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22 noviembre, 2024
PAÍS

Cómo se gestó el 17 de octubre de 1945

Comparto dos capítulos del libro La Patria Sublevada. De Perón a Kirchner 1945-2010, de mi autoría

El pueblo se moviliza. La oligarquía, los partidos políticos, los marinos y parte del ejercito esperaban que el procurador de la Corte, el doctor Juan Álvarez  formara el nuevo gabinete de ‘intachables’. Los diarios de Buenos Aires festejaban la detención de Perón. Critica titulaba “ya no constituye un peligro para el país” y La Nación pedía la revisión de la política de la Secretaria de Trabajo y Previsión “cuyos trastornos causados en la organización económica ha dado origen a consecuencias dañosas en alto grado”.

El mismo día que Perón es trasladado a Martín García, el capital Héctor Russo, que hasta hace unas horas había sido director de las Delegaciones Regionales de la Secretaria tomó su teléfono y empezó a llamar a todas las oficinas del interior del país anunciando que el coronel estaba detenido y que la patronal se había apoderado de la Secretaria de trabajo.

En el gran Buenos Aires  y en el interior del país  la situación comenzó a ponerse tensa y muchos sindicatos entraron en estado deliberativo. La razón no estaba tanto en  la detención de Perón sino que muchos patrones les empezaron  a anunciar a los trabajadores que el aumento de salario que había informado la Secretaria se lo “vayan a cobrar a Perón” y que se “olviden de las nuevas leyes laborales”.

El día 14 la CGT declaró la huelga general sin ponerle fecha y llamó a una reunión del Comité Central Confederal para discutir los alcances de la misma. La reunión se realizó en la sede de la Unión Ferroviaria y las posiciones estaban divididas. Mientras algunos  plantearon la huelga general otros expresaron que en “Campo de Mayo esta lleno de coroneles”. Finalmente el llamado a una huelga para el día 18 de octubre triunfo por 21 votos contra 19. Se definió gracias al dirigente Libertario Ferrari, de origen forjista, que omitió el pedido de sus bases y apoyo la huelga dividiendo al gremio.

La huelga general fue llamada para el 18 pero el pueblo ya había decidido por su cuenta. El 15 los obreros de los ingenios Amalia, Cruz Alta y Mercedes, agrupados en la FOTIA de Tucumán lanzaron una huelga general reclamando el regreso de Perón.  En un volante anunciaban: “Como en los tiempos de Güemes marcharemos con lanzas y tacuaras para pelear por nuestra libertad y por la libertad de nuestro líder”. El 16 todo el gran Buenos Aires estaba en estado deliberativo  y el diario La Época publico esa tarde que “desde La Quiaca hasta Tierra del Fuego, desde el Atlántico a los Andes, se pide, se clama y se exige la libertad del coronel Perón ”.

Mientras tanto, el coronel seguía detenido en Martín García. La estrategia de Perón era  volver de la isla para no estar en manos de los marinos. El domingo 14 un médico amigo, el capital Ángel Mazza lo visitó y allí Perón le solicitó que lo ayude a salir pidiéndole el traslado al hospital Militar. Ese mismo día le entregó un par de cartas. Una de ellas fue para Eva Duarte donde le escribió que  “hoy he escrito a Farrell pidiéndole me acelere el retiro, en cuanto salgo nos casamos y nos iremos a cualquier parte a vivir tranquilos”.

El capital Mazza convenció al presidente Farrell que Perón estaba muy enfermo y que debía  ser trasladarlo al hospital Militar. Este le pidió al ministro de Marina Vernergo Lima, responsable de la jurisdicción en Martín García  que lo traslade a tierra firme y finalmente el marino, de mala gana, envió a dos médicos civiles para corroborar la enfermedad de Perón.  El martes 16, a eso de las 15 horas arribó a Martín García una lancha con los doctores Nicolás Romano y José Tobías, también llegó el capital Mazza, quien al acercarse a Perón le susurro en el oído que no acceda a  ser revisado. Perón no permitió que  lo revisaran pues eran ‘dos médicos desconocidos  y no le merecían su confianza’. La intención de Perón era ser trasladado a tierra firme pues ya sabia que había movimientos populares en la calles de Buenos Aires. En la madrugada del 17 de octubre en una pequeña lancha el coronel es trasladado de la isla Martín García al muelle de Puerto Nuevo y de allí al hospital Militar. 

