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La Plata
28 marzo, 2024
OPINIÓN

El dilema de Alberto: ¿hasta cuándo seguir siendo moderado?

Por Dante Augusto Palma. Incluso alejado de la estética y los modos del emprendedorismo voluntarista del gobierno de Macri, la administración de Alberto Fernández también repite una y otra vez que debemos avanzar hacia la unidad de los argentinos. En realidad, no debe haber gobierno sobre la faz de la tierra que al asumir indique que llega para dividir al país, pero en el caso de la administración de Cambiemos, la promesa de unir a los argentinos ocultaba que la única unidad que se perseguía era la que se lograría excluyendo a la mitad de los argentinos, sea por transformarlos en pobres, sea por ser peronistas. Lograron lo primero pero no pudieron con lo segundo a pesar de que plantearon la discusión política en términos morales y utilizaron todas las herramientas, las legales y las ilegales, para estigmatizar y disciplinar a los referentes de aquel espacio. Se buscaba una unidad por exclusión.

Para no caer en la misma lógica moralista que divide entre buenos y malos, debemos evitar afirmar que la nueva administración está compuesta por seres maravillosamente virtuosos y magnánimos. Sin embargo, hay una pretensión de acabar con la lógica de transferencia de recursos de los sectores medios y bajos a los altos, y, en decisiones políticas tales como la intervención de la AFI o la licuación del poder de la casta de Comodoro PY,  hay un intento de institucionalización que injustamente no suele reconocérsele al peronismo.

El tono, los modos y el accionar de Alberto Fernández muestran, hasta ahora, un gobierno mucho más moderado que los de Néstor Kirchner y CFK. Por supuesto que hay sectores con los que se disputa pero, en principio, el de Alberto pareciera ser un gobierno que busca evitar la confrontación.  El “Es con todos” supone así una unidad por inclusión y por tal no me refiero, claro está, a hablar con la “e”, sino a incluir a quienes han sido castigados particularmente con el último modelo, y a intentar dialogar con aquellos sectores con los que existe una disputa política e ideológica abierta.

Hablo de “pretensiones” e “intentos” porque en estos tres meses de gobierno no ha habido grandes transformaciones, si bien es cierto que con semejante herencia los márgenes se achican. En este sentido, hacer una épica de un aumento de 200 pesos a los jubilados que cobran la mínima es una afrenta a los votantes kirchneristas orgullosos de haberse sentido partícipes de batallas de enorme peso material y simbólico. Pero, sobre todo, es una afrenta a la inteligencia. Por ello, mejor sería hacer hincapié en advertir el estado calamitoso de las cuentas que ha legado el macrismo antes que presentar un mínimo gesto redistributivo, que también supone un ahorro fiscal, como una gesta revolucionaria digna de los barbudos que bajaban de Sierra Maestra.

Pero la gran duda tiene que ver con la efectividad. En otras palabras: ¿a los fines de un país más justo conviene la confrontación o la moderación dialoguista? Sin dudas, así planteado, se trata de un falso dilema porque seguramente habrá momentos en los que habrá que confrontar y momentos en los que habrá que dialogar según una enorme lista de variables a tomar en cuenta. Entonces la pregunta sería: ¿en estos momentos, y en el actual equilibrio de fuerzas, la estrategia del diálogo es la más efectiva?

La respuesta merece un análisis caso por caso y para ello podemos tomar cuatro ejes con los que de alguna manera el kirchnerismo tuvo conflictos.

En lo que refiere al eje “Poder judicial”, el gobierno va por dos frentes: uno es el de las jubilaciones “de privilegio”. Más allá de que del otro lado son expertos en tergiversarlo todo, es difícil que se pierda una disputa simbólica cuando se instala que lo que hay enfrente son privilegios. Y es que de hecho los hay.

El otro frente es el de la reforma judicial que mencionamos antes. Aquí la cuestión será más difícil si bien puede ser que tanto en este punto como en el de las jubilaciones acabe todo trabado por estrategias judiciales para embarrar la cancha. Si este fuera el caso, el gobierno perdería plata pero habrá ganado una batalla simbólica contra un sector, el de la justicia, que tiene una pésima imagen en la sociedad.

El segundo eje es el de los medios. Allí, la discusión sobre “ley de medios” y temas derivados, tan cara a los gobiernos kirchneristas, ha desaparecido completamente de la agenda del gobierno. No se avizora por ahora ninguna intención de confrontar con los medios tradicionales ni de salir a discutir la estructura de concentración. En este sentido, de lo único que se ha hablado es de distribuir la pauta oficial con fines educativos y no “politizados”. Expuesto así, es evidente que la batalla cultural no la ganó el kirchnerismo. Máxime cuando en cuestión de días asistimos a la noticia de que la justicia sanciona a Martín Sabatella por haber intentado aplicar la ley de medios y cuando el editorialista Carlos Pagni nos dice en la cara que los jueces salieron a meter presos a los kirchneristas porque fueron apretados por el diario La Nación. Por cierto, Pagni es un periodista inteligente, sutil y con espaldas. Hacerlo retroceder en chancletas los días posteriores de su declaración, a pedido de sus empleadores, en el diario y en el canal de La Nación, en el grupo Clarín, etc. debe haber resultado humillante. Evidentemente, antes que disciplinar e infundir temor a los jueces, los grandes medios disciplinan e infunden temor a los periodistas.

