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30 noviembre, 2024
OPINIÓN

Por Dante Palma //Nueva visita al gobierno de los cínicos: el gato que hacía “guau”

En noviembre del año 2016 publiqué, gracias a editorial Ciccus, un libro llamado El gobierno de los cínicos. En un principio el título iba a ser El gobierno de los idiotas ya que buena parte del libro estaba dedicado a lo que denominé “democracias idiotas”, esto es, el fenómeno por el cual en Argentina y en distintas partes del mundo, las mayorías, al momento de determinar quiénes debían estar al frente del gobierno, elegían a hombres y mujeres que, paradójicamente, despreciaban lo público. Se trataba de “idiotas”, no porque fueran tontos, sino tomado en el sentido clásico ya que  en Grecia se llamaba así a quienes, ocupados del sí mismo y el goce privado,  renunciaban a la Asamblea, que era el espacio de participación pública en el que se determinaban las leyes que regirían a la comunidad. Hablar de “democracias idiotas” en pleno auge del gobierno macrista tenía un sentido, más allá de que el concepto, insisto, trascendía lo que ocurría localmente y podía traspolarse hacia otras latitudes.

Sin embargo, luego de dudarlo bastante y por algunas sugerencias de mis lectores críticos, opté por poner en el título la palabra “cínicos” y construir el libro sobre ese eje. Visto a la distancia no me equivoqué ya que “democracias idiotas” hay y habrá pero si hay un signo de los tiempos es el cinismo.

Aquí, una vez más, hace falta un poco de etimología y remontarse a Atenas porque la definición actual de “cínico”, entendido como alguien que miente a sabiendas o defiende lo indefendible con plena conciencia de estar haciéndolo, dista mucho del origen de la actitud cínica que tuvo en Diógenes a su máximo exponente, allá por la época de apogeo del imperio de Alejandro Magno. Diógenes, apodado “el perro”, utilizaba la burla, la ironía y la insolencia como un desafío a la cultura imperante y al poderoso. Hoy, en cambio, es esa cultura imperante y ese poder el que se burla, ironiza y se muestra insolente frente al que nada tiene o frente al que está en una posición de debilidad. Siguiendo al filósofo alemán Peter Sloterdijk, esa transformación del cinismo antiguo al cinismo contemporáneo es “el paso de la insolencia plebeya a la prepotencia señorial”.

El término cínico proviene del griego kynikós, que significa “perruno” y fue el término elegido para designar a todos aquellos humanos que se comportaran como “perros”; o sea, todos aquellos que carecían de respeto y de vergüenza. Es que quienes tenían una actitud cínica en la antigüedad eran aquellos que, como Diógenes, despreciaban el dinero y toda posesión; iban por allí despojados de casi toda vestimenta y, como si fueran animales salvajes, orinaban donde la vejiga lo necesitara, se masturbaban o intentaban mantener relaciones sexuales, incluso en público, cuando el deseo llamaba. Visto desde la actualidad podríamos pensar que se trataba simplemente de un grupo de locos. Pero lo interesante es que esas actitudes, en el fondo, escondían una profunda crítica a la cultura ateniense que, según ellos, estaba desnaturalizando a los hombres.

Ahora bien, más allá de lo que uno pueda pensar de los cínicos en la antigüedad, hay un elemento que no se puede pasar por alto: la actitud cínica era una actitud de desafío al poder, basada no solo en el ejemplo de una vida despojada, sino en el expresarse y accionar con franqueza. El cínico hablaba con la verdad, o al menos con lo que consideraba verdadero, incluso cuando aquello pudiera poner en riesgo su vida. El ejemplo famosísimo al respecto es aquel en el que Alejandro Magno se encuentra con Diógenes echado en el suelo, como siempre, y le pregunta, en un gesto de magnanimidad: -“¿Qué es lo que deseas?”. Diogénes lo mira, y con tono despectivo le responde: -“Deseo simplemente que te corras porque me tapas el sol”. La anécdota culmina con Alejandro, el todopoderoso, afirmando -“Si no fuera Alejandro, desearía ser Diógenes” y la razón es clara: Alejandro se da cuenta que quien es capaz de prescindir de las imposiciones y los estímulos de la cultura es (casi) tan poderoso como él, que lo tiene todo.

El punto es que pasaron los siglos y el sentido peyorativo del cinismo continuó pero los cínicos ahora están del otro lado del mostrador. Efectivamente, gracias al interesante rastreo histórico que hace el ya mencionado Sloterdijk en su libro La razón cínica, caemos en la cuenta que ahora el cinismo es una actitud que se ejerce desde y no contra el poder.