El día que cambio la historia. La jornada del 17 de Octubre marcará la transformación del escenario nacional. Las masas de trabajadores, hasta en­tonces casi espectadoras de la vida institucional, irrumpían con fuerza avasalladora haciendo sentir sus reclamos. Aquel 17 fue inesperado, sorpresivo e incomprensible para quienes habían gobernado el  país en la última década. Los partidos tradiciones no entendieron que sucedió y buscaron las respuesta –como siempre- en Europa. Y la respuesta fue, una vez más equivocada.

La mañana anunciaba una jornada calurosa, como anticipando el verano. En el gran Buenos Aires los obreros comenzaron a llegar a las fábricas. No ingresaron. Se corrió la voz que había que marchar hacia el centro de la ciudad de Buenos Aires para reclamar por la libertad del coronel Perón. En poco tiempo grupos compactos atravesaron los puentes de Avellaneda  hacia Buenos Aires y se dirigieron al centro de la ciudad. Es un movimiento irresistible que no se detendrá durante toda la jornada, incluso cuando les levantaron los puentes.

Recordemos algunos de los relatos de aquellos hombres que cambiaron la historia del país.

El más importante intelectual del pensamiento nacional, Raúl  Scalabrini Ortiz expresó que:

“Un pujante palpitar sacudía la entraña de la ciudad. Un hálito áspero crecía en densas vaharadas, mientras las multitudes iban llegando. Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los Talleres de Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturas de San Martín y Vicente López, de las fundiciones de acerías del Riachuelo, de las hilanderías de Barracas… Hermanados en el mismo grito y en la misma fe, iban el peón de tambo de Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor, el mecánico de automóviles, el tejedor, la hilandera y el peón. Era el subsuelo de la patria sublevado. Era el cimiento básico de la nación que asomaba”. [1]

El dirigente de la carne Cipriano Reyes, quien encabezó las columnas desde Berisso contó  lo siguiente:

“La columna más maravillosa fue la que partió de Berisso. Estaba integrada por más de cinco mil compañeros; por el camino iban requisando todo lo que pudiera servir como medio de transporte: autos, colectivos, carros, también pedían a la gente que se sumaran a la marcha. Llegamos a eso de las cuatro de la tarde, antes había estado trabajando en la movilización. Yo viajaba en un coche con el compañero Ernesto Cleve. Cuando llegamos a puente Barracas nos encontramos con mucha gente, ya que habían levantado el puente y no se podía seguir. Los compañeros se largaban al agua como podían, usaban los botes, los transbordadores de los frigoríficos, tiraban bancos viejos o cualquier cosa que flotara para hacer balsas, otros simplemente nadaban en las sucias aguas del Riachuelo.

Así era el ansia por pasar al otro lado. Les dije que fueran por el puente del ferrocarril. A los pocos minutos bajaron puente Barracas y la gente se aprestó a cruzar. La policía intentó cerrar el paso e hizo una descarga cerrada al aire. Escuché decir a un oficial a sus subordinados: “¡Déjenlos pasar!… ¿Quién ataja esto?“.

