Por Candela Fuertes. Uno de mis personajes favoritos de Olmedo era el Manosanta. El Manosanta era una metáfora de quien se aprovecha con la mera creencia de los demás, de la inocencia o de la desesperación de la gente.
Hay mucho Manosanta disfrazado de ciencia hoy, aplicando frases y ofertándolas como placebo para justificar su propio convencimiento.
Afloran en las redes con su nueva religiosidad profesando magias inexistentes basadas en la percepción de algo que leyeron por ahí, haciendo copypaste de datos para la juventud vanguardista.
Venden bálsamos milagrosos en forma de videos de YouTube, quien parece hoy arrogarse carácter de educador hierofante. Hay ungüentos con antifaz de doctores financiados que delegan el mal hacia los corporativistas.
Hoy la batalla virtual ideológica radica en plasmar un valor de verdad alejado del proceso histórico de la hiperconectividad, el postcapitalismo globalizado y de los tránsitos masivos en aeropuertos protagonizados por las corrientes migratorias y los viajeros soñadores que hicieron de Instagram un espejo de la vida publicitada.
Una pandemia hoy puede estar sujeta a la duda. Las pruebas no alcanzan. Los muertos tampoco alcanzan ni hay un Pasteur que valga. Los avances tecnológicos en gráficas y el poder de la imagen espantan hasta al mismo Montagnier y lo pone a relativizar la naturaleza del virus, porque nunca vio algo así puesto en imagen de avanzada.
Es tal la resistencia, que no podemos creer lo que nos está pasando: La vida es finita, el humano es frágil. Entonces como todo es horroroso, debemos ser nosotros mismos los creadores del mal y no un mero mandato de la naturaleza. Todo debe ser librado no a la suerte de la aparición de un virus, sino del carácter certero de un malévolo plan orquestado por “villanos de la vida real” en las alturas de los grandes conglomerados capitalistas.
¿Qué es ser sabio hoy? ¿Qué es ser un científico? ¿Qué es ser un chanta? Todo está puesto en la balanza de la ignorancia perversa que reaviva un debate medieval mientras es la ciencia la que busca la cura.
Y el Manosanta nos mira a la cámara hablando en un falso dialecto, nos sonríe con una mirada pícara y las manos puestas en algún culo diciendo “Adianchi” y sugiriendo con ojitos brillosos “Mirá que vivo que soy.”