Hay cinismo cuando desde el poder se titula, por ejemplo: “Contra las vacaciones: resistirse al descanso como estilo de vida” (La Nación, 22/2/16) y donde en el interior de la nota aparece un testimonio que afirma: “Alguien tiene que decirlo con voz clara de una vez: las vacaciones están sobreestimadas. Son un automartirio anual”; o cuando con el mismo grado de cinismo se titula: “Para Ferreres es mejor ganar un poco menos pero estar ocupado” (Fortuna, 7/2/16); “Diez años en la misma empresa puede ser un fracaso personal” (Clarín, 19/1/16); “La decisión más difícil: a la hora de despedir, se trata de un ser humano” (La Nación, 15/2/16). Esta última nota afirma en su “bajada”: “Tanto en la empresa como en el sector público, la desvinculación debe ser llevada adelante con cuidado extremo”. Pero déjeme avanzar en otro conjunto de notas cuyo mensaje es algo más sutil: “El turismo virtual no para de sumar millas” (La Nación, 17/1/16); “¿Compartimos el wi-fi?” (La Nación, 13/2/16); “Vivir en 30 metros cuadrados: una tendencia que crece entre los porteños” (Clarín, 23/12/15); “Marucha, un corte alternativo y económico para el asado” (La Nación, 25/2/16); “Volver al ventilador: el mejor aliado para combatir el calor y la crisis energética” (Clarín, 31/12/15); “Comprar alimentos más baratos y menos ropa, las formas de ahorro más elegidas” (Clarín, 24/2/16).

Como notará por la fecha, todos estos ejemplos datan del año 2016 y son los que utilicé en el libro. Naturalmente, desde aquel año hasta hoy, la lista se agigantó con decenas de intervenciones, no solo de editores de medios oficialistas, sino, especialmente, de asesores como Durán Barba, quien indicara que “Macri es de izquierda” o funcionarios públicos como González Fraga quien supo afirmar: “Tener dinero afuera es una necesidad para sobrevivir”, “Hay que ver qué tan pobres son los pobres” o “Le hicieron creer al empleado medio que podría comprarse celulares e irse al exterior”. Todo para llegar a quizás una de las máximas exposiciones del cinismo que se ejerce desde el poder. Me refiero al documento realizado por Marcos Peña a través de la Jefatura de Gabinete la semana pasada, titulado “Ocho puntos sobre la economía”. Allí se dice que “Sin magia, sin mentira, sin ficción” (…) “el país estará listo para crecer (…) [porque ya que se pudo] revertir la herencia de 2015”.  Además, agregaron: “por primera vez en mucho tiempo, Argentina tuvo una idea de largo plazo basada en reglas claras, estabilidad económica e inserción al mundo” (…); “no se puede eliminar la inflación de un día para el otro, pero en estos cuatro años hemos dado los pasos necesarios para empezar a ver una reducción sostenida y sostenible de la inflación (…);

 

“En estos años tuvimos que pedir prestado, porque heredamos un déficit enorme y porque habían quedado muchas cuentas sin pagar del gobierno anterior, como la deuda con los holdouts. Decidimos financiarnos de forma transparente y clara. Estos años hicimos un gran esfuerzo para equilibrar nuestras cuentas (…)”. Por último culminan indicando: “se crearon 1.250.000 puestos de trabajo, incluidos los informales. El desempleo sube en parte porque hay más gente saliendo a buscar trabajo (hoy estamos en niveles récord)”.

Mi libro, El gobierno de los cínicos, pretendía hacer una reflexión sobre el poder, las nuevas subjetividades, ciertas paradojas de las democracias actuales y advertir sobre el cinismo como un signo de los tiempos que, naturalmente, transcendía a la Argentina y al gobierno de Macri en particular. Sin embargo, a la luz de los hechos, bien cabría pensar un nuevo libro en el que pudieran glosarse la infinita cantidad de acciones cínicas que desde el Estado y desde las principales usinas del poder fáctico que acompañó a este gobierno, se hicieron moneda corriente. Ese libro podría llevar casi el mismo título aunque habría que agregarle un subtítulo para ser más específico. Si quisiera que tuviera alguna gracia, aprovechando el origen etimológico del “cinismo” que lo vincula a los canes, habría que poner como subtítulo: “El gato que al final era perro” o “El gato que hacía “guau” para, de paso, hacer justicia con la comunidad felina y sacarles de encima este verdadero lastre de identificación con Macri. Si lo que se busca es algo más descriptivo podríamos simplemente titular:“Nueva visita al gobierno de los cínicos. Argentina atendida por sus dueños”.

 

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