Desde el desplome económico que se inició en 2018 hasta el 2022, y pese a haber registrado los dos últimos años un crecimiento económico significativo, la transferencia de ingresos del trabajo al capital alcanzó a los 87.800 millones de dólares (actualizado al tipo de cambio oficial).
Esto refleja que la constante apropiación de las empresas de lo producido por los trabajadores fue erosionando la participación laboral en el Producto Interno Bruto (PIB).
Según un informe del periodista Cristian Carrillo en El Destape, además de la injusticia social, la crisis de ingresos del sector asalariado, que se refleja en un proceso de regresividad distributiva en base a un bajo nivel salarial en contexto de alta inflación, y la crisis de la deuda con sus derivaciones en materia de las escasas reservas internacionales, amenazan el crecimiento económico de este año.
Una distribución equitativa entre los factores capital y trabajo en el valor agregado no es sólo un tema de justicia social, sino que el proceso de trabajadores pobres solo reduce el consumo privado (como está sucediendo), y hace caer la actividad y la consecuente recaudación tributaria.
“Uno de los principales mecanismos para concretar esta abultada transferencia de ingresos del trabajo al capital es el elevado proceso inflacionario, aunque no lo es el hecho de identificar hacia dónde se canaliza esa transferencia”, explican los investigadores de Cifra-CTA, Pablo Manzanelli y Cecilia Garriga.
Si se mide el salario medio respecto a los precios al consumidor, la reducción que se materializa en 2018 y 2019 no se pudo modificar durante el gobierno del Frente de Todos. En el promedio de los tres primeros trimestres de 2022 el salario medio real fue 12,1 % inferior al de 2016.
Esa pérdida terminó en el bolsillo del sector empresario más concentrado. Así como los trabajadores subieron su precio (el salario) por debajo de la inflación minorista, algunos empresarios lograron subir sus precios por encima de la misma.
“Las ramas altamente concentradas aumentaron sus precios mayoristas 21,3 por ciento por encima del IPC entre 2016 y 2022, por lo que tienden a constituirse como los “ganadores” de la nueva estructura de los precios relativos”, señalan los especialistas. Estos incrementos diferenciales se registraron tanto en la etapa del gobierno de Cambiemos (10,5 %) como en la del Frente de Todos (9,8 %).
La economía argentina atravesó una fase de crecimiento en la post pandemia que va más allá de un mero rebote inicial. La actividad en 2022 se ubicó en niveles similares a los de 2015 y 2017, que fueron los últimos picos de crecimiento del PIB. Esta fase expansiva estuvo liderada por la producción de bienes, y acarreó una importante generación de empleo en 2021 y 2022, cuyo elemento dinámico fueron los trabajadores por cuenta propia e informales.
El problema de este modelo de apropiación es que la reducción en la participación de los asalariados en el ingreso erosiona el consumo privado. La caída de la participación del trabajo durante la gestión de Cambiemos fue del 51,8 % en 2016 al 46,2 % en 2019), la cual no se recuperó en el gobierno del Frente de Todos (43,9 % en los tres primeros trimestres de 2022).
Dado que el salario es directamente proporcional al aumento de la participación de los asalariados en el ingreso y la productividad es inversamente proporcional, ambos factores -por distintas circunstancias en cada etapa- determinaron la reducción en el peso relativo de los asalariados en el valor agregado, más aún en una fase de expansión económica como la del bienio 2021-2022.
Desde el punto de vista de la demanda agregada, la expansión del PIB en la post pandemia obedeció al comportamiento de la inversión y el consumo privado. Ambos componentes se expandieron por encima del promedio en 2021 y 2022, aunque la contribución del consumo privado es decisiva dado su peso en el PIB (65,6 % en el promedio de los tres primeros trimestres de 2022 medido en precios corrientes).
Por último, la variación durante el gobierno del Frente de Todos fue del 2,3 % anual acumulativa en el caso del consumo privado y del 9,2 % en el de la inversión. Por su parte, se registró un menor crecimiento del consumo público y las exportaciones en la post pandemia. “La paradoja entre la evolución del consumo privado y los altos niveles de pobreza (las dos Argentinas) son consistentes con una mayor regresividad en la distribución funcional del ingreso”, concluye el estudio.