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25 abril, 2024
OPINIÓN

Viejos de mierda

Por Dante Augusto Palma. El hecho de que alrededor del 80% de los muertos por covid-19 sean mayores de 70 años ha hecho que el confinamiento de los denominados “adultos mayores” se transforme en el eje de controversias a lo largo del mundo en tiempos donde comienza a pensarse cómo se sale del aislamiento.

El gobierno de Macron aseguró que los mayores de 65 años debían continuar confinados más allá de la fecha de “fin de la cuarentena” y tuvo una respuesta monolítica de buena parte de los franceses que hasta advirtieron la posibilidad de un mayo en el que la única revolución sea la de las canas. Días después, el gobierno debió dar marcha atrás; en Reino Unido, al menos hasta el momento en que escribo estas líneas, la posibilidad de un confinamiento selectivo para los mayores estaba en estudio pero, en Alemania, Ángela Merkel aseguró que encerrar a los mayores para regresar a la normalidad era inaceptable desde el punto de vista ético y moral. Del otro lado del océano, en Argentina, el gobierno de la ciudad de Buenos Aires, al igual que sucediera con Macron, debió retroceder con la iniciativa de establecer un sistema de permisos de salida riguroso para mayores de 70 años cuyo incumplimiento sería penado.

A nivel conceptual, al momento de defender o atacar la medida, hay mejores y peores argumentos esgrimidos tanto por los gobiernos como por los afectados. Estos últimos utilizan, naturalmente, razones vinculadas a los derechos individuales y a cierto universalismo o principio de generalidad por el cual seleccionar a un individuo o grupo específico en detrimento de otros o en detrimento del resto de la sociedad, supondría una medida claramente discriminatoria. Pero no faltaron quienes, más acorde a los tiempos, han enarbolado una defensa de los mayores en nombre de la identidad de un grupo vulnerable. Allí empiezan a aparecer algunos problemas porque dentro del grupo “mayores”, los varones son visiblemente más afectados que las mujeres y todavía no se sabe con exactitud a qué se debe. Con todo, esta evidencia trae tensiones porque si se trata de un asunto, llamemos, “biológico”, se mostraría que el lenguaje y la construcción cultural tienen límites objetivos; pero si esta vulnerabilidad no estuviera asociada a lo biológico sino a hábitos como los excesos o el deterioro físico por trabajo arduos, se acercaría evidencia para afirmar que el capitalismo (o los mandatos patriarcales) también afectan a varones. De aquí se seguiría un deber de propiciar políticas públicas de discriminación positiva sobre ellos o, al menos, sobre un sector de ellos.

Por parte de los gobiernos, en líneas generales, el argumento es utilitarista, y se expone en términos de llevar adelante acciones que favorezcan a la mayoría, aun cuando ello afecte a individuos o grupos particulares. Todos son argumentos atendibles pero a mí me interesaba posarme en la vejez como problema, ya que la desgracia de que esta pandemia ataque con tanta virulencia a quienes tienen más edad, vuelve a poner el eje en las dificultades que tienen las sociedades actuales para encarar el desafío de convivir con el envejecimiento de un sector de la población.

Es que más allá de la circunstancial pandemia que, más temprano o más tarde, algún día terminará, la situación de “los viejos” suele ser encarada desde la perspectiva económica, especialmente a partir del desequilibrio económico que genera que, sea por la baja en la tasa de natalidad en Europa, sea por la pauperización y la informalidad laboral en los países en vías de desarrollo, las cuentas de los sistemas previsionales no cierren. Porque con un promedio de edad que supera los 80 años, los jubilados reciben, por su condición de tal, durante prácticamente 20 años, un estipendio que los aportes de los sectores activos no logran cubrir. Dicho más fácil: la gente vive más tiempo después de jubilarse y los trabajadores que aportan son menos. Matemática básica. No se puede autosustentar. Las soluciones que se han dado a este desafío varían de país en país, desde subir la edad de jubilación hasta sistemas de capitalización privado pero se trata de parches y, en algunos casos, el remedio es peor que la enfermedad ya que subir la edad de la jubilación impide que haya trabajo para los más jóvenes y los sistemas de capitalización privada no han obtenido mejores resultados ni para el individuo ni para la comunidad, tal como lo demostró el caso argentino.

