Las imágenes de anoche en el country “Ayres de Pilar” dan miedo. Ver a un grupo de vecinos decidiendo por mano propia, incentivados por los medios, atacar a un móvil policial, tirar huevos, piedras, romper el parabrisas e intentar “linchar” a quien hace 4 años está detenido ilegalmente y que un Tribunal de Casación lo mandó con prisión domiciliaria a su casa.
Esos vecinos, de clase media alta, indignados con un supuesto “corrupto k”, conviven con pilas de empresarios deshonestos que no pagan impuestos, fugan sus ganancias a paraísos fiscales y pergeñan con su contador cómo evadir impuestos. Un dato para tener en cuenta sobre la doble vara de los vecinos del country: en ese mismo lugar vive Mateo Corvo Dolcet. Allí se recluyó luego de pasar 133 días preso. Está procesado por lavar la fortuna de un narco colombiano junto a la viuda de Pablo Escobar. Pero como no es “empresario K” y es amigo de Carrió, Campagnoli y Ducoté no hay ningún problema.
¿Qué hubiera pasado con los medios hegemónicos, la oposición y el establishment económico, si el peronismo hubiera movilizado a la puerta de Los Abrojos, la quinta de Mauricio Macri en Malvinas Argentinas, para protestar por todo el dinero robado en el Correo Argentino, las autopistas, los parques eólicos, la fuga de capitales a paraísos fiscales y los negocios con sus amigos empresarios?
Más allá de Lázaro Báez, que no es el centro de esta nota ya que deberá defenderse en la justicia si es o no culpable, las imágenes de anoche, incentivadas por los medios hegemónicos, me trajeron rápidamente aquellas imágenes de “La Noche de los cristales rotos”, cuando en 1938, los sectores medios de Alemania, enardecidos por la propaganda nazi, salieron a las calles y destruyeron todas las vidrieras de los negocios de familias judías, saquearon sus comercios, atacaron la sinagogas y los cementerios judíos. ¿Fue un hecho espontáneo? No. Durante varios años el ministro de propaganda, Joseph Goebbels, organizó la campaña del odio para destruir al diferente, en este caso el pueblo judío alemán.
Por estos días, están sucediendo cosas muy peligrosas en la Argentina. La oposición decide marchar por las calles en plena pandemia, con consignas como “la libertad” y la “República”. La oposición y los medios las incentivan y esos manifestantes enardecidos atacan a los periodistas de C5N que tienen que ser protegidos por la policía para realizar su trabajo. Son los mismos que queman barbijos, como los nazis quemaban libros.
Paralelamente, la oposición decide boicotear al Congreso para que no pueda funcionar. Se sientan en sus bancas como barras bravas y gritan a más no poder en la sesión para que no se pueda realizar. Luego, como el oficialismo consigue quórum, deciden ir a la Justicia para anular la sesión. La oposición, encabezada por Mauricio Macri no acepta el resultado en las urnas, de allí que trabajan todos los días para desgastar el gobierno y derribarlo. Como no hay fuerzas armadas confían en la Corte Suprema de Justicia, la misma que fue parte del Lawfare durante cuatro años para encarcelar funcionarios del kirchnerismo y perseguir a la ex presidenta. Ella les ganó, o mejor dicho, el pueblo les ganó las elecciones después de cuatro años de corrupción macrista, de un brutal endeudamiento, de negocios con empresarios amigos, de fuga de capitales, de espionaje ilegal, de aumentos brutales en las tarifas imposibles de pagar, todo con el total apoyo de los medios hegemónicos.
Como si fuera poco, la policía bonaerense se subleva frente al domicilio del gobernador para pedir aumento salarial. El gobierno rápidamente afirmó que el aumento está contemplado en el mega plan para prevenir la seguridad que anunció el presidente la semana anterior. Y Carlos Bianco, el jefe de Gabinete, afirmó que “a las protestas hay que escucharlas”.
Más allá de este hecho puntual, que haya una protesta de fuerzas de seguridad rápidamente nos retrotrae a la protesta policial que derrocó al presidente Evo Morales en Bolivia y a otra que había puesto en vilo al gobierno de Rafael Correa, en Ecuador. Claro, hay una diferencia entre los golpes blandos que se produjeron en Brasil, Paraguay, más lo sucedido en Bolivia y otros países de la región. En la Argentina hubo un 17 de octubre que cambió la historia para siempre.
El peronismo se bancó golpes de Estado, fusilamientos, años de proscripción, cárceles llenas de dirigentes, la desaparición del cadáver de Evita, con su líder en el exilio por casi dos décadas y, al final, treinta mil desaparecidos, en lo que fue la peor dictadura cívico-militar de América Latina. Pero ahí está, con todas las leyes laborales, sindicatos fuertes, con la Asignación Universal por Hijo y todo el empoderamiento que le dio Néstor y Cristina durante doce años de gestión.
Se equivoca la derecha si cree que el gobierno de Alberto Fernández esta débil. El Frente de Todos se mantiene unido y el presidente tiene una imagen altísima de respaldo, según todas las encuestas. Es verdad que pareciera que “la calle” la maneja la oposición, pero solo es una ilusión óptica. El pueblo se mantiene en sus casas respetando la pandemia pero cuando sea necesario millones de argentinos de bien saldrán a la calle para respaldar el gobierno.
El peronismo es como el topo de la historia. A veces desaparece, porque el topo va por debajo de la tierra, pero nunca aparece para atrás, siempre va para adelante, siempre buscando la luz.