El Gobierno está haciendo lo posible y lo imposible para llevar calma a empresarios y sindicalistas con una suerte de hoja de ruta para reactivar la economía y una mirada pragmática destinada a generar dólares, con el objetivo puesto en no devaluar ni aplicar una reforma laboral, en medio de las brutales presiones de los medios hegemónicos y del “mercado cambiario”, que hora tras hora se encarga de subir la cotización del dólar ilegal.
Precisamente, esta mañana el ministro de Economía, Martín Guzmán, fue contundente: “Pese a que tenemos una brecha cambiaria que nos genera ansiedades importantes y que nos ocupa fuertemente, tenemos los instrumentos necesarios para continuar la política cambiaria que venimos llevando adelante y no hacer una devaluación”.
En declaraciones a Radio con Vos, al ser consultado sobre una nota publicada por Marcelo Bonelli en el diario Clarín donde adelantó una devaluación, el funcionario sostuvo: “No, no va a haber devaluación. Vamos a continuar con el ritmo de depreciación del peso contra el dólar que va de la mano de la inflación”.
Aunque al Banco Central le quedan pocas reservas líquidas y la brecha cambiaria supera con comodidad el 100 %, el equipo económico comandado por Guzmán sigue resistiendo, lo que significa que no está en los planes impulsar una suba más rápida del tipo de cambio oficial.
Si bien los principales funcionarios del área económica saben que la situación se acerca a niveles insostenibles, al mismo tiempo consideran un suicidio avanzar con una liberación del tipo de cambio. El motivo es que la desconfianza terminaría disparando la cotización, con un tremendo impacto en los niveles de inflación y de pobreza.
Justamente, el salto del dólar paralelo es otro de los elementos de presión del mercado, que se encuentra cada vez más convencido de poder forzar al Gobierno a devaluar el tipo de cambio oficial.
De ahí que la cotización de la divisa estadounidense volvió a ser la discusión central de la economía en las últimas semanas. Es que detrás del debate sobre su precio, lógicamente se esconden preocupaciones, miedos y luchas de poder.
Como bien señala Julián Zicaria en Ambito.com, “en Argentina, para domar la política es necesario domar la economía y para ello es indispensable tener controlado el dólar. Por ello mismo la batalla por el dólar implica mucho más que el precio de una simple variable más, sino más bien es el epicentro del poder político y económico: la verdadera madre de todas las batallas, en las que se define la ansiedad, el humor social, las expectativas y el termómetro económico-político de cada situación”.
Después de todo, no se trata simplemente de una cotización que se fija “libremente” en el mercado, sino una diputa de poder, en la cual funcionarios, empresarios y distintos sectores económicos entablan relaciones de fuerza.
En este contexto de presiones, por ejemplo los sectores rurales dicen que liquidarán sus exportaciones siempre y cuando les quiten o reduzcan retenciones (buscando así una devaluación); sectores industriales piden a viva voz que haya un desdoblamiento cambiario (buscando una suba del dólar para su sector), mientras que agentes financieros quieren dolarizar sus ganancias y fugarlas presionando sobre los dólares alternativos (que son los que más han subido su precio).
En tanto, el Gobierno pone todo su empeño por mantener el valor de la moneda y proteger las reservas. Entonces este campo cruzado de intereses es en verdad el que protagoniza una auténtica pulseada por ver quién se impone y quién pagará los costos de la crisis generada por el freno a la economía a raíz de la pandemia mundial por el coronavirus.
Es sabido que una devaluación traería consecuencias desastrosas en la economía: aceleraría la inflación, aumentaría la pobreza, licuaría salarios, agudizaría la recesión y tampoco traería calma cambiaria.
Pero si el Gobierno busca resistir la devaluación por el altísimo costo social que tendría, lo cierto es que tampoco sería una solución, ya que no hay un problema de fondo: hay indicios de que algunos sectores económicos se están recuperando a buen ritmo, mientras el país acumula superávits externos y sus fundamentos macroeconómicos mejoran cada vez más.