A propósito, entonces, de la vejez como problema, vino a mi mente una novela corta, llamada Diario de la guerra del cerdo, publicada, justamente, por un argentino en 1969: Adolfo Bioy Casares. El dato no es menor porque si bien parece ambientada en los años 40, momento en el que en Argentina irrumpía el peronismo, también puede leerse como una reacción al avance de las ideas socialistas y a esta reivindicación de la juventud por la juventud misma que fue tan potente en los años 60, como si haber nacido después que otra persona supusiera un mérito.

En la novela, “la guerra al cerdo” es como denomina un diario a la persecución que los jóvenes realizan sobre los viejos. El protagonista es un hombre que está cercano a “hacerse viejo” y relata, en forma de diario personal, los hechos que se van sucediendo: golpizas, secuestros, persecuciones y asesinatos a viejos por su condición de viejos. Nunca queda del todo claro por qué lo hacen. Por momentos parecen razones morales, por ejemplo cuando se manifiesta el desprecio que tienen los jóvenes por las actitudes lascivas que puede tener un viejo con una jovencita. Pero también se dice que puede obedecer a cuestiones económicas vinculadas al problema demográfico o, simplemente, a la intolerancia de una generación que está acelerada y ya no puede aceptar las torpezas propias de quienes tienen más edad.

Esto se puede conectar con algunas de las ideas expresadas por Simone de Beauvoir en La vejez, publicado, justamente, un año después que la novela de Bioy Casares. Allí ella afirma:

“Si los viejos manifiestan los mismos deseos, los mismos sentimientos, las mismas reivindicaciones que los jóvenes, causan escándalo; en ellos el amor, los celos, parecen odiosos o ridículos, la sexualidad repugnante, la violencia irrisoria. Deben dar ejemplo de todas las virtudes. Ante todo se les exige serenidad; se afirma que la poseen, lo cual autoriza a desinteresarse de su desventura. La imagen sublimada que se propone de ellos es la del Sabio aureolado de pelo blanco, rico en experiencia y venerable, que domina desde muy arriba la condición humana; si se apartan de ella, caen por debajo; la imagen que se opone a la primera es la del viejo loco que chochea, dice desatinos y es el hazmerreír de los niños. De todas maneras, o por su virtud o por su abyección, se sitúan fuera de la humanidad. Es posible, pues, negarles sin escrúpulo ese mínimo que se considera necesario para llevar una vida humana”.

Sin embargo, volviendo a la novela, Bioy Casares, en un pasaje extraordinario, le hace decir a uno de sus protagonistas algo que la autora de El segundo sexo también advertiría en su libro. Casi en clave psicoanalítica, uno de los protagonistas de la novela afirma: “Hay un nuevo hecho irrefutable: la identificación de los jóvenes con los viejos. A través de esta guerra entendieron de una manera íntima, dolorosa, que todo viejo es el futuro de algún joven. ¡De ellos mismos tal vez! (…) En esta guerra los chicos matan por odio contra el viejo que van a ser. Un odio bastante asustado”.

Probablemente haya muchas razones para explicar por qué la vejez aparece hoy como problema, y nótese que en estas últimas líneas comencé a hablar de “viejos” porque es tanto el espanto que nos provoca la vejez que debemos nombrarla con eufemismos como “los abuelos” (a pesar de que muchos no han dejado descendencia), los “adultos mayores” (que evidentemente parecen que son mayores que los adultos que se definen por ser “no mayores”), etc. Pero no son ni abuelos ni son adultos mayores. Son viejos y, en general, se los trata como viejos de mierda. Porque en una cultura donde impera el musculito, el verse bien, la velocidad y la juventud, a un viejo no le queda otra que ser un viejo de mierda.

