Por Luis Alen. Noemí Viera es una madre de cinco hijos, de 34 años de edad, que creció y vive en Villa Itatí,un barrio popular del Partido de Quilmes, pleno conurbano bonaerense. Por las vueltas de la vida, y porque en esos barrios el derecho a la educación está muy lejos de estar garantizado, cuando transitaba el embarazo de su primera hija, a los 16 años, debió abandonar el secundario hasta el 2012, momento en el que pasada la adolescencia recién pudo terminar sus estudios secundarios, gracias al plan FINES (Programa de Finalización de Estudios Primarios y Secundarios, impulsado por el Estado desde 2008). Es, para los criterios que maneja María Eugenia Vidal, la ex gobernadora bonaerense hoy otra vez porteña, pobre. Y por lo tanto, excluida de los estudios universitarios.
Cuenta Noemí que llegó a cursar el secundario junto con sus hijos, hasta concluirlo en el 2015. La Universidad todavía parecía un sueño inalcanzable, pero Noemí en 2016 se inscribió en la de Lanús, donde comenzaba a dictarse una carrera nueva, única en su género en el país, y casi seguramente, en toda América: la Licenciatura en Justicia y Derechos Humanos. Lo hizo porque su experiencia de vida le había enseñado que había que luchar para defender esos derechos que son de todos pero que unos pocos pretenden limitar. Estaba, en ese momento, incluida en un programa del Ministerio de Desarrollo Social: Ellas Hacen. Desde allí trabajaba con otras compañeras en planes para mejorar el barrio.
Su camino no fue fácil. Compartir sus tareas maternales con los estudios, y las demás exigencias de la vida, la obligó muchas veces a tener que ir hasta los predios de Remedios de Escalada donde funciona la Universidad, en lo que fueran los viejos talleres del ferrocarril, con uno o más de sus hijos. Descubrió que la Universidad no solo no ponía trabas para esas presencias sino que las recibía con los brazos abiertos. Se fue acostumbrando a los nombres de los pabellones del predio y conociendo la historia que simbolizaban: José Hernández, Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, Rodolfo Ortega Peña, entre otros.
En las plazas de la Universidad jugó con sus tres niñas y sus dos hijos (y algunos docentes que se acercaban a compartir el rato). Esas plazas que tienen símbolos identificatorios: el pañuelo blanco, para la de los derechos humanos; las caras de Perón e Yrigoyen, para la de la democracia; las figuras de San Martín, Artigas, Bolívar y el Che para la de la Patria Grande americana. En la biblioteca Rodolfo Puiggrós pudo consultar sus miles de textos, y en el cine Tita Merello vio películas sobre la realidad nacional y debatió con sus directores.
Noemí siente que en la Universidad no solo encontró una oportunidad de formarse y adquirir conocimientos, sino que también se hizo parte de una gran familia que la recibió y la acompañó en sus estudios. “La Universidad y mis compañeres fueron decisivos para que pudiera cursar mis estudios, junto con mis hijes. Ese compromiso me hizo entender la importancia de las políticas públicas, de la presencia del Estado para conocer a los estudiantes, las cosas que les pasan, dónde y cómo viven, y así poder acompañarlos“.
Se entusiasmó con materias como Derechos Económicos, Sociales y Culturales, que le mostró que existía un mundo de cosas que deberían ser para todos pero que no llegaban a su barrio. Suele decir que uno de los motivos por los que eligió su carrera fue para tener información y fundamentos para poder trabajar con otras mujeres en situación de vulnerabilidad y discutir con aquellos que no creen en la posibilidad de crecimiento de los pobres.
Poder acceder a mucha información la llevó a descubrir, para mediados de 2018, que figuraba como afiliada a Cambiemos y estaba registrada como aportante a la campaña electoral de 2017, junto a otros compañeros del barrio. Hizo la denuncia y encabezó la presentación como querellantes de los vecinos de Villa Itatí, sin tener respuesta hasta el presente.
Fue rindiendo sus exámenes y en un momento se convirtió en tutora par de los nuevos ingresantes a la carrera. Y un día concluyó sus estudios y se transformó en la primera Licenciada en Justicia y Derechos Humanos, con su título oficial.
“Que me haya graduado, viviendo donde vivo, hace que se vean los resultados concretos de las políticas públicas de ayuda social. Demuestra que es posible que una madre, en mi situación, no tiene que postergarse y puede estudiar en una universidad y hacer muchas otras cosas”. Ahora trabaja en las Defensorías Territoriales, en un equipo de acompañamiento y ayuda a personas en situaciones de violencia de género.
Sí, María Eugenia. Los pobres pueden estudiar en las Universidades públicas, gratuitas, de calidad. Y se pueden recibir. Como lo hizo Noemí, que ha demostrado que quienes sostienen lo contrario son personas de un genio irregular que las llevan a afirmar cosas que por su rareza o extravagancia mueven o pueden mover a risa. Que la presencia del Estado puede servir para que la educación no sea para elites, sino para todos. Que sea un motor de progreso y de equidad. Que pueda formar miles y miles de personas empoderadas, que quieran construir una nación justa, libre, soberana. Que los que piensan lo contrario son solo dueños de un pensamiento escaso, corto, de poca estimación, extraño, irregular, de poco aprecio y consideración. En definitiva, Noemí los ha condenado al ridículo. Felicitaciones para ella.
*Director de la Licenciatura en Justicia y Derechos Humanos de la UNLa
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