Nos desplazamos por Barracas, tomando la avenida Montes de Oca hasta Constitución, donde hubo una concentración parcial. Volvimos a Bernardo de Yrigoyen para avanzar sobre Plaza de Mayo. En cada cuadra se incorporaban más hombres y mujeres a la manifestación, desde los balcones nos aplaudían. Fue maravilloso.” [2]

El dirigente metalúrgico Ángel Perelman relató en su emotivo libro titulado 

Como hicimos el 17 de octubre  que:

“A las  8,15 horas pasamos en el taxi de un chofer amigo, cargado de metalúrgicos, por la esquina de Independencia y Paseo Colón, en circunstancias  en que un grupo de manifestantes eran disuelto (y se reagrupaba una cuadra mas adelante) por la policía. Ya a las 8,40 de la mañana habían llegado a ella refuerzos de la policía montada.(…)

“A esta hora –eran las 9,30- habíamos pintado el taxi con letreros a cal que decían  ‘Queremos a Perón’. Seguimos recorriendo  los barrios y la muchedumbre nos aclamaba al ver el coche pintarrajeado. Espontáneamente y con los elementos que encontraban a mano, los trabajadores, sobre la marcha, improvisaban leyendas, carteles y cartelones de todo género y con las frases mas pintorescas, pero que tenían de común un nombre: Perón. A medida que pasaban las horas en ese día sin término ni fatiga, se repetía el espectáculo, barrio tras barrio: en la calle Belgrano, hacia el puerto se disolvía sin resistencia un grupo de 40  personas; después seguían caminando  por las veredas, con la consigna inesperada que unifico al pueblo ese día, todos a Plaza de Mayo.

“A alguien o a muchos se le ocurrió al mismo tiempo por obra de la necesidad, la iniciativa de detener un camión, un colectivo, un ómnibus o un tranvía, ordenar imperativamente a los guardas y chóferes cambiar de rumbo y dirigirse hacia el centro. La propia multitud –esto lo vimos decenas de veces- tomaba los cables del troley de los tranvías, los daba vuelta y el motorman empezaba a manejar el vehículo en dirección inversa. Los manifestantes subían entonces atropelladamente al tranvía, lo ocupaban por entero y se encaramaban a sus techos, mientras que los trabajadores que no habían podido meterse en el vehículo hacían lo mismo con el ómnibus, camión o tranvía siguiente. El sistema de transporte de Buenos Aires adquirió un orden rígido: ese día funciono en una sola dirección”.[3]

Manuel Quindimil, varias veces intendente  de Lanús, reseño así esa jornada vivida en su juventud:

“La columna de Lanús era todo un pueblo que se lanzó a la calle desde las fábricas, desde los hogares, en un solo grito: la libertad del Coronel Perón.

Recuerdo en Puente Alsina, que los militares nos levantaron el puente para que no pudiéramos pasar hacia la Capital Federal. Insistimos tanto –incluso algunos muchachos jóvenes llegaron a trepar hasta la punta del puente levantado, a riesgo de caerse y matarse- que los obligamos a bajar el puente. Pero después, por el camino, la policía a caballo nos entorpecía la caravana para que no llegáramos a Plaza de Mayo…

Hasta que llegamos a la plaza, de cualquier manera. Estuvimos el 16, todo el día y toda la noche. Amaneció el 17 y todavía estábamos ahí… nadie se movía.

Eva hacía de enlace; estaba en permanente contacto con nosotros y nos transmitía cómo iban las tratativas y cómo estaba la situación de Perón”. [4]

A media tarde la Plaza de Mayo comenzó a llenarse. Cientos de personas gritaban. ‘Queremos a Perón’, ‘Los que quieran a Perón que se vengan al montón’ o  ‘Sin galera y sin bastón los muchachos de Perón’. El general Ávalos intento hablarle a la multitud pero la gente produjo una silbatina tremenda.

A las 20,30, el general Ávalos junto a coronel Mercante fueron hasta el Hospital Militar a entrevistarse con Perón. El general y el coronel hablaron a solas y se confirmó que Perón iría hacia la Casa Rosada para entrevistarse con Farrell y hablar a la multitud. A partir de las 21 los altoparlantes comenzaron a anunciar que Perón hablaría a la gente.

