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22 noviembre, 2024
OPINIÓN

Malvinas y el pacifismo anglofilo

Por Jorge Abelardo Ramos. La autopropaganda inglesa durante siglos transformó en frase de uso común el hecho incierto de que “Gran Bretaña perdía todas las batallas y ganaba todas las guerras”. Ahora ha ocurrido lo contrario. En estas líneas me reduciré a exponer ese hecho irrefutable.

En los últimos cien años la Argentina se integró al mercado mundial dominado por las potencias anglo-sajonas. Desde Roca hasta hoy, en que el sistema ha saltado por los aires, nuestro país se desenvolvió como provincia agraria de Europa. La articulación entre la Europa industrial y la Argentina exportadora de productos primarios permitió un prodigioso crecimiento hasta 1930. En la crisis mundial, la orgullosa factoría de estancieros gordos y vacas flacas se estrelló como el Titanic en el iceberg de la década. Volvieron todos los parásitos de París, aterrados por la baja de los precios del ganado. Se hizo célebre la frase: “Quel difference, de París a Vestonce”.
Gracias a la depresión mundial, se abrió la posibilidad en los países semicoloniales de iniciar la marcha hacia la industrialización. La segunda guerra benefició de nuevo a la Argentina al aislarla de las potencias occidentales, absorbidas por sus sangrientas querellas. La prosperidad del mercado interno, los nuevos obreros, la joven burguesía industrial y la aparición de Perón son los signos externos de la nueva época. El nacionalismo industrial de Perón, sin embargo, encontró en la oligarquía un implacable enemigo.

Aunque el peronismo constituyó un gigantesco avance indus­trial en todos los órdenes, la hegemonía cultural de la europeización en el sistema cultural y educativo no cedió. Parte de las clases medias, a la rastra de los patrones de prestigio de la sociedad oligárquica, constituyó la base de masa del poder imperial y sus aliados internos. Como había ocurrido en las dos guerras mundia­les (1914-1918 y 1939-1945), la partidocracia y una parte notoria de la inteligencia sostuvieron ardorosamente a los aliados angloyanquis o sea a los explotadores coloniales directos de la Argentina. Esas mismas fuerzas conspiraron contra Perón entre 1946 y 1955, en que lograron derribarlo.

Se trata de los mismos sectores democráticos que a partir del 2 de abril se niegan a aceptar el carácter heroico de la gesta, se obstinan en pagar la deuda externa a la banca inglesa y tienden una cortina de humo sobre este grandioso acontecimiento del siglo XX. Han reemplazado todo análisis sobre el imperialismo invasor por una insustancial palabrería pacifista (impregnada hasta el tuétano dé anglofilia) dirigida a los comicios. Son los apóstoles vacíos de la democracia formal. Ayer reverenciaban a Roosevelt y a Churchill. Hoy lo hacen con Mitterrand, Felipe González y otros escandinavos. Todos ellos son representantes del colonialismo europeo, bloqueadores de la Argentina durante la guerra con Gran Bretaña. De este modo, la guerra de Malvinas, como lo afirma burlonamente la señora Thatcher, habría sido la lucha de la democracia inglesa contra la dictadura argentina. Quien esto escribe ha sufrido varios procesos y detenciones a manos de este régimen que agoniza.

No tengo benevolencia hacia Galtieri ni hacia ninguno de sus colegas anteriores o posteriores. Pero comprendo muy bien a la partidocracia sucesora de Saturnino Rodríguez Peña (aquel que ayudó a escapar al general Beresford, cuando la primera invasión inglesa). No falta entre ellos quienes proponen el día 2 de abril como día de luto.

