Por Eduardo D’Argenio.- Allá por 2016, Julio Blank, fallecido editor del diario Clarín, reconoció que el grupo a cargo de Héctor Magnetto hizo “periodismo de guerra” durante el kirchnerismo. Más allá de su mea-culpa (“no fue bueno hacer eso”), lo cierto es que después de los 4 años de macrismo, donde los comandantes de esa “guerra” pasaron a cuarteles de invierno, ahora no sólo reaparecieron con toda la artillería intacta, sino que están llevando adelante esa contienda bélica de manera brutal, desembozada, alevosa…
En realidad, nadie debería sorprenderse ante los movimientos de esa fuerza enemiga de una administración a la que le toca tomar las riendas en un momento que nadie hubiera deseado, y ahí están, bombardeando las 24 horas, día tras día, con dos blancos favoritos: Alberto Fernández y Axel Kicillof. Pero tampoco es cuestión de desaprovechar el inmenso poder de fuego, y por lo tanto no dudarán en disparar contra todo aquello que pueda resultar ya no una amenaza, sino una molestia para los grupos de poder de la Argentina.
No tienen respiro, y así, el Grupo Clarín con sus diarios, radios y canales de televisión, seguido por La Nación, el Grupo América e Infobae, se muestran exacerbados y no disimulan tanto odio y resentimiento que -hay que reconocerlo- tan bien saben transmitir sobre las huestes de ciudadanos casi inermes con quienes se retroalimentan, y que no están esperando otro mensaje más que ese del desprecio, y que evidentemente necesitan casi como el aire que respiran. Están completamente alienados y son irrecuperables.
Está claro -y eso es lo preocupante- que hay una porción importante de la sociedad a la que la realidad no le importa. Únicamente quieren que medios de comunicación confirmen su odio, y cuanto más irreal y exagerada sea la información que reciben, mejor. Quieren (y necesitan) títulos catástrofe las 24 horas, sin que importe el contenido, con los Majules o Leucos que pululan, diciéndoles que Cristina Kirchner es el demonio mismo.
Y como la vicepresidenta no entra en ese juego maquiavélico, entonces esos medios buscan la ruptura entre Alberto y Kicillof. Pero siempre, enarbolando las banderas del odio, la confusión, el prejuicio y la ignorancia, hasta convertirlos en un cóctel más que peligroso, alimentado sin descanso por esos comunicadores que hace rato disfrutan nadar en el fango de la mentira por la mentira misma.
En las últimas semanas, la campaña anticuarentena está a la orden del día, y es incensante el bombardeo sobre la necesidad de terminar de una vez por todas con este encierro para recuperar la libertad, motorizada, claro está, por los figurones que formaron parte del gobierno que terminó en diciembre, y que encima se creen con el poder de dictaminar lo que la administración actual debería hacer, no ya en la búsqueda del bien común, sino para seguir beneficiando a los mismos de siempre.
Y está demostrado que no importa si para lograr ese objetivo hay que recurrir a la difusión de las llamadas ‘fake news’, o resaltar hasta el hartazgo, los testimonios de auténticos 4 de copas que perforan cualquier tipo de pensamiento más o menos racional o sensato.
Pero si hay una figura a la que le pegan sin miramiento, ese es Axel Kicillof, blanco de todo tipo de tergiversaciones y de ataques por parte de esos medios. No le perdonan que sea un político con una reputación que no se puede cuestionar desde lo ético y con capacidad de gestión. Saben que tiene buena imagen, que es joven y, para colmo, peronista…
El respaldo del que parece gozar por parte de Alberto Fernández, pero también de Cristina, lleva a pensar también que Kicillof será un hueso duro de roer para los sectores de poder.
En medio de esta guerra que promete seguir, días atrás el legislador porteño Leandro Santoro, como una especie de síntesis sobre los ataques al gobernador bonaerense, escribió con un dejo de ironía en su cuenta de Twitter: “Lo odian tanto, pero tanto a Kicillof, que lo van a hacer presidente”.