Sobre todo porque ser viejo es sinónimo de improductivo y aquí podemos permitir cualquier cosa menos dejar de ser activo. Por eso el viejo es un descartado y no compite en igualdad de condiciones ni siquiera en las nuevas políticas de la identidad. Es que, en la carrera meritocrática por ver qué grupo es más víctima, los viejos pierden ya que, al no producir y al ver mermada su capacidad de consumir, quedan fuera de la competencia. Por eso, incluso quienes defienden el uso del lenguaje inclusivo, excluyen a los viejos. No los llaman “les viejes” ni “les abueles” ni “les adultes mayores”. Tampoco se habla de “les infectades” cuando hacen referencia a los afectados por el covid-19 probablemente porque la mayoría de los que mueren son viejos y son viejos de mierda porque además de viejos son pobres. De hecho, por el tipo de jubilación a la que acceden, en buena parte del mundo, ser viejo es sinónimo de ser pobre. De aquí que la gerontofobia, el desprecio por los viejos, sea quizás, más bien y sobre todo, una aporofobia, un desprecio por los pobres.

Además los viejos tampoco entran en el tipo de representación clásica en tanto extrabajadores porque como también indica De Beauvoir, “el interés de los explotadores es quebrar la solidaridad entre los trabajadores y los improductivos de modo que éstos no sean defendidos por nadie (…) Los viejos, que no constituyen ninguna fuerza económica, no tienen los medios de hacer valer sus derechos”.

Por ello, en tanto nuestra cultura nos evalúa según nuestra producción, ser viejo es una carga, una sobrevida inmerecida. Podemos tolerar que cumpla 65 años si sigue produciendo, esto es, si no se asume como viejo, o sea, si sigue produciendo como si fuese joven. Su “sobrevida” tiene que ver con la negación de lo que es. Sobrevivirá por no ser lo que es, por ocultarlo. Los propios viejos dicen sentirse bien si producen como lo hacen los jóvenes. No hay nada en el ser viejo en sí mismo que sea virtuoso. La única virtud está en poder ser como un joven. No se valora lo que se es sino lo que permite que no se vea lo que verdaderamente se es.

Cumplir más años y eventualmente obtener el beneficio de la experiencia no tiene ningún valor en tiempos donde reina lo efímero. De hecho hoy ya nadie busca la inmortalidad en sí misma sino que, en todo caso, lo que se busca es la continuidad (eterna) de la juventud.

Para concluir, una última reflexión: siempre solemos decir que no podemos saber quiénes somos si no recuperamos nuestro pasado, nuestra historia. Por supuesto que esto es verdadero. ¿Pero por qué nos desinteresamos de lo que vamos a ser? Esa es la pregunta que se hace De Beauvoir cuando indica “No sigamos trampeando: en el futuro que nos aguarda está en juego el sentido de nuestra vida; no sabemos quiénes somos si ignoramos lo que seremos: reconozcámonos en ese viejo, en esa vieja”.

Si logramos reconocernos en ese otro viejo puede que actuemos diferente a como actuaron los jóvenes de la novela de Bioy Casares; puede que tengamos algo menos de odio a aquel viejo de mierda que vamos a ser.

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Carlos Stepanian 29 julio, 2020 at 12:25 pm