El tercer eje es el de las patronales del campo. El gobierno, una vez más, eligió el diálogo y apenas decidió elevar de 30 a 33% las retenciones a la soja pero, a cambio, bajó las retenciones de otras producciones y a través de una segmentación razonable, devolverá lo recaudado a los pequeños y medianos productores a modo de incentivo. Eso sí: la respuesta de la mesa de enlace no fue segmentada pues grandes, medianos y pequeños llamaron a un lockout de 96 horas. La historia se repite primero como tragedia, luego como farsa.

Donde no pareció haber diálogo es en relación al cuarto eje, que es el de la Iglesia y cuyo tema de disputa es, naturalmente, el aborto. Tanto Néstor Kirchner como CFK siempre se opusieron y evitaron cualquier avance del tema en el Congreso si bien la expresidente en los últimos años modificó su posición. Alberto, que abrevó, como él mismo lo reconoce, en tradiciones más liberales, ha decidido avanzar con el proyecto haciendo que por primera vez se trate en el recinto un proyecto de legalización enviado por un gobierno. Más allá de que se augura un resultado voto a voto en el Senado y que el gobierno nacional tiene las herramientas como para sumar voluntades veleidosas, habrá una enorme fractura social ya que el tema del aborto divide transversalmente a los argentinos. El final es abierto pero sea cual fuere el resultado habrá una conmoción social importante y mucha gente enojada, con menos visibilidad si triunfa el proyecto, y con más visibilidad si se vuelve a imponer el “No”. Si triunfa el “Sí” el gobierno lo capitalizará pero no resulta tan obvio que eso redunde en más votos para el año 2021.

Salvo este último caso donde la confrontación es difícil de disimular y no parece haber negociación posible, sobre los primeros tres ejes se buscó el diálogo pero los resultados no vienen siendo los esperados. Es que más allá de lo que resulte de la reforma judicial, incluso si el proyecto contra las jubilaciones de privilegio fuera aprobado y entrara en vigencia, los jueces no dejarán de ser privilegiados porque la pérdida económica no sería de gran relevancia si lo comparamos con sus sueldos y con sus jubilaciones.

En lo que respecto al eje “medios”, la estrategia de evitar la confrontación no ha redundado en el fin de la guerra. En todo caso, la guerra continúa pero con soldados de un solo lado bombardeando y bombardeando. Así, si sumamos los errores comunicacionales propios con la mala fe del adversario entenderemos por qué, a tres meses de asumir, el desgaste ha sido grande. ¿Se imaginan ustedes lo que será en un año?

Y en cuanto al eje “patronales del campo”, las cartas están sobre la mesa. Si el gobierno es peronista, aun cuando el dólar esté 10, 30, 45 u 85 las patronales del campo dirán que “el campo no da más”. Eso demuestra que detrás de los números lo que hay es un enfrentamiento ideológico. De ahí no se sigue que el gobierno deba negarse a negociar pero resulta evidente que hay allí otras cosas en juego.

Dicho esto, y para concluir, debemos volver a aquella pregunta inicial acerca de la conveniencia o no de la confrontación, máxime en un escenario donde la actual parálisis del gobierno podría continuar en caso de que la renegociación de la deuda se extendiera más de lo previsto.

Porque, por un lado, la moderación es lo que llevó al Frente de Todos a ganar. Esa moderación la encarnó Alberto Fernández quien fue capaz de acercar los votos que CFK no hubiera obtenido. Pero, por otro lado, la moderación llevada adelante en estos tres meses no ha tenido buenos resultados: el avance moderado contra los privilegios de la justicia y contra las ganancias exorbitantes de los grandes productores de soja recibió una respuesta contundente y sobreactuada que busca poner un límite y es una advertencia a futuro; y la actitud no confrontativa con los medios tradicionales, lejos estuvo de sosegarlos. A esto podemos sumarle el modo en que los formadores de precios, especialmente en alimentos, constituyen su realidad paralela generando una inflación que duplica al promedio mientras el gobierno les pide buena voluntad. Y una situación que suele pasarse por alto pero que pocos se atreven a revelar. Es que esta moderación está generando mucha incomodidad en sectores que forman parte del gobierno o que lo han apoyado pero le exigen mucho más y que advierten que si el peronismo elige la lucha por el reconocimiento de las identidades antes que la lucha por la redistribución de la riqueza acabará diluido en una socialdemocracia que perderá apoyo entre los propios y que será igualmente atacado por los extraños.

Para finalizar, digamos que en el gobierno apuestan a que una vez resuelto el problema de la deuda se acabe con este paréntesis en el que parece estar la actual administración y veamos por fin las medidas que marcarán la identidad del Frente de Todos.

La decisión de cuándo dialogar o cuándo confrontar y con quién, es enteramente del presidente, para bien o para mal. Lo que sí podemos decir hasta ahora es que, si lo que se quiere es hacer un país más justo, la moderación que sirvió para ganar la elección no estaría siendo efectiva al momento de enfrentar los principales obstáculos que tiene la Argentina.

 

 

 

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