que se mira en un espejo equivocado, que no es el propio. La oligarquía es una minoría ínfima en nuestra sociedad; son dueños de la tierra, sí, pero su mayor poder es el de ser dueños de la cabeza de miles de argentinos de clase media, que, sin tener más tierra que la de los canteros del patio, se comportan como fieles defensores de un modelo que no les pertenece. Esos son muchos, miles, tal vez millones movidos no por la necesidad, sino por esa distorsión cultural, forjada en décadas de educación sarmientina y académica, y por la cotidiana lectura de los diarios “serios”. A esa gente le importa más parecer que ser. Ahí está el hueso más duro de roer para cualquier intento revolucionario.
… – Mire, Jauretche, para mí hay una sola clase de hombres, los que trabajan. Y trabajadores, además de los ferroviarios y los metalúrgicos, son los empleados de comercio y los bancarios, que también son de clase media. Con esa harina, haremos el pan del cambio.
… – Coronel, usted puede cambiar un gobierno, también puede modificar con esfuerzo las leyes del trabajo, como lo está haciendo. Lo difícil va a ser cambiar la mentalidad de los tilingos, que se orientan todos los días por zonceras. Eso va a costar muchos años, tantos que no sé si vamos a ver en vida el cambio, ni usted ni yo. Y el pan del que habla nos va a quedar con la corteza quemada y la miga cruda”.
Publicado en
Jauretche para el fin de semana (en la versión de Jorge Coscia)