Minutos después de las 23 apareció en los balcones el coronel Perón junto al presidente Farrell. Estalló una ovación que duro largos minutos. El locutor oficial intentó que la multitud se callara para oír al presidente Farrell pero fue imposible. Finalmente el presidente pudo presentarlo como “el hombre que por su dedicación y su empeño ha sabido ganarse el corazón de todos: el coronel Perón”.  Luego se entono el himno nacional y finalmente el coronel le habló a su pueblo:

“Trabajadores:

Hace casi dos años, desde estos mismos balcones, dije que tenía tres honras en mi vida: la de ser soldado, la de ser un patriota y la de ser el primer trabajador argentino. Hoy, a la tarde, el Poder Ejecutivo ha firmado mi solicitud de retiro del servicio activo del ejército. Con ello he renunciado voluntariamente, al más insigne honor a que puede aspirar un soldado: llevar las palmas y laureles de general de la Nación. Ello lo he hecho porque quiero seguir siendo el Coronel Perón, y ponerme con este nombre al servicio integral del auténtico pueblo argentino.

Dejo el honroso uniforme que me entregó la patria, para vestir la casaca del civil y mezclarme con esa masa sufriente y sudorosa que elabora el trabajo y la grandeza de la patria. Por eso doy mi abrazo final a esa institución que es un puntal de la patria: el ejército. Y doy también el primer abrazo a esta masa, grandiosa, que representa la síntesis de un sentimiento que había muerto en la República: la verdadera civilidad del pueblo argentino. Esto es pueblo. Esto es el pueblo sufriente que representa el dolor de la tierra madre, que hemos de reivindicar. Es el pueblo de la patria. Es el mismo pueblo que en esta plaza pidió frente al Congreso que se respetara su voluntad y su derecho. Es el mismo pueblo, que ha de ser inmortal, porque no habrá perfidia ni maldad humana que pueda estremecer este pueblo grandioso en sentimiento y en número. (…)

 Hace dos años pedí confianza. Muchas veces me dijeron que ese pueblo a quien yo sacrificara mis horas de día y de noche, había de traicionarme. Que sepan hoy los indignos farsantes que este pueblo no engaña a quien lo ayuda. Por eso, señores, quiero en esta oportunidad, como simple ciudadano, mezclarme en esta masa sudorosa, estrecharla profundamente con mi corazón, como lo podría hacer con mi madre. (se refirió luego a la unión general y agregó) Que sea esa unidad indestructible e infinita, para que nuestro pueblo no solamente posea esa unidad, sino que también sepa dignamente defenderla. (Como se alzaran voces de la multitud, preguntándole dónde estuvo, añadió) Preguntan ustedes dónde estuve. Estuve realizando un sacrificio que lo haría mil veces por ustedes. No quiero terminar sin lanzar mi recuerdo cariñoso y fraternal a nuestros hermanos del interior que se mueven y palpitan al unísono con nuestros corazones desde todas las extensiones de la patria.

Y ahora llega la hora, como siempre, para vuestro secretario de trabajo y previsión que fue y que seguirá luchando al lado vuestro por ver coronada esa era que es la ambición de mi vida que todos los trabajadores sean un poquito más felices. (…)

Pido también a todos los trabajadores amigos que reciban con cariño este mi inmenso agradecimiento por las preocupaciones que todos han tenido por este humilde hombre que hoy les habla. Por eso hace poco les dije que los abrazaba como abrazaba a mi madre, porque ustedes han tenido los mismos dolores y los mismos pensamientos que mi pobre vieja había sentido en estos días. Esperemos que los días que vengan sean de paz y construcción para la nación. Sé que se habían anunciado movimientos obreros, ya ahora, en este momento, no existe ninguna causa para ello. Por eso, les pido como un hermano mayor que retornen tranquilos a su trabajo, y piensen. Hoy les pido que retornen tranquilos a sus casas, y por esta única vez ya que no se los pude decir como secretario de Trabajo y Previsión, les pido que realicen el día de paro festejando la gloria de esta reunión de hombres que vienen del trabajo, que son la esperanza más cara de la patria.

Y he dejado deliberadamente para lo último el recomendarles que antes de abandonar esta magnífica asamblea lo hagan con mucho cuidado. Recuerden que entre todos hay numerosas mujeres obreras, que han de ser protegidas aquí y en la vida por los mismos obreros.

