
Un Milei desesperado cerró la campaña electoral entregando su gobierno a quienes controlan las finanzas y los “negocios” en Wall Street. Sabe que un mal resultado en las urnas dejaría temblando a su administración y, aunque amenace la democracia al afirmar que “hay un Congreso destituyente” —simplemente por querer cumplir con las leyes y la Constitución argentina—, los libertarios parecen poco afectos a las instituciones republicanas.
Tras las renuncias de los ministros Gerardo Werthein y Mariano Cúneo Libarona antes de las elecciones, y con un dólar que no baja de los 1.500 pesos pese a los millones inyectados desde el Tesoro norteamericano, Milei decidió abandonar las formas y entregar Economía y Relaciones Exteriores a Wall Street.
La llegada al país de Jamie Dimon, CEO del JP Morgan, acompañado por Tony Blair y Condoleezza Rice en tres aviones cargados de empresarios multimillonarios, no fue casual. Esta tarde, Dimon se reunirá con el presidente argentino para anunciarle los términos de la rendición.
La designación de Pablo Quirno al frente de la Cancillería —un ex empleado de banco, igual que Luis Caputo— confirma que el poder real está en otro lado. Quirno trabajó 17 años en el JP Morgan, donde llegó a desempeñarse como director para América Latina y miembro del Comité de Gerenciamiento Regional.
El desgastado ministro de Economía, que iba a ser reemplazado por Federico Sturzenegger, jugó sus cartas en Wall Street junto a Scott Bessent, otro especulador multimillonario, y logró asegurarse la continuidad en el cargo. Además, extendió su control sobre la Cancillería colocando allí a su mano derecha y ex socio de la consultora Anker.
En el Palacio San Martín la noticia cayó con desconcierto. “Una absorción por vía financiera”, murmuró un veterano diplomático en los pasillos, y agregó con ironía: “ahora los cables se mandarán directamente a Wall Street, no a las Naciones Unidas”.
Vale recordar que Caputo ya había negociado que el JP Morgan se encargue de un préstamo de 20.000 millones de dólares, con garantía de la DFC, la agencia de desarrollo del gobierno estadounidense. El programa, presentado como un “canje de deuda por educación”, lleva el sello del Tesoro de Washington y refuerza la idea de una tutela norteamericana sobre la política económica y diplomática del país. El verdadero “negocio” está en las comisiones… y en alguna cláusula secreta.
Mientras el presidente entrega el gobierno a un grupo de multimillonarios de Wall Street, el consumo volvió a caer en julio, agosto y septiembre, tanto en alimentos como en indumentaria. Los ingresos no alcanzan, los despidos se multiplican y la obra pública, la educación y la salud siguen abandonadas. Como siempre, Milei entrega todo para beneficiar a los ricos, mientras el resto de los argentinos debe arreglárselas como pueda.
Porque al final, Milei no vino a dinamitar el Estado: vino a subastarlo. Y en la puja, los únicos que levantan la mano son los de siempre: los bancos, las corporaciones y los amigos del poder. Los argentinos, otra vez, quedan mirando desde la tribuna cómo venden su país al mejor postor.