EL TRATO DESTRATO Y MALTRATO A LOS ANCIANOS Por Carlos Stepanian
Es sabido de sobra que cuando se llega a cierta edad, algunas facultades en el ser humano comienzan a debilitarse, como las motrices, cognitivas, auditivas, visuales y demás. Entonces se les hace muy difícil cumplir con acciones o tareas que en la mocedad se realizaban casi mecánicanicamente. El anciano, o persona mayor, solamente por su estatus, debería ser diferenciado en su tratamiento social, y recibir una atención solícita, amable y cordial por parte de quienes lo atienden, para ayudarle, asesorarlo, acompañarlo, contenerlo, etc.
Sucede que el trato que recibe de ciertos funcionarios, empleados, personal del servicio público de la índole que fuere, etc. dista de ser lo digna que deben ser, ninguneando y maltratando a algunos de ellos por no poder satisfacer adecuadamente la presentación de la documentación o los requerimientos solicitados. No tienen una actitud comprensiva ni un trato cortes y amable, que les permita a los gerontes, cumplimentar una gestión, trámite o actividad necesaria para cumplir con obligaciones indelegables y/o impostergables.
En alguna oportunidad, se ha visto hasta agredir de hecho y de palabras a algún adulto mayor que se le hacía difícil o no podía entender algunas directivas o requerimientos ante cierto empleado irascible de alguna repartición pública. Y qué decir de los conductores del transporte público, que en vez de facilitar las cosas se empeñan en empeoraras, como cuando no arriman el colectivo o vehículo de pasajeros al cordón de la vereda; cuando pueden hacerlo, para el ascenso y descenso de pasajeros exponiendo a los mismos a contratiempos o siniestros de tránsito, evitables por cierto. Y algunos Pasajeros que no solo no lo tienen en cuenta, sino que no les ceden el asiento cuando es evidente que su incapacidad de movilización es muy notable.
También verificamos situaciones de violencia en hospitales, sanatorios, clínicas, etc. Donde por padecer ciertas enfermedades, deben acudir en forma permanente y que soportan el mismo tratamiento personal de desprotección y agresiones varias. Y si son migrantes de países limítrofes, el padecimiento es muy difícil de tolerar.
Un capítulo aparte merecen ciertas y determinadas instituciones o sociedades comerciales; por que no se puede calificar de otra manera, a lugares de encierro, maltrato y hasta vejámenes a los que son sometidos, que son los hogares, asilos o los comúnmente los mal llamados geriátricos. Hay que hacer una salvedad, existen de estas instituciones, generalmente de capitales privados, una muy buena atención, desde lo edilicio, pasando por el trato y la dispensa ofrecidas, pero tienen la característica distintiva de que son para presupuestos voluminosos. Los demás lamentablemente, son contados con los dedos de una mano, los que ofrecen un trato digno en todos los aspectos de confort, calidad de vida prestaciones y tratamiento personal, ya que son como depósito o guardería y que muchos de ellos, no poseen habilitación alguna extendidas por la autoridad de aplicación de la zona donde está emplazado, por tanto al no estar registrados, no pueden ser controlados ni verificados en su calidad de atención. Muchos de ellos están subvencionados o patrocinados por la obra social SSPJP PAMI, al que muchos considera una “vaca lechera“ a la que se la puede esquilmar a troce y moche.
También merece un trato aparte la cuestión de los medicamentos, por parte de laboratorios, droguerías o distribuidores, aunque nobleza obliga, desde que asumió el actual gobierno nacional, el tema se solucionó en gran parte, pues ha establecido vademécum de una determinada cantidad de medicamentos, nominados por su nombre genérico, no comercial o de fantasía, expedidos gratuitamente, lo que permite a muchos usuarios acceder a ellos sin erogar ni un centavo. Pero volviendo al tema, Las empresas farmacéuticas y los laboratorios productores, al igual que los casos de ciertos geriátricos de los que ya hemos hablado, proceden casi de la misma forma. Intentando aprovecharse de la institución y del estado.
También existen casos en que el anciano, confía en una persona de su cercanía y lo designa apoderado y éste, “traicionando” la confianza depositada en él, solamente le entrega el monto justo para su supervivencia, quedando en su poder gran parte de lo cobrado y todo con la complicidad de funcionarios corruptos del estado.
La tradición de los pueblos aborígenes de América y Mesoamérica, había; y en algunos pueblos aún se conserva, una institución llamada “amautas” que estaba compuesta por los ancianos de las tribus, que por la sola condición de revistar en esa categoría eran merecedores de un trato especial, solo por el hecho de ser personas de edad longeva. Tenían la prerrogativa de integrar el gobierno o la asesoría de los más jóvenes.
Comparemos pues la situación de nuestra civilización adelantada tecnológicamente y nos daremos cuenta de la forma en que hemos retrocedido humana y socialmente. Hagamos votos de que paulatinamente nos concienticemos de la importancia que se les debe dar a nuestros ancianos, que luego de haber transitado una vida productiva y en el ocaso de la misma, no sea destratado ni maltratado sabiendo, al menos, que todos de alguna forma u otra, transitaremos en su momento por esa senda y que la podamos recorrer con comprensión, respeto, compasión y dignidad.

15 de Junio de 2020.-

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