Gracias a esa sociedad anglofila que venera a Europa o a EE.UU., se formó una clase democrática devota de todas las guerras ajenas y héroes alógenos. Son el producto directo de esos bachilleratos franceses importados por Mitre, indiferentes a la América criolla, capaces de ahogar en un hastío glacial las mejores vocaciones y las rebeliones más originales, continuados por una universidad productora de especialistas indiferentes al destino nacional, siempre dispuestos a emigrar por un buen contrato en el exterior. ¡Cómo para entender la guerra de Malvinas con un sistema cultural que reposa en el dilema sarmientino de civilización o barbarie, que según cabe imaginar sitúa la barbarie en América y la civilización en Europa! Se trata del mismo Sarmiento que había escrito al general Mitre: “No ahorre sangre de gauchos. Es lo único que tienen de humano”. A su lado, ¿podrían entender la guerra con Inglaterra los izquierdistas portuarios, tan alejados del drama argentino como los terratenientes que vivían en Europa?
La primera pregunta que brotó en todos los labios de la Argen­tina Ilustrada fue: ¿por qué razón ahora ocupó Galtieri las islas? ¿Qué propósitos se ocultaban detrás del acontecimiento? ¿Ambiciones personales, propaganda interna? Cuando la flota inglesa avanzó armada hasta los dientes, tras la hipócrita euforia inicial, todos empezaron a retroceder, a murmurar, a conspirar. Así se gestó una intriga palaciega, de políticos nativos y embajadores extranjeros, destinada a derrocar a Galtieri y facilitar un gobierno de transición hasta los ansiados comicios. A esta Argentina político-institucional se le ocurrió entonces calificar el 2 de abril con la frase de: “Una aventura irresponsable”. Según se sabe, es la tesis británica. Los cipayos (vocablo hindú que designaba de ese modo a los nativos aliados al usurpador inglés del suelo nacional) estaban horrorizados. Borges sentía que se hundían las columnas de Hércules. Los demócratas consideraban que esa heroica lucha contra el imperialismo no podía ser realmente legítima, porque procedía de un gobierno malo y de Fuerzas Armadas que no merecían confianza. Pero lo notable de los aspectos políticos de la guerra de Malvinas es que la mayor parte de los partidos políticos argentinos habían apoyado directamente al régimen nacido el 24 de marzo de 1976 y habían ocupado (y siguen ocupando hoy) miles de cargos, desde intendentes hasta ministerios provinciales, ministerios nacionales y embajadas. Sólo se alejaron del gobierno (pero no de los cargos mencionados) cuando el histórico giro del 2 de abril puso en evidencia que la Argentina había entrado en conflicto con las pérfidas potencias del Occidente colonialista y sus aliados de la usura mundial. Entonces descubrieron muchos de estos partidos que este régimen era una dictadura.

Pero cuando está en juego el suelo de la patria, sólo un cipayo puede preguntarse si el gobierno que conduce la guerra le gusta o no. Si San Martín hubiese renunciado a luchar contra el Imperio español al descubrir a su llegada a Buenos Aires la catadura de Rivadavia y Pueyrredón, quizás seríamos todavía subditos del rey de España.

El pueblo argentino y los hermanos de la Patria Grande com­prendieron instantáneamente que la Argentina había emprendido una gran gesta. El 3 de abril, hasta los ultrademócratas y los severos izquierdistas, se informaron que los Estados Unidos, Francia, Inglaterra, etcétera, habían votado contra nuestro país, en el Consejo de Seguridad, mientras que China, la URSS, Polonia y España, se abstenían. ¡Para eso había servido la Revolución Rusa, la Revolución China y la Madre España! Sólo votó a nuestro favor la gallarda República de Panamá, por la boca de su canciller Illueca. El apoyo provenía del legendario suelo al que había convocado Bolívar en 1826 para fundar entre todos una Nación de Repúblicas.

Con las tropas argentinas en las Malvinas, saltó en pedazos el TIAR y la Doctrina Monroe quedaron en paños menores, los simuladores de la democracia europea y los admirados yanquis de Alexis deTocqueville, en suma, los modelos ideales en que habían sido educados los oficiales de las tres armas en la Argentina. Volvimos nuestras miradas hacia la América Latina. Perú ofreció su Ejército, Brasil envió aviones. Hasta la Nicaragua sandinista nos apoyó lo mismo que Cuba. Por encima de todo, éramos latinoamericanos. Y este hecho de trascendencia mundial, que reubicaría a la Argentina en el campo del Tercer Mundo, junto a aquellos pueblos que como nosotros luchaban por su independen­cia nacional, sería objeto de una feroz campaña de desmalvinización que no cede ni un solo día.
El 2 de abril resolvió con el irresistible poder de los hechos esta paradoja: las mismas Fuerzas Armadas que habían entregado el poder económico durante siete años a los abogados de Inglaterra y Estados Unidos, se enfrentaron con los amos imperiales y rompieron a cañonazos esa alianza. Por esa causa, más allá del infortunio militar del 14 de junio, la proeza argentina permitiría afirmar que esta vez Gran Bretaña ganó una batalla y perdió la guerra.

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