Pido a todos que nos quedemos por lo menos quince minutos más reunidos, porque quiero estar desde este sitio contemplando este espectáculo que me saca de la tristeza que he vivido en estos días”.

Perón, luego de su discurso, volvió a encontrarse a solas con Farrell y Ávalos. Allí se pusieron de acuerdo en llamar a elecciones generales para  febrero o marzo. También acordaron que el general Ávalos pediría el retiro y que el coronel Mercante se hiciera cargo de la Secretaria de Trabajo y Previsión.

El coronel estaba serio y medido. Sabía que la batalla todavía no estaba ganada y que algunos sectores del Ejército como la Marina podían sublevarse. Y en parte tenía razón. Esa noche, el almirante Vernengo Lima intentó sublevar a la Marina  y por la mañana se comunicó con el general Ávalos en Campo de Mayo, pero este se negó a acompañarlo. Paralelamente los sectores del Ejercito que simpatizaban con Perón se apoderaron de la Jefatura de la Policía Federal y el coronel Mújica se hacia cargo de la misma. Horas después el general Humberto Sosa Molina asumía como ministro de Guerra.

Sus protagonistas. Mucho se ha escrito sobre el 17 de octubre. Sería imposible reseñarlo en este libro que tiene otra misión, pero por la importancia de la jornada y por lo valioso de sus protagonistas he incluido algunas citas.

El historiador Félix Luna describirá así la jornada:

“Porque lo más singular del 17 de octubre fue la violenta y desnuda presentación de una nueva realidad humana  que era expresión autentica de la nueva realidad nacional. Y eso es lo que resulto más chocante a esta Buenos Aires orgullosa que tenia el color de la tierra, una caricatura vergonzosa de su propia imagen. Caras, voces, coros, tonos desconocidos: la ciudad los vio con la misma aprensión con que vería marcianos desembarcando en nuestro planeta. Argentinos periféricos, ignorados, omitidos, apenas presumidos, que de súbito aparecieron en el centro mismo de la urbe para imponerse arrolladoramente. Por eso lo del 17 de octubre no provoco el rechazo que provoca una fracción política partidista frente a otra: fue un rechazo instintivo, visceral, por parte de quienes miraban desde las veredas el paso de las turbulentas columnas. Empezaba la mañana cuando comenzaron a llegar rotundos, desafiantes, caminando o en vehículos que habían tomado alegremente por asalto y cuyos costados repetían hasta el hartazgo el nombre de Perón en tiza, cal y carbón. A medida que avanzaban, las cortinas de los negocios bajaban abruptamente con tableteo de ametralladoras. Venían de las zonas industriales aledañas a Buenos Aires. Nadie los conducía, todos eran capitanes”.[5]

El poeta Leopoldo Marechal contó que: 

Era muy de mañana, y yo acababa de ponerle a mi mujer una inyección de morfina (sus dolores lo hacían necesario cada tres horas). El coronel Perón había sido traído ya desde Martín García. Mi domicilio era este mismo departamento de calle Rivadavia. De pronto me llegó desde el Oeste un rumor como de multitudes que avanzaban gritando y cantando por la calle Rivadavia: el rumor fue creciendo y agigantándose, hasta que reconocí primero la música de una canción popular y, enseguida, su letra: 

“Yo te daré/ 

te daré, Patria hermosa,/

te daré una cosa,/

una cosa que empieza con P/

Perooón”.  

Y aquel ‘Perón’ resonaba periódicamente como un cañonazo.

