Por Eduardo D’Argenio.- Lejos de ser una cuestión menor o simplemente anecdótica, el debate que se generó en los últimos días en torno a la palabra “mérito” no hace más que poner sobre la mesa una cuestión ideológica que muestra dos visiones diametralmente opuestas entre Alberto Fernández y el macrismo.
La discusión sobre la tristemente célebre meritocracia recobró vigencia cuando el presidente, durante un discurso en San Juan, dijo que “lo que nos hace evolucionar o crecer no es el mérito, como nos han hecho creer en los últimos años, porque el más tonto de los ricos tiene muchas más posibilidades que el más inteligente de los pobres”.
Para que no quedaran dudas, enfatizó que “entonces no es el mérito, es darle a todos las mismas oportunidades de crecimiento y desarrollo. Mientras eso no ocurra en la Argentina, no podemos estar tranquilos con nuestras conciencias”, y que “el mérito sirve si las condiciones son las mismas para todos, sino el mérito no alcanza”.
La respuesta de Mauricio Macri llegó poco después, cuando desde su cuenta de Twitter escribió “Comparto”, para apoyar el mensaje del diputado Mario Negri, en el que indicó que “condenar el mérito es condenar la Argentina a la chatura”. “Con mucho dolor leí las declaraciones del presidente y pensé en lo equivocado que está quien conduce hoy el país. Sus conceptos están reñidos con nuestra historia”, dijo.
Según Negri “no hay progreso sin la idea de mérito. Mérito es buscar valores. Las sociedades sin mérito no son igualitarias. Son espacios poblados por individuos. No por personas. Y por encima del individuo los tutela el poder. Sin progreso lo que queda es el estancamiento. Sociedades estáticas. Conducidas por tiranos, reyes o sacerdotes. Ellos se arrogan el derecho sobre personas y cosas. Si no hay mérito, ¿para qué educarse? ¿Si no hay reconocimiento para qué mejorar? Sin mérito no hay ciencia. ¿Para qué saber? ¿Para qué descubrir? Sin mérito se vive en una anomia eterna. ¿Es eso lo que quieren? Sin mérito no hay esfuerzos, ni individuales ni colectivos”.
La meritocracia fue un término que instaló el Gobierno de Cambiemos, tras asumir en 2015. Es que, desde ese espacio se hicieron eco de este fenómeno que tiene raíces profundas en la narrativa del inmigrante que, a través del esfuerzo personal, es capaz de forjar su propio destino.
Por eso mismo, se basan en la idea de que el Estado es por definición una maquinaria corrupta e ineficiente, y que mientras más se extienda el Estado, más se extiende la corrupción y la ineficiencia. Una mentalidad que considera que lo realmente productivo (y por lo tanto la única fuente de progreso y de modernidad) es la actividad privada, y más todavía si no se la regula o se la “asfixia” con impuestos, etc.
En otras palabras, desde esta mentalidad, tanto el intervencionismo económico como las políticas de la redistribución de la riqueza son regresivas e injustas, porque ahogan al principal motor del desarrollo (es decir, la libre iniciativa del individuo) y porque castigan al que se “esfuerza”, al que es “eficiente” o “innovador”, al “exitoso”, para beneficiar al “vago”, al “ineficiente”, al que no fue capaz de adaptarse.
Allá por octubre de 2017, Macri ponía en palabras su adhesión a la meritocracia, cuando aseguraba que “lo que te hace feliz no es lo que te regalan”, sino “lo que conseguís con tu trabajo”, mientras se alentaba con fuerza el concepto de “emprendedor”, como ejemplo de la iniciativa privada, en detrimento de lo colectivo.
Mientras, en junio del año pasado Cristina Kirchner se refirió a la cuestión a través de un video que publicó en las redes sociales, en el que mostraba imágenes de Macri y el color amarillo como protagonista, donde remarcaba: “Imaginate vivir en una meritocracia, un mundo donde cada persona tiene lo que merece. Donde la gente vive pensando cómo progresar día a día, todo el día. Donde el que llegó, llegó por su cuenta, sin que nadie le regala nada. Verdaderos meritócratas. Que no quieren tener poder, sino que quieren tener y poder”.
Ahí la actual vicepresidente remataba con que “el meritócrata sabe que pertenece a una minoría que no para de avanzar y que nunca fue reconocida, hasta ahora. Según esta visión las cosas se logran sólo con el esfuerzo individual”, y que la meritocracia es “la última gran coartada del neoliberalismo para hacerte creer que lo que tenías era sólo por mérito propio, y no también del modelo económico y el rol del Estado”.
Y quien puso blanco sobre negro la cuestión fue el “Negro” Alejandro Dolina, cuando durante una charla pública sostuvo que “el meritócrata empieza por creer que la prosperidad es siempre bien habida, es decir, que el que tiene es porque se lo ha ganado. Y esto conduce a una convicción simétrica: el que es pobre -piensa el meritócrata- es porque ha sido perezoso o inepto”.
Agregó que “si se va más adelante en el análisis, todo beneficio o ayuda que se le haga a los desposeídos es una injusticia para quienes se han esforzado. El meritócrata desprecia a los pobres y odia a los gobiernos que lo favorecen”, y que “uno puede decirles que en realidad que la prosperidad no siempre proviene de un mérito y la pobreza no implica falta de esfuerzo”.