Después del triunfo del seleccionado de fútbol el martes por la noche en Quito -que permitió la clasificación para el Mundial de Rusia-, quien festejó casi tanto como Messi y compañía fue el presidente Mauricio Macri. Junto a sus más cercanos colaboradores, respiraró con alivio una vez que el árbitro dio por terminado el encuentro.
“Sin lugar a dudas, es una excelente noticia, porque esta victoria nos va a ayudar a que empiece a mejorar el humor social”. Precisamente, ésta fue la sensación que reinaba en la Quinta de Olivos, donde una treintena de funcionarios de primera línea se reunió alrededor de los plasmas ubicados en el quincho, a mirar el decisivo partido.
La especulación inmediata fue que el entusiasmo que a partir de ahora generará la selección, permitirá no sólo un muy buen desempeño en las elecciones del 22 de octubre, sino que en el mediano plazo el gobierno podrá llevar adelante profundas reformas como las que tiene en carpeta, a nivel laboral, tributario, previsional y fiscal, sin encontrar demasiadas piedras en el camino.
Un funcionario de llegada permanente a Macri, confesaba que la incertidumbre sobre la clasificación para Rusia 2018 había puesto a la Casa Rosada en estado de alerta, y que venía generando mucha preocupación. Para el presidente no hubiera sido un buen signo que un seleccionado no clasifique para Mundial -algo que no ocurre desde 1970- justamente durante su mandato.
Después de todo, nadie puede ignorar que los logros deportivos siempre resultan una ayuda para un gobernante.
El hecho es que, para el Gobierno, se vienen tiempos en los que el certamen de Rusia será algo así como la puerta de entrada para concretar medidas que, en otro contexto, serían rechazadas de inmediato.
Por eso mismo, mientras en la noche del martes se descorchaban botellas de champagne francés en Olivos, quedó claro que del alivio inicial se pasó a la euforia, casi como una suposición de que gracias a la participación de Argentina en el Mundial el gobierno dispondrá, para un importante sector de la sociedad, de un cheque en blanco para llevar a la práctica aquellas reformas que, con otro resultado, hubiesen resultado imposibles de plasmar.