Me vestí apresuradamente, bajé a la calle y me uní a la multitud que avanzaba rumbo a la Plaza de Mayo. Vi, reconocí, y amé los miles de rostros que la integraban, no había rencor en ellos, sino la alegría de salir a la visibilidad en reclamo de su líder. Era la Argentina ‘invisible’ que algunos habían anunciado literariamente, sin conocer ni amar sus millones de caras concretas, y que no bien las conocieron les dieron la espalda. Desde aquellas horas me hice peronista”.[6]

El historiador Juan José Hernández Arregui señaló que:

“El 17 de octubre no sólo fue una lección histórica para las fuerzas del antiguo orden sino la gigantesca voluntad política de la clase obrera. Su adhesión a un jefe no se fundó en artes demagógicas sino en las condiciones históricas maduras que rompían con las antiguas relaciones económicas del régimen de la producción agropecuaria, que superaban los programas de los partidos pequeño burgueses de centro izquierda. La revolución política exigía la reforma social. La recuperación de la economía, enajenada al extranjero y la elevación del nivel de vida del hombre argentino explotado, son la doble faz de un mismo fenómeno: la toma de conciencia histórica de las masas. Todo el problema político de la Argentina actual se reduce a esta irrupción consciente de los trabajadores en la historia nacional”.[7]

Pero no todas las voces fueron a favor. Los medios de prensa expresaron su repudio a la marcha. El diario La Nación criticó “el insólito y vergonzoso espectáculo de los grupos que se adueñaron durante un día de la Plaza de Mayo, el asalto a diarios en varias partes del país, el ataque a residencias particulares y el saqueo de varios comercios”. Por su parte la FUA (Federación Universitaria Argentina) criticaba a la clase obrera  por su vinculación a Perón porque “éste tenía en las manos sangre de obreros y estudiantes”.

El escritor Jorge Luis Borges recordaba que “El 17 de Octubre de 1945 estaba avergonzado e indignado. Eso es, indignado y avergonzado”. Pero a Jorge Luis Borges, que pensaba en ingles medieval se lo podía comprender. Lo insólito era la izquierda socialista y comunista  que intentaba representar a los obreros y no entendía que había pasado. Estaba histérica y en su  inconsciente sabia que las masas trabajadoras los habían abandonado para siempre.

Orientación, el periódico comunista dirá:

“Pero también se ha visto otro espectáculo, el de las hordas de desclasados haciendo de vanguardia del presunto orden peronista. Los pequeños clanes con aspecto de murga que recorrieron la ciudad, no representan ninguna clase de la sociedad Argentina. Era el malevaje reclutado por la policía y los funcionarios de la Secretaria de Trabajo y Previsión para amedrentar a la población”.[8]

Por su parte, La Vanguardia, el periódico socialista dirá:

“Cuando un cataclismo social o un estímulo de la policía movilizan las fuerzas latentes del resentimiento, cortan to­das las contenciones morales, dan libertad a las potencias incontroladas, la parte del pueblo que vive su resentimiento, se desborda en las calles, amenaza, vocifera, atropella, asalta diarios, persigue en su furia demoníaca a los propios adalides permanentes y responsables de su elevación y digni­ficación….Pero los culpables son los caudillos de la guerra civil que para lograr el triunfo de sus apetitos y ambiciones no tienen escrúpulos en azuzar los resentimientos y las fuerzas primitivas de la miseria”.[9]

Me gustaría terminar este homenaje al 17 de octubre con las palabras de Raúl Scalabrini Ortiz:

“Presentí que la historia estaba pasando junto a nosotros y nos acariciaba suavemente como la brisa fresca del río. Lo que había soñado e intuido durante muchos años estaba allí… Eran los hombres que están solos y esperan, que iniciaban sus tareas de reivindica­ción…”. 

 

 

[1] Fermín Chávez (comp.) La Jornada del 17 de Octubre, Editorial Corregidor, Buenos Aires, 1996

[2] Ibíd.

[3] Perelman Ángel. Como hicimos el 17 de Octubre,  Buenos Aires, Editorial Coyoacan, 1961

[4] Quindimil  Manuel. Extracto de la entrevista para Intendentes en Vivo, Mayo de 2000 realizada por el Portal del PJ Bonaerense.

 

[5] Ibid., Luna Félix  El 45.

[6]  Ibíd., Chávez Fermín. El 17 de octubre

[7] Ibíd.

[8] Orientación, 24 de octubre de 1945

[9] La Vanguardia, 23 de octubre de 1945

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