La derrota del peronismo no fue el pasado domingo en el balotaje, sino mucho antes, cuando no se cumplieron las expectativas que los argentinos pusieron en las elecciones de 2019. No solo eso, por primera vez en la historia, el peronismo deja el 42 por ciento de pobres, sin esperanzas ni soluciones.
Por estas horas, los dirigentes del peronismo y la militancia intenta asimilar la derrota en manos del libertario, el mismo que ya plantea dejar gente en la calle, abrir las importaciones y obligar al cierre de muchas Pymes y a terminar con la obra pública. Para los liberales, el trabajador debe pagar la crisis, nunca el poderoso.
En el medio de tanta derrota hubo algunos ganadores. En primer lugar Axel Kicillof y los intendentes del Gran Buenos Aires salvaron la ropa con lo cual la provincia de Buenos Aires no se tiño de violeta. Hubo una muy buena elección en el conurbano pero se perdió por paliza en el interior de la provincia por lo cual se terminó ganando por solo un punto. El gobernador fue claro: “La mayoría de los bonaerenses ratificó el proyecto reelecto en octubre en favor de los derechos, la producción, el trabajo y de un futuro mejor para todos” y agregó “nuestro compromiso irrestricto con la Memoria, la Verdad y la Justicia”.
Las otras provincias donde no se tiñeron de violeta fue Santiago del Estero, conducido por Gerardo Zamora y Formosa con Gildo Insfrán. El formoseño agradeció al electorado de su provincia porque el resultado obtenido, y dijo que “renueva nuestro firme compromiso de seguir defendiendo los intereses nacionales y del federalismo”.
La derrota del peronismo no es la primera, aunque siempre son dolorosas. Más allá de los golpes de Estado, los muertos, las represiones, se perdieron las elecciones en 1983, 1999 y 2015. En 1983, el candidato del peronismo no fue claro en denunciar el genocidio de las fuerzas armadas; en 1999, la gente seguía creyendo en la fantasía de un peso un dólar y creía la crisis era solo por la figura de Menem; en el 2015, luego de una gran década hubo demasiado egoísmo y se lo dejo sólo a Daniel Scioli con una consigna tonta cómo que “el candidato es el proyecto”, cuando en las elecciones se votan personas. En estas elecciones perdimos por un sinnúmero de razones pero especialmente por qué no se puede vivir con una inflación de 140 por ciento anual. Se podrá decir que hubo una pandemia, que la deuda con el FMI que nos dejó Macri es impagable y que no supimos frenar a los grandes monopolios que aumentaron la canasta básica a su antojo. Todo es verdad, pero no tuvimos respuestas en cuatro años y el pueblo se hartó y optó por lo nuevo.
En estas horas difíciles me acorde de una anécdota que cuenta el escritor Ernesto Sábato en su libro El otro rostro del Peronismo, Buenos Aires, Imprenta López, 1956, sobre su visión del golpe de estado de 1955 y una experiencia que tuve unos días antes del balotaje con la señora que realiza tareas en casa y que conozco de toda la vida.
Cuenta Sábato que el 23 de septiembre de 1955, cuando asumía la presidencia el general Lonardi una multitud lo vivaba en Plaza de Mayo. El escritor, muy antiperonista, se encontraba en la provincia de Salta y relata lo siguiente: “mientras los doctores, hacendados y escritores festejábamos ruidosamente en la sala la caída del tirano, en un rincón de la antecocina vi como las dos indias que trabajaban tenían los ojos empapados de lágrimas. Y aunque en todos aquellos años yo había meditado en la trágica dualidad que escindía al pueblo argentino, en ese momento se me apareció en la forma más conmovedora. Pues ¿qué más nítida caracterización del drama de nuestra patria que aquella doble escena casi ejemplar? Muchos millones de desposeídos y de trabajadores derramaban lágrimas en aquellos instantes, para ellos duros y sombríos. Grandes multitudes de compatriotas humildes estaban simbolizados en aquellas dos muchachas indígenas que lloraban en una cocina de Salta”.
Una semana antes del balotaje, conversaba con Rosa que me contaba que iba a votar por Milei. Intentaba decirle que votaba a su propio verdugo, pero de pronto con lágrimas en los ojos me dijo que “nadie en este gobierno ni en el anterior se preocuparon por ella y que cada día está peor, que la plata no le alcanza y que “ese loco” le da la esperanza de un mundo mejor”. Antes esas lagrimas opte por el silencio. Me di cuenta que el peronismo no estaba dando las respuestas que se necesitaban.
Hay que entender que el mundo del trabajo que conoció el peronismo está desapareciendo, que el rol del sindicalismo está cambiando, que vivimos un cambio cultural. Que las comunicaciones pasa por las redes y no por la televisión y mucho menos por los diarios. Vivimos otro tiempo y el peronismo no ha dado las respuestas necesarias.
Hay que debatir hoy más que nunca. El peronismo tiene algo que no tienen los demás partidos políticos: militancia. Hay que tomar el bastón de mariscal y de verdad y hacer una verdadera revolución, primero dentro del movimiento, y después con respuestas claras salir a dárselas a la gente.
“Tantas veces me mataron,/tantas veces me morí,/sin embargo estoy aquí,/resucitando”, dice María Elena Walsh en La Cigarra y termina esos versos en “A la hora del naufragio/ y la de la oscuridad/ alguien te rescatará/ para ir cantando”.
A repensar cómo construir nuevas mayorías y dar las respuesta que el